Gustavo Ballas, un boxeador diferente

Por Redacción El Diario De La República

Uno de los mejores boxeadores que se vio en el boxeo argentino en los últimos años fue indudablemente Gustavo Ballas. Era un exquisito del boxeo; buen porte, aguerrido, sutil, elegante, buena cintura y buena vista. Era sin dudas. Un elegido.

Pero lamentablemente el alcohol y las drogas lo llevaron por mal camino y terminó su excelente carrera pugilística de la peor manera. Solo, triste, abandonado y sin un peso.

La historia dice que Gustavo Ballas nació en Villa María, provincia de Córdoba un 10 de febrero de 1958 y que fue criado por su padre ya que su madre abandonó el hogar dejando a la buena de Dios a cinco hijos, entre ellos al menor: Gustavo.

El chiquilín de la familia comenzó a trabajar de lava copas en una pizzería a los diez años -la situación económica de la familia no permitía que fuera al colegio, era más importante salir a ganarse la moneda- fue en ese lugar donde escucho por la radio una pelea de Nicolino Locche, que fue el despertar del pequeño niño que se ganaba las monedas  en ese local comercial.

Eran otros tiempos y su corta edad no fue impedimento para comenzar a cimentar su carrera. Empezó tirando guantes y haciendo fintas tal como su ídolo mendocino Nicolino Locche. Era marzo de 1975 y sus primeros golpes fueron bajo la tutela de su primer entrenador, Alcides Riveras de Villa María, hizo 27 peleas, ganó 23 y empató 3.

El único que le pudo ganar entre  los amateurs, fue el chileno Fernando Sagredo, quitándole un invicto de 23 combates. Para la época fue un verdadero récord.

La vida del pequeño Ballas en Villa María tenía poco vuelo. No se le avizoraba un mejor futuro. Rivera, se contacto con don Francisco “Paco” Bermúdez de Mendoza y el ascendente púgil viajó a la tierra del sol y buen vino para hacer su carrera profesional debutando el 27 de abril de 1977.

Su pelea hizo que la prensa especializada pusiera los ojos sobre su carrera hasta transformarse en el mimado de las publicaciones deportivas. Asombraba cada día por su estilo depurado y de habilidoso esgrimista.

“Ballita” como le decían por su físico y simpatía, se mantuvo invicto en 54 combates y entre sus derrotados figuran; Miguel Ángel Lazarte, Ángel Lois Fernández, Carlos Escalante y Santos Benigno “Falucho” Laciar con quien combatió en 1979; a los venezolanos: Rigoberto Marcano y Rodolfo Rodríguez; a los panameños Rafael Pedroza y Alfonso López, y el chileno Jaime Miranda.

El mundo le sonreía, el público no tardo en apodarlo “Mandrake” (como el personaje que hacía magia en una revista de la época).

A esa altura de su vida, nadie sabía la verdad sobre Ballas. Con su boxeo llenaba los ojos. Arriba del ring hacía lo que quería, era un verdadero mago, un exquisito de los cuadriláteros. Pero comenzaron a aparecer los problemas, su riqueza técnica no iba con su verdadero yo. Su realidad, puertas adentro, no era acorde con los compromisos y la ruda exigencia internacional que se avecinaba. El boxeador no llevaba una buena vida, como muchos suponían, y eran continuas las faltas a los entrenamientos, compromisos publicitarios y comerciales. Pese a todo, había llegado el momento de dar un salto de calidad. El desaparecido Juan Carlos “Tito” Lectoure le programó un espectáculo internacional impresionante en el Luna Park.

Y el 9 de mayo de 1981, enfrentó al japonés Ryoetsu “El Chacal” Maruyama derrotándolo por nocaut en once rounds.

“Tito”, uno de los más reconocidos promotores internacionales de boxeo, se encargó de que ese combate fuera una especie de semifinal en el camino al título mundial de la nueva categoría súper mosca de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) y cuyo límite es (52;163 gramos).

El salto de calidad estaba dado, Lectoure muy amigo de “Paco” Bermúdez, rápidamente organizó en el Luna una pelea por el título mundial. El 12 de setiembre de ese año, Ballas peso 51;300 muy por debajo del límite de la categoría, le ganó en ocho rounds el titulo mundial al coreano Suk-Chul-Bae, demostrando un dominio absoluto del ring y poniendo en ridículo muchas veces al boxeador visitante. El argentino había tenido su noche mágica ante un lleno total. El público estaba enloquecido con el diminuto púgil.

El oriundo de Villa María estaba en el pináculo de su carrera. Había que mantenerse. Ballas no escuchó los consejos de sus manejadores y siguió haciendo “su vida”. Los compromisos internacionales golpeaban las oficinas de Lectoure hasta que tres meses después, el 15 de diciembre de 1981, tuvo que defender su título pero esta vez en Panamá. La decisión no fue de las mejores. El compromiso era muy difícil y así fue que el argentino cayó por puntos frente a Rafael Pedroza a quien él había derrotado en su primera etapa como boxeador.

Julio Ernesto Vilas, periodista de boxeo y clasificador del Consejo Mundial de Boxeo para Sudamérica durante 37 años, dijo: “A Ballas las mieles del éxito le duraron muy poco y nada, no pudo sostenerse por su vida rumbosa que llevaba, aún así en 1982, tuvo desquite frente a Jiro Watanabe quien le había quitado el titulo ecuménico a Rafael Pedroza en Osaka. Watanabe le dio una tremenda paliza en nueve asaltos y adiós a la posibilidad de seguir creciendo.

Ballas venía de cuatro triunfos consecutivos, había vencido a Luis Gérez, Héctor Barreto, Roberto Condori y nuevamente con Barreto, todas ganadas por puntos”.

“’Ballitas’ –dice Vilas- tuvo sus años de esplendor, en 1983, año que ganó 9 de los 10 combates que disputo. La única que perdió fue en Córdoba con Juan Carlos Cortes. Pese a ese traspié, Ballas tuvo la oportunidad de pelear por el titulo argentino súper mosca venciendo al misionero Luis Ángel Ocampos en Posadas”.

“Un año después, volvió a pelear con Rodolfo Rodríguez como el combate más relevante. Había pasado su mejor momento”.

Gustavo Ballas se había convertido en un producto de consumo interno, las pocas veces que combatió en el extranjero perdió. Su adicción al alcohol era su mayor problema. Ese año estuvo de paso por la ciudad de San Luis. Ballas y Bermúdez se alojaron en el hotel Regidor de la calle San Martín.

El boxeador en su breve estadía en la provincia, habló con El Diario de San Luis (hoy La República).No negó su adicción al alcohol y ante una pregunta manifestó: “La pelea más dura de mi vida está por venir. Lucho todos mis días para vencer el alcoholismo, sé que lo lograré”. Un año después, el 8 de junio anunciaba públicamente su retiro del boxeo para hacer un tratamiento para combatir su adicción.

Esa noche en Buenos Aires había perdido por abandono en 5 rounds frente a Lucio Omar “Metralleta” López (Al poco tiempo el púgil correntino murió en confusas circunstancias y en medio de una reyerta familiar, el boxeador fue apuñalado por su cuñado, que salió en defensa de su hermana, pareja del boxeador, causándole la muerte casi instantánea).

Nunca se supo si hizo algún tratamiento, lo cierto es que reapareció a los pocos meses en Villa María –todavía era campeón argentino- frente a Juan Carlos Cortes y a después ante Ramón Albert, ganándole a los dos. Parecía que su estrella volvía a brillar pero tuvo una dura caída el 11 de abril de 1986 en Salta, donde perdió la corona argentina frente a Rubén Condori.

Ballas se había convertido en una caja de sorpresa, ganaba y perdía, pero se mantenía en vigencia. En su Villa María natal tuvo la oportunidad de pelear por el título sudamericano de la categoría y derroto al brasileño Paulo Ribeiro por nocaut.

Un par de meses después en el Luna Park derrotaría a Rubén Condori reteniendo la corona sudamericana. Esa noche se pactó la revancha, esta vez sería en la Federación Argentina de Box de (FAB) Castro Barros 75 y Condori le volvió a ganar.

Por esos años, el boxeo era manejado de diferente manera a la actual. Si bien es cierto que Ballas continuaba vigente pese a su adicción al alcohol y su poco apego a los entrenamientos, el villamariense era un autoconvocante.

Después de ganarle a José Rufino Narváez, la intervención de Francisco “Cacho” Giordano, le permitieron estar frente al campeón súper mosca del Consejo Mundial de Boxeo, Sugar “Bebis” Rojas en Miami. La pelea fue el 24 de octubre de 1987 y el argentino sufrió una nueva derrota después de cuatro interminables rounds.

Gustavo Ballas, “el Dandy del boxeo” como también lo bautizó un periodista, dejaba de ser una estrella brillante. Sus problemas personales iban en aumento, lo agobiaban. El alcohol comenzaba a ganar la batalla. “Para colmo está muy solo, sus amigos comenzaron a alejarse de su entorno”. Dijeron.

En 1988 y en 1989, Ballas hizo varias peleas ganó y perdió, en una de ellas recuperó el titulo argentino de los súper moscas frente a Ramón Retamozo, pero en realidad su carrera estaba liquidada, le ganaba a ignotos rivales. A los 29 años manifestó que se retiraba del boxeo pero no fue así, volvió a pelear en 1990. Hizo 10 peleas, ganó 8 y empató 2.

En octubre de 1991, fue detenido por intentar asaltar dos comercios con un revolver de juguete, estaba borracho y drogado, había tocado fondo. Estaba vencido por el alcohol. Su peor rival.

Ballas no merecía este triste final. Pero apareció una tabla salvadora en su vida, el médico Eduardo “Lalo” Rodríguez de Villa María que pagó los 2.500 dólares de fianza para que el ahora ex púgil recuperara la libertad. Fue como un despertar.

En el diario La Nación “Lalo” Rodríguez el doctor que pagó la fianza de 2,500 dólares, dijo: “Vos vas a tener una segunda oportunidad”. Fue la gente de su pueblo la que pagó la fianza y lo ayudó a que iniciara un tratamiento en Bell Ville con el doctor Cristóbal Rosa. “Cuando salí me hicieron un homenaje en la plaza Anselmo Ocampo. Yo no sabía, pero toda la recaudación era para mí. El estadio estaba repleto y cuando me nombraron no quería salir. Tenía vergüenza, impotencia”.

“Yo era un drogadicto, un alcohólico, no era más un campeón. Pero me llevé la sorpresa más agradable de mi vida. Todos de pie gritando ‘dale campeón’… Ahí me juré ser otra persona y no defraudar a mi gente. Y aquí estoy”. Dijo.

El hombre que llenó el Luna Park cuando quiso y que tenía a los amantes del boxeo arrodillados a sus pies, el hombre que tuvo todo y se quedó sin nada, comenzó una nueva vida.

La lucha fue dura y desigual, pero “Mandrake” tenía un “As” en la manga: su voluntad y ganas de salir del atolladero. Y fue así que se capacitó en la Universidad del Salvador en el Instituto de Prevención de la Drogadependencia, de donde egresó como socioterapeuta en Adicciones y se formó en la Universidad Nacional de Córdoba en Asistencia en Drogadependencia.

Estaba recuperado, a tal punto que su pueblo le dio una oportunidad más. Lo nombraron en la Secretaria de Deportes Municipal donde tuvo un buen desempeño y se ligó definitivamente a un nuevo trabajo, siempre trabajando en el aspecto social. El ex campeón no quiere que a los niños y jóvenes les pase lo mismo que a él.

Actualmente se encuentra disertando charlas-debate de alcoholismo y drogadicción junto a un gran equipo de colaboradores. Trabaja, además, con un equipo médico en los consultorios externos de Atilra en la sede de Villa María.

Así, el ex campeón que salió de las drogas y el alcohol, acaba de completar la escolaridad primaria a los 59 años en la escuela Ricardo Rojas de su ciudad y quiere ser psicólogo. Gran ejemplo de un hombre que lo tuvo todo y se quedó sin nada.

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