Jack Johnson: El perdón póstumo, 105 años después

Animado por una llamada personal de Sylvester Stallone y, seguramente por su amigo Mike Tyson -a quien le quitó una novia- el imprevisible presidente estadounidense Donald Trump confirmó el mes pasado el perdón al boxeador Jack Johnson por una condena injusta de hace nada menos que 105 años atrás, cuando fue acusado de “viajar de un estado a otro con una mujer soltera  con propósitos inmorales”.

Transportémonos al año 1913, en un país donde permanece la segregación racial en los estados sureños. Jack Johnson era el campeón de los pesos pesados, negro e inexpugnable. Además, fanfarrón, extravagante, orgulloso y aficionado a las jovencitas blancas. Toda una ofensa para los puristas de la raza.

Las victorias de Johnson se convertían en disturbios  y linchamientos, amenazas del Ku Klux Klan y el odio por gran parte de la América aria, que buscaba la forma de derrotarle, dentro o fuera del ring.

Basándose en la antes enunciada Ley Mann, apoyándose en la denuncia por secuesto de la madre de su tercera esposa, Lucille Cameron, y en el testimonio de una antigua pareja, Johnson fue condenado a un año de prisión y 1.000 dólares de multa. El boxeador, en su mejor momento deportivo, huyó a París con Lucille, donde siguió compitiendo para sobrevivir.

En 1915, aceptó dejarse vencer en un combate en Cuba contra Jess Willard, a cambio de un supuesta supresión de su pena. Jack Johnson ‘cumplió’ su parte, pero no existió tal pacto.

Regresó en 1920 y asumió, resignado, 11 meses de condena. Su mejor época se perdió durante el destierro. Boxeó hasta los 50 años y murió en 1946. Su país tardó 105 años en rectificar su condena. Nunca es tarde, pero casi es nunca.


La segregación en el boxeo se terminó con él


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Jack Johnson vivió en una época complicada para los nacidos con piel oscura. Hasta su combate contra Marvin Hart, en 1905, negros y blancos competían siempre por separado.

Johson tuvo la “suerte” de medirse en igualdad de condiciones -aunque bajo enorme presión- contra los mejores de su tiempo. Otros excelentes púgiles negros de comienzos del siglo XX, como Joe Jeannette, Sam McVey, Sam Langford y Harry Wills nunca tuvieron esa oportunidad y, marginados, sólo pudieron competir entre ellos.

Existía entonces la mentalidad de que los púgiles negros eran vagos y débiles. Johson desterró estas ideas, batiendo a Tommy Burns, Stanley Ketchel, al ídolo popular James Jeffries -el combate del siglo- o a Jim Flynn, los mejores de la raza caucásica. Otros, como John Sullivan,  nunca aceptaron un combate contra él por su piel.

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Le gustaba el dinero, los coches rápidos y las chicas jóvenes y blancas. Su extravagancia fuera del ring y su arrogancia dentro de las cuerdas no gustaban a gran parte de los aficionados, que deseaban la aparición de su antídoto. Nadie encontró la fórmula.

Johnson se casó cuatro veces y se prodigó en todo tipo de negocios. Una compañía cervecera en Canadá, un gimnasio en Nueva York… Su pasión por la velocidad le costó la vida en 1946. Conducía un Lincoln Zephyr que se salió de la carretera. Apenas sobrevivío unas horas al impacto.

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Los entendidos del boxeo reconocieron sus méritos  mucho antes de morir. Los defensores de las causas sociales y los pioneros del deporte reivindicaron su figura años después. El Congreso de Estados Unidos limpió su expediente hace unos meses. Como todo adelantado a su tiempo, sufrió por mostrar en exceso su enorme talento.

Por Daniel Montero | laregion.es

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