Una pelea que siempre es desigual
Por Edgardo Litvinoff | lavoz.com.ar
Un grupo de chicos en un gimnasio precario, tratando de entrenarse para cumplir varios sueños. Puede que uno de ellos sea salir de pobre, conseguir algo de dinero, vivir del boxeo. Puede que les encante ese deporte.
Pero, para otros –la mayoría–, pasar el tiempo en el gimnasio y apasionarse por un deporte son prácticas que los mantienen lejos de la difícil realidad de la que provienen: villas o barrios muy humildes, a veces afectados por la violencia y el narcotráfico, que sólo son mencionados públicamente cuando aparecen en las crónicas policiales.
Los periodistas Walter Kanqui y Javier Flores, a través de distintas miradas y testimonios recogidos, lo describen en el Primer plano de esta edición.
Esas historias reflejan « vidas complicadas, en riesgo, siempre al margen de cruzar líneas peligrosas.
Ya sea que se tome como un negocio o como una forma de reinserción social, el boxeo en Córdoba adolece de los mismos problemas que otras disciplinas que no despiertan pasiones tan masivas, como el fútbol, y por lo tanto no mueven esas grandes cantidades de dinero.
Son sabias las palabras de un maestro emblemático del boxeo cordobés, como Luis Olivero, que no se cansa de repetir lo mismo en la entrevista de la página 6: que su tarea es rescatar chicos de la calle mucho más que convertir en campeones del ring a unos pocos entre tantos.
La falta de apoyo oficial que mencionan promotores y entrenadores no es casual, ni un hecho aislado: es un patrón recurrente que pone lo asistencial por encima de lo preventivo. Que trabaja según la reacción popular sin ir al fondo del asunto.
La desintegración social y la violencia urbana no nacieron de un repollo. Se cuecen desde hace décadas en un caldo que nadie corta. Hay notas que parecen no tener relación –como la de hoy, o como la de alguna biblioteca popular que cierra por falta de apoyo–, pero el trasfondo es siempre el mismo.