Monzón, en el fin de la noche

Por Enrique Medina | Pagina 12

Siempre es complicado, riesgoso, referirse a una figura destacada cuando ésta, además de brillar en lo suyo, tiene un costado negro criticable, o siniestro, o trágico. Si uno se guiara por la adhesión, pareciera que los pueblos tuvieran más preferencia por los ídolos borrosos, aquellos a los que no todo les salió bien, en contraste con los que cumplieron normalmente su profesión terminando la vida sin estridencias. Podría pensarse que en el fondo del alma de la gente creciera un vengativo rencor contra aquel que tiene éxito. Claro, el admirado posee todo, en cambio uno, sólo problemas, carencias. Se lo ama al exitoso. Se lo envidia. Y, quizás sin saberlo, se le ruega a Dios que le arranque una pierna o lo reviente una enfermedad de esas de las que no perdonan, o le corte de una buena vez tanta gloria porque ya es demasiado. Entre esos muertos ilustres tenemos a Gardel, Marta Lynch, Alberto Olmedo, el roquero Pappo, o la estrella televisiva Juan Castro, muertes trágicas, misteriosas muchas veces. También hay que sumar al boxeador Gatica, arrollado por un colectivo al estar alcoholizado, o al extraordinario cirujano René Favaloro, disparándose en el corazón, su especialidad. Entre la lunga lista, posiblemente el boxeador Carlos Monzón sea quien más se destaca en este friso desgraciado. Acaso por contener un aditamento de variantes (es un decir) que lo hacen único. Fue el más trascendente en su profesión, gozó todo en la vida, mató, estuvo preso, y murió en un accidente automovilístico por estar borracho. Bien, a este inmenso personaje se atrevió el agudo y sagaz periodista Carlos Irusta en su libro: “Monzón, la biografía definitiva”. La existencia del púgil esparcida en páginas vibrantes es ordenada y exhaustiva. Incluye la leyenda del Luna Park y su esplendor, cuando Tito Lectoure se hace cargo teniendo veinte años. Y ahí la oportunidad de Monzón en el Luna ganando sus primeros quince mil pesos. Además la dura vida con su mujer. Podría afirmarse que el libro tiene un carácter enciclopédico, ya que abunda en referentes e historias nacionales y mundiales del mundo boxístico: la misteriosa muerte ¿asesinato? de Sonny Liston, con el cuerpo inflado de droga. La semblanza de aquellos argentinos que no pudieron “llegar” a convertirse en campeones mundiales en la meca del box, desde Justo Suárez a Alejandro Lavorante. Se resalta la bronca que se tenían Lectoure y Brusa. El inolvidable combate entre Natalio Bonavena y “Goyo” Peralta. Y los sucesos que sacudían el mundo. Los Beatles. Perón en España siendo visitado por boxeadores. Sorpresivamente, la primera gran victoria de Monzón ante Jorge Fernández, lo consagra campeón mediano. Los prolegómenos para la primera pelea con Benvenuti. Su necesidad de infiltrarse en los puños para calmar los dolores. Y, por fin, como sacudón relevante, aparece la modelo Susana Giménez estallando con aquella publicidad del jabón “Cadum”. El balazo que Monzón recibe de su mujer. Los Montoneros. La llegada de Perón en 1973. La revancha con Griffith en Mónaco, cuando Brusa lo caga a gritos a Monzón porque al no dar más quiso abandonar en el octavo round. Y Emilio Perina (alias Moisés Konstantinovsky), que en 1965 da a conocer la novela “La Mary”. El libro llega a manos de Susana, que era vedette de revistas musicales y había hecho algunas películas intrascendentes. Ella se lo da a Tinayre diciéndole que se siente segura para interpretar a la protagonista.  Él olfatea el éxito formidable en cine si el campeón y Susana aceptan filmarla. La película se hace. El boxeador conquista a Susana en la ficción y en la vida real. Luego nos informamos de relatos de los prestigiosos periodistas Juan Larena y Nigel Collins; del empresario Bob Arum. El autor también se introduce en las pésimas burlas de Bonavena que por poco logran que se agarre a trompadas con Monzón. Y el golpe de estado de las fuerzas armadas, y Leonardo Favio que le pone ruleros al púgil para el film “Soñar, soñar”. Sin relegar el asesinato de Bonavena en las puertas de un prostíbulo de Norteamérica. Ni Brusa acusando a Lectoure de haber creado un monopolio, y de manejar aviesamente las bolsas de dinero de Monzón. Las disputas con Susana. La soledad del campeón. La aparición de sopetón de Alicia Muñiz. El asesinato de ella. La cárcel. Allí lo visitan Palito Ortega, Leguisamo, Selpa, Reutemann, Mickey Rourke, Benvenuti, Alain Delón, y Tita Merello le manda un breviario religioso. Por fin queda libre y festeja. Aprieta demasiado el acelerador y se produce el desastre. Muerto, aún tibio, siente que le roban el reloj Rolex y la cadenita de oro que lleva en el cuello. A todo esto y mucho más, Irusta inserta, alternativamente, sustanciosos comentarios personales, sus propios reportajes y entrevistas al campeón, su casi pelea con él, charlas con Lectoure, más bien confesiones. Todo hace del libro, estructurado al estilo “cortazariano” (si se lo abre en cualquier página, uno queda atrapado), un referente ineludible no sólo para el lector interesado en el personaje, sino para el boxeo en general, aquí y en el mundo. El más importante escritor de los tiempos, el francés Louis-Ferdinand Céline, en su insuperable novela “Viaje al fin de la Noche”, escribió: “Porque la vida es esto: un punto de luz que termina en la niebla”, casi prefigurando a Monzón.

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