Ganó Muhammad Alí, pero Ringo Bonavena se llevó toda la historia

Mientras el invierno de aquel 1970 se apropiaba de Nueva York, su máximo teatro boxístico, el Madison Square Garden cedía su escenario para que suban a escena los máximos exponentes del circo mediático de la época, aunque estos términos aún no se utilizaban.

FOTO ARCHIVO LA CAIDA.- Bonavena por el tapiz, Alí, cerca, sin respetar la distancia. Haciendo trampa.

Mohammed Alí (El amado de Dios, su nombre desde que se convirtió al Islam) estaba en busca de su retorno a la corona mundial de los pesados que había perdido (injustamente) por su activismo pacifista por negarse a ir a la guerra de Vietnam, donde – como sabemos- la gran mayoría de soldados eran pobres y negros, o las dos cosas.

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Oscar Natalio “Ringo” Bonavena estaba en alza. Era su gran oportunidad de consolidarse ante un mercado que necesitaba de un blanco entre los pesados. Ambos eran bocones estudiados, provocadores de estilo que sabían venderse ante un mercado periodístico que compraba todo, algunos por inocencia y otros por conveniencia. Ringo lo llamó “chicken” (gallina) a Ali en plena presentación del combate y el otro le auguró que lo noquearía en el noveno asalto para hacerlo sufrir. Ambos se equivocaron.

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En ese momento los dos tenían 28 años y apuntaban a tomar el envión final de su carrera.

Alí había nacido como Cassius Marcellus Clay Jr, el 17 de enero de 1942; Ringo, el 25 de setiembre del mismo año. Los dos eran pobres de origen y parlanchines de profesión, además de boxeadores. En ambos rubros se destacaban.

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Los estilos eran diferentes, aunque perseguían el mismo objetivo: herir, provocar, hacerse notar. Alí contaba con un léxico atildado que le otorgaba su formación religiosa, delicadamente cuidada por sus mentores. El argentino, a decir del colega Víctor Adrián Michelena en su obra “Bonavena, el boxeador que hizo política”), apelaba a una “franqueza que casi siempre era desmedida y grosera”.

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Para aquella pelea se puso en juego el título nacional de EE.UU de los pesados fiscalizado por la NABF (North American Boxing Federation), se pactó a 15 rounds y su televisación a nuestro país logró picos de rating exorbitantes desde la pantalla de Canal 7.

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El combate fue duro. Terrible. Alí (que medía 1,91 metros) subió con 107 kilos y Bonavena (1,79), con 99. Enseguida quedó claro que el ex campeón ya no era el mismo, aunque su calidad estaba intacta. Ya no era la avispa que “picaba y volaba”, y delante suyo tenía a una mole, de pies planos, que tiraba golpes de derecha o izquierda (era zurdo) con la misma potencia.

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Fue una batalla terrible. No hubo nocaut en el noveno, como se había prometido, es más, en ese asalto se vio lo mejor de Ringo. Ya en el último, el 15, Alí lo mandó a la lona al argentino, pero con la complicidad del árbitro local Mark Conn nunca se fue al rincón neutral – como indica el reglamento- y lo tiró a su oponente dos veces más, siempre a mansalva, sin código. Cuando faltaban 57 segundos para el final el juez decretó el nocaut técnico.

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El resto de la novela de ambos es conocido. Bonavena (que acumularía en su historial 68 peleas (58 G 9 P 1E), pasó a la historia pese a perder. Su rival (61 combates, 56G 5 P), fue por la revancha. Pero todo fue boxeo. Después está la vida real, la que no perdona y – muchas veces- se olvida-

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Una bala en el ingreso de un prostíbulo se llevó al grandote de Parque Patricios, que era hincha de Huracán, que comía los ravioles de su mamá Dominga, actuaba con Pepe Biondi y cantaba (muy mal), a los 33 años. La verdadera fama, el reconocimiento vendría después. Fue mito; amado y odiado. Fue “Ringo” para siempre.

Alí debió esperar que la vida se apiade de su pobre cuerpo hasta 2016 donde el Parkinson lo abandonó luego de varios años para entregarlo, mansamente, a la muerte. Igual, es leyenda.

Por Edgardo Peretti | diariolaopinion.com.ar

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