Pascualito, el mejor Mosca de la historia

Madrugó el país entero para acompañar a Pascual Pérez en su pelea con el campeón del mundo. El hecho único y por lo mismo extraño de que un compatriota combatiera en el Japón hizo el milagro de que las ciudades adquirieran en las primeras horas de la mañana la fisonomía propia de la medianoche, que es cuando la gente habla de boxeo.

Los hogares, las oficinas, las calles, los talleres convirtieron a la ciudad en un solo receptor, en un solo latido de entusiasta ansiedad. Aquello pasó el 26 de noviembre de 1952.

No fue el primer representante de Mendoza en un Juego Olímpico, pero “ese hombre pequeño” fue quien más alto subió en el podio y logró en Londres -1948- una marca que hasta el día de hoy parece casi imposible de igualar para sus comprovincianos. Pascual Pérez es el dueño del oro.

“El Pequeño Gigante”, como lo bautizó el periodista Félix Frascara en las páginas de El Gráfico (testigo directo de aquella campaña olímpica), medía metro y medio y pesaba apenas 47 kilos. Ágil, frontal, dueño de una pegada potente y de un buen largo de brazos; ese hombre, con cara de chico, de 22 años, conquistaba la décima medalla dorada para el olimpismo argentino.

En sus puños aglutinaba la picardía criolla, la tradicional bravura y el enorme corazón que necesita cualquier boxeador.

La ceremonia de coronación, de los peso mosca, fue una señal brillante para una carrera boxística que había comenzado cuatro años atrás.

Su primer título, el Campeonato Mendocino de Novicios, en marzo de 1944, lo había logrado apenas dos meses después de su debut sobre el ring.

Entre 1946 y 1947, Pascual Pérez ganó el título mendocino, el argentino y el latinoamericano, y en 1948 salió airoso en el torneo de Selección para integrar el equipo nacional en la cita olímpica. Grupo que integraban  también Rafael Iglesias (oro en peso pesado) y Gualberto Mauro Cía (bronce de los medio pesados).

Un peón avanza

“Pascualito” nació, el 4 de marzo de 1926, en el seno de una familia de trabajadores viñateros, en Tupungato. “Yo era un peón de viña, empuñaba la zapa y la mancera del arado desde que amanecía hasta el anochecer. Quizá el trabajo rudo fortaleció mis músculos, por lo que pegaba muy fuerte para mi edad y pequeño físico”, recordaba -en reiteradas entrevistas- el campeón.

A los 5 años, el menor de nueve hermanos, aprendió a usar el azadón para colaborar con su familia  en las tareas que realizaban en una finca que administraban en el Valle de Uco. Luego se mudó a Panquehua, en Las Heras; Colonia Francesa, en Lavalle, y Rodeo de la Cruz, derrotero signado por los trabajos que tomaba su padre.

Su hermano Eduardo contaba que “Pascualito” se había comprado una guitarra y salía de casa con la excusa de que se iba a estudiar música y solfeo. Pero su intención era otra.

Fue la madre quien le dio permiso para concurrir al gimnasio del Club Sportivo Rodeo de la Cruz (hoy Deportivo Guaymallén), donde comenzó a entrenarse bajo la supervisión de Francisco Romero. Tenía 16 años y desde el inicio de su romance con el deporte de los guantes demostró una gran habilidad y un golpe “fortísimo”.

Su dedicación al deporte crecía y las victorias se sucedían con naturalidad (bajo el seudónimo de Pablo Pérez, para no ser descubierto); la Federación Mendocina de Boxeo comenzó a pagarle al padre de “Pascualito” el dinero para contratar a un peón rural y obtener la autorización para que “el pequeño campeón” siguiera creciendo.  Sus padres accedieron, aunque guardaron una actitud reticente ante la afición de su hijo por el box.

El favorito para ganar la medalla de oro en los Juegos de 1948 era el español Luis Martínez Zapata, campeón europeo mosca. Pérez, que nunca había combatido fuera de Sudamérica, comenzó su camino (1/16 de final) ante el filipino Ricardo Adolfo, venciéndolo por RSC (detención del combate por el referí) en el segundo asalto; luego el sudafricano Desmond Williams correría la misma suerte. Mientras que en cuartos de final se impuso por puntos al belga Alex Bollaert y en semifinales al checo František Majdloch.

En la final Pérez debió enfrentar a Spartaco Bandinelli (verdugo del favorito Martínez Zapata). En el combate Pérez impuso su estilo conteniendo el ataque del italiano y haciéndolo retroceder con una sucesión de golpes, entre ellos una fuerte derecha que lo sentó sobre las cuerdas. El beso de la gloria estaba cerca.

Si en su paso por el amateurismo Pascualito fue destacado, en el profesionalismo alcanzó las altas cumbres, merodeó la excelencia, y tanto que más de un sabio de las tribus boxísticas afirmó que Pérez fue, sin más, el más talentoso pugilista nacido en la Argentina.

Debutó como rentado en 1953, ganó 18 veces seguidas por fuera de combate, el 11 de noviembre de ese año se alzó con el título argentino al noquear en cuatro asaltos a Marcelo Quiroga y el 16 de noviembre de 1954, en el estadio Korakuen de Tokio, derrotó por decisión unánime al japonés Yoshio Shirai y se constituyó en el primer boxeador de los 40 argentinos que hasta hoy ganaron una corona.

Realizó una defensa airosa en 1955 (el desquite con Shirai), dos en 1956 (con Espinosa y Suárez), dos en 1957 (con Dower y Martin), dos en 1958 (con Arias y Ursua) y otras dos en 1959, con los japoneses Yonekura y Yaoita. La horma de su zapato fue el tailandés Pone Kingpetch, quien le arrebató el título en Bangkok, el 16 de abril de 1960 y volvió a vencerlo el 22 de septiembre de ese mismo año, en Los Angeles.

Falleció el 22 de enero de 1977 y dejó la aureola del crack que fue. La Asociación Mundial de Boxeo lo eligió como el mejor de la historia en su categoría.

Fue Amplió dominador de Aquel combate

Sin dudas el legendario manager Lázaro Koci fue el que lo catapultó al mundo grande del boxeo.  Cuatro meses antes de la pelea por el título, Pérez y Shirai se habían enfrentado en el Luna Park y empataron en 10 rounds, por lo cual el boxeador cuyano se ganó el derecho de combatir por la corona que poseía el correcto púgil japonés. Koci manejó la realización de aquella pelea del mendocino con habilidad, ya que la misma se iba a realizar el 10 de ese mes, pero en una sesión de guantes un sparring  japonés le lesionó un tímpano a Pérez.

Esta dolencia complicó el panorama del argentino, quien tenía la costumbre de no colocarse el cabezal de protección durante los entrenamientos, pero Koci acordó efectuar la pelea dos semanas después.  Esa postergación le costó a Pérez la reducción en un 50 por ciento del monto de la bolsa que iba a cobrar, la cual estaba acordada en 2.000 dólares, por lo cual sólo recibió 1.000.

“Mi peso era bárbaro. Subí con 49,700 kilogramos y eso que desayunaba con churrasco y tomate, almorzaba con arroz con pollo mojado con vino Chianti y cenaba otra vez bife a la plancha”, le comentó “Pascualito” al único periodista argentino presente en Tokio, Manuel Sojit “Corner”, quien relató el combate.

El combate lo dominó ampliamente Pérez, quien en el cuarto round, con un cruzado de izquierda al mentón, derribó a Shirai por cuatro segundos.  En el octavo asalto, al salir de un cuerpo a cuerpo, el cuyano dio un paso atrás, sacó otro cruzado de izquierda arriba y el nipón se fue al suelo. Sullivan le contó ocho y el “gong” salvó al local. Pérez tiró nuevamente a su rival en el 13° capítulo, en esa oportunidad con un directo de derecha.

Por losandes.com.ar

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