El triunfo del Arte: A 50 años de la victoria consagratoria del “Intocable” en Japón

“Dame una Coca Cola y un cigarrillo. Nada más, es lo único que necesito en el día”. Eso, sólo eso, era lo que “mangueaba” Nicolino Locche en Tokio, donde llegó  en diciembre de 1968 para una histórica pelea contra el hawaiano de origen japonés Takeshi Fuji.

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Eran épocas diferentes para el boxeo -y para el deporte en general- en las que un atleta estaba lejos de la estricta preparación actual y podía permitirse esos gustos a días de un combate trascendental.

Locche, además, tenía el lujo de confiar en una técnica que algunos criticaban por poco ortodoxa pero muchos adoraban por su enorme vocación estética.

Su talento para el esquive le había ganado el sobrenombre de “Intocable” y lo volvía un auténtico espectáculo sobre el ring.  Locche ganaba por cansancio. Sus rivales se agotaban de tirarle golpes sin dar en el blanco y él contragolpeaba.

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Del otro lado había un rival entrenado en artes marciales, famoso por su rostro imperturbable. El año anterior, se había llevado el título superligero al derrotar al italiano Sandro Lopopolo.

Una siesta antes de las “piñas”

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Nicolino, sin embargo, encaró la pelea con pasmosa confianza. Tanto que hasta se permitió una siesta en el vestuario del estadio Kuramae Kokugikan en Tokio durante la previa al combate.

“Se acostó para relajarse y se quedó profundamente dormido”, supo recordar Ernesto Cherquis Bialo,  veterano cronista de boxeo, en un artículo que escribió para Infobae. “Nunca antes y nunca después se vio a un boxeador bajo tal placidez una hora antes de subir a un ring”, recordó.

Y el devenir de la velada le daría la razón. Aunque el talento sobrenatural de Locche para el esquive volvió a brillar, el ataque hacia Fuji pronto se reveló como devastador.

La inflamación creció en los pómulos y los párpados del japonés. Su desempeño se volvió cada vez más lento y cuando se abrió la puerta del décimo round, pudo vérselo moviendo negativamente la cabeza: ya no quería volver al cuadrilátero.

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La indignación del público ante la decisión de Fuji no hizo mella en la alegría del primer título mundial de Locche, quien pronto quedó enmarcado por por una bandera argentina que portaba el embajador argentino en Japón, Juan B. Martin.

Pero la auténtica fiesta estaba en la Mendoza natal del boxeador: caravanas de autos y motos hacían sonar sus bocinas en el centro y el nombre del nuevo campeón estaba en la boca de todos.

Otra palabra, mientras tanto, sonaba entre el público que había presenciado la fenomenal victoria en Tokio. Admirados, sin poder quitar los ojos de la figura de Nicolino, un coro en idoma japonés se hizo claro: “¡Nisei! (¡maestro!)”.

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Después de esa victoria consagratoria, Locche defendió el título con seis victorias hasta que lo resignó en 1972 ante Alfonso Frazer. Un año más tarde tuvo otra oportunidad ante Antonio Cervantes, pero también perdió. Se retiró en 1976.

Por bigbangnews.com

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