Lomachenko camino a convertirse en uno de los grandes boxeadores de la historia

Hay que reconocérselo a Gus Dorazio. Se enfrentó a Joe Louis y cayó con las botas puestas. Cuando Dorazio, poco favorito en la pelea, lanzó un poco preciso gancho izquierdo en el segundo asalto, Louis se impuso con un corto derechazo que quedó dentro del ofrecimiento del retador. Gus cayó bocabajo y no respondió al conteo del árbitro, quedando así descartado.

Dorazio les había dicho a todos los residentes en su barrio del sur de Filadelfia que vencería a Louis, aunque quizás Gus era probablemente el único que se lo creyó. Las apuestas estaban 20-1 a favor del campeón, pero bien pudieron haber estado 100-1. Nadie iba a apostar diez centavos por el nuevo miembro del club “Vago del mes” constituido por las víctimas de Louis.

Igualmente, 15.902 personas pagaron su entrada para llenar el Salón de Convenciones de Filadelfia en la noche del 19 de febrero de 1941 para ver un enfrentamiento tan desigual. Joe Louis estaba en la ciudad. Entendido que su oponente tenía dos brazos y dos piernas, querían ver al “Bombardero Café” hacer lo suyo, en persona.

Era una forma de hacer parte de la historia, algo qué contar a los nietos. Louis era más que un campeón de boxeo. Era todo un ícono cultural y una fuerza de unidad entre razas durante casi 12 años como campeón de los pesos completos. Vamos, cuando ya había terminado su carrera, prácticamente todos amaban a Joe Louis.

Incluso, luego que la televisión se convirtió en la principal fuente de dividendos de boxeos, esta dinámica peculiar se mantuvo presente. Cincuenta y cinco años después que Dorazio colapsara a los pies de Louis, más de 45,000 personas se hicieron presentes en el Sun Bowl de El Paso, Texas, para ver a Oscar De La Hoya despachar a un adversario contra el cual tenía una ventaja prácticamente absurda en menos de tres asaltos.

Muy pocos de los espectadores habían oído hablar de Patrick Charpentier hasta que el francés fuera seleccionado como la víctima designada del “Niño de Oro”. Fue el punto cumbre de la “Oscarmanía” y no habría importado si Patrick Star hubiese estado en la otra esquina.

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De La Hoya lo tenía todo: velocidad, poder, talento de sobra, junto a la adoración de millones de féminas enamoradas, desde adolescentes hasta abuelas. Fue su ardiente apoyo que lo llevó a alcanzar un nuevo nivel: el de un boxeador como estrella de rock.

Siempre ha existido un grupo selecto de boxeadores que, por una variedad de motivos, han resonado con los fanáticos de forma tal que no importa mucho contra quién van a pelear.

El público que asiste a los combates y paga por verlos en TV selecciona a los miembros de este grupo exclusivo y se requiere mucho más que ser simplemente un muy buen o gran boxeador para llegar a ese nivel. Vasiliy Lomachenko, quien defenderá su título de los pesos ligeros contra José “Sniper” Pedroza este sábado, aún no ha alcanzado ese cotizado estatus a pesar de tener el primer puesto en la mayoría de los rankings entre los mejores peleadores “libra por libra” del mundo.

No existe una fórmula exacta para conseguirlo. Sin embargo, todos los boxeadores, del pasado y presente, que han llegado a ese nivel han contado con un elemento que los ha distinguido del resto, una cualidad estética que sirvió de combustible para su ascenso indetenible.

Sugar Ray Robinson aportó gracia poética al deporte, fluyendo como un río y destruyendo como una inundación. Su veneno era dulce pero lleno de cianuro, una combinación irresistible, como nunca se había visto en el boxeo.

Claro que algunas de sus jornadas de exterminio fueron anticipadas; no obstante, peleó contra muchos de los grandes boxeadores de su tiempo, aunque ver a Sugar Ray en carne y hueso era más que suficiente.

Sugar Ray Leonard fue su discípulo más exitoso; no era el original, aunque logró emular suficientes elementos de su mentor para colocarlo en la misma categoría de boxeadores a los cuales había que ver.

Muhammad Ali ha sido denominado como “el Sugar Ray Robinson de los pesos completos”. No obstante, fue mucho más que un boxeador magnífico. Sus peleas siempre fueron noticias de primera plana. Durante el punto cumbre de su carrera, era considerado con méritos como el hombre más famoso del mundo y tras su muerte, sigue siendo parte esencial de los elementos principales de la cultura norteamericana.

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Mike Tyson no tenía nada de elegante; sin embargo, había un elemento magnífico en su brutalidad, por la forma como despachaba a sus rivales, con un aplomo tan feroz. “Iron Mike” fue la personificación de lo que millones de personas consideraban debía ser un campeón de los pesos pesados: una despiadada máquina de noquear, que inspiraba miedo en los corazones de sus oponentes.

Su imagen como “el Hombre Más Malo del Planeta” fue tan incrustada en la mente del público, que seguía viva mucho tiempo después que Buster Douglas y Evander Holyfield demostraron la mortalidad del campeón.

Los aficionados adoraban a Roy Jones, porque nunca habían visto a nadie como él y lo consideraban invencible. Sus asombrosos reflejos y velocidad con sus manos deslumbraban a admiradores y oponentes por igual. Cuando terminó demostrando que era humano al igual que el resto de nosotros, no les importó a sus fieles seguidores. Incluso hoy, tras su largo y deprimente adiós, los admiradores de Roy lo consideran el mejor que jamás hayan visto.

Floyd Mayweather rompió todas las reglas y terminó siendo el boxeador más acaudalado de todos los tiempos. Cuando su capacidad superior como boxeador terminó siendo irrelevante para conseguir la fama y fortuna que él consideraba merecía, se convirtió en el villano de la película, plan de mercadeo que lo convirtió en súper estrella.

Lo más destacable de todo era la habilidad de Mayweather de atraer a millones de aficionados, ansiosos de ver lo que terminaban siendo, en su mayoría, combates tediosos. Aparentemente, lo único importante era su récord invicto y el saldo de su cuenta bancaria. Marcó tendencia y fue capaz de entender el pulso de los tiempos y supo aprovecharlo, haciendo un movimiento tan brillante como cualquiera de los utilizados por “Money” dentro del cuadrilátero.

En ocasiones, el lugar de dónde proviene un boxeador lo es todo. Canelo Álvarez es boxeador de élite; sin embargo, su enorme cantidad de seguidores mexicanos y de origen azteca (siendo la demográfica de mayor crecimiento en Estados Unidos) que le hacen especial. Si se requiere mayor prueba de ello, el contrato por cinco años y $365 millones de dólares que firmó Canelo recientemente con DAZN es más que suficiente.

Si Lomachenko desea unirse a este exclusivo grupo, deberá hacerlo, estrictamente, por su extraordinaria habilidad como boxeador.

En este momento, el aficionado casual del boxeo lo percibe como otro peleador de Europa Oriental con un nombre extraño que les cuesta pronunciar. Sin embargo, un nombre poco familiar no detuvo a Manny Pacquiao en su camino a convertirse en súper estrella internacional y no será el factor decisivo en el caso de Lomachenko.

Lomachenko peleará contra Pedroza en el Hulu Theater, con 5.600 asientos, este sábado en el Madison Square Garden, en vez de la arena principal, en la cual caben 20.789 almas. Él disputó su pelea previa en ese gran espacio, noqueando en 10 asaltos a Jorge Linares (el que podría ser considerado su adversario mejor calificado hasta ahora), atrayendo a 10,429 aficionados. Nada mal, pero fue la mitad de la capacidad.

El combate contra Pedroza será el cuarto consecutivo para Lomachenko transmitido por ESPN, lo cual le ha dado una exposición mediática mucho mayor a la que tenía cuando sus peleas eran emitidas por HBO. Existen todos los motivos para pensar que su afición crecerá de forma exponencial.

Pedroza (25-1, 12 KO) no tiene un historial similar al de Linares; sin embargo, es un oponente respetable, ubicado actualmente en el quinto puesto de los rankings divisionales de ESPN.com. Esto probablemente no hará mayor diferencia en la taquilla. No solo se trata de que el retador boricua es relativamente desconocido; además, Gervonta Davis se le impuso el año pasado.

A pesar de ello, existen buenos motivos para ver a Lomachenko (11-1, 9 KO) cada vez que sube al cuadrilátero. Es capaz de hacer cosas que nadie más puede igualar. Es un peleador de la nueva era, un atleta de “alta tecnología” con el boxeo en la sangre y el caos en el corazón.

Lomachenko es campeón indisputado a la hora de crear ángulos para sus golpes y parece siempre estar en el lugar correcto en el momento preciso. El patrón geométrico de su movimiento crea una matriz laberíntica, de la cual es virtualmente imposible de escapar. Nadie ha logrado aguantar la duración completa de un combate contra él desde Suriya Tatakhun, en noviembre de 2014.

“Técnicamente hablando, Vasily Lomachenko es el mejor boxeador que he visto desde las primeras etapas de Muhammad Ali”, expresó Bob Arum cuando firmó al ucraniano con un contrato profesional.

¿Saben qué? Arum podría tener razón.

El prólogo al éxito profesional de Lomachenko fue su espléndida carrera amateur con récord 396-1, que incluyó sendas preseas de oro en los Juegos Olímpicos de Beijing 2008 y Londres 2012. Fue en esta etapa como aficionado que ganó su reputación como un peleador singular y terrorífico.

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“Gracias a Dios no había un Lomachenko en mi división en aquél entonces”, expresó Istvan Kovacs, ganador del oro olímpico en 1996. “Nunca había visto a un boxeador como él”.

Y he allí la clave. Lomachenko es único, un innovador que ha perfeccionado un estilo muy propio. Eso es más que suficiente para muchos aficionados y no sorprendería mucho ver repleto el Hulu Theater cuando Lomachenko y Pedroza suban al cuadrilátero.

Sin embargo, el tamaño de la audiencia televisiva será mejor indicador del crecimiento de Lomachenko como atracción. Un nocaut sensacional sería, ciertamente, un paso en la dirección correcta.

Después de todo, eso es lo que se supone que un boxeador súper estrella debe hacer.

Por Nigel Collins | ESPN.com

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