Érica Farías: la campeona sin corona que le ganó a la violencia y vuelve por todo

Por Jazmín Bazán | Diario Clarín

Érica Farías entra al bar de siempre, en la zona norte del Conurbano. Tiene un vestido negro, una sandalia en un pie y una bota ortopédica en el otro. Sus brazos fuertes, fuertísimos, mueven dos muletas de forma lenta aunque decidida.

El que no la conoce -y en ese lugar, todos la conocen- intuye que es un animal de lucha. Su mamá le puso “Pantera” y con ese apodo se coronó campeona mundial de boxeo, hace ocho años.

Alcanzó la gloria en los pesos ligero y súperligero. En total realizó 16 defensas de título, hasta que el 6 de octubre del año pasado cayó frente a la norteamericana Jessica McCaskill. Estaba preparando la revancha pero un accidente le hizo el peor juego de pies.

Mientras bajaba las escaleras para ir al gimnasio, se fracturó la tibia y el peroné. Farías contraataca. Sabe lo que es poner una pausa antes de volver con todo.

Cuando era chica, Érica veía boxeo en la tele con su papá, más por curiosidad que por gusto. En el secundario, la observación se convirtió en interés y empezó a entrenar en una sociedad de fomento. “Al principio no tenía ni bolsa”, cuenta. La primera vez que peleó se quería escapar del ring.

Viene de abajo, del barrio sanfernandino de Santa Rosa.Los guantes le dieron un propósito. Durante su adolescencia, la alejaron de la calle y la ayudaron a adquirir confianza en su cuerpo“El boxeo me salvó la vida”, afirma. La definición no es exagerada.

En 2006, sufrió un intento de homicidio por parte de su novio golpeador. Era la culminación de una cadena de violencias, que había empezado con un control sobre su entorno social e incluyó una puñalada.

La Pantera ve diariamente el noticiero y se sacude ante cada nuevo femicidio: “Yo lo viví y sé que no es fácil. Ese último día pude zafarme porque soy fuerte. Si no capaz no la contaba”, relata.

La decisión de rearmar su vida surgió por una mezcla de miedo y amor propio. Apoyada por sus papás y sus hermanos, rompió el círculo vicioso, resistiendo las amenazas de su expareja. Tuvo que dejar el boxeo por un tiempo. Para vivir, limpió casas de familia y oficinas. Unos meses después se consagraba campeona Panamericana.

A lo largo de su vida profesional, volvió a enfrentarse a otras caras del machismo y experimentó la peor faceta del mito sobre los “amigos del campeón”. En la previa al enfrentamiento con McCaskill, su mesa había estado llena. La noche de la derrota, comió sola con su novio.

Su entrenador la abandonó apenas perdió el título: el hombre se quedó en el estadio viendo otras peleas, junto al preparador físico. Fue uno de los momentos más tristes de su carrera y cree que no hubiera sido igual si fuese varón.

También conoce lo que es cobrar menos que sus compañeros, así como tener poca cobertura mediática. Algunos hablan de una “mujer en un mundo de hombres”, pero Érica responde con un dato invisibilizado: “Argentina tiene más mujeres que hombres en el podio”. Ocho, para precisar.

¿Cuántos conocen los nombres de las nueve campeonas, Anahí Sánchez, Victoria Bustos, Marcela Acuña, María Román, Daniela Bermúdez, Jorgelina Guanini, Leonela Yúdica, Evelyn Bermúdez o Yésica Bopp? ¿Y la historia de la Pantera?

“Ya demostramos que podemos dar un buen espectáculo. Espero que pronto los sponsors y la gente apuesten al boxeo femenino”, reflexiona. Desde el lado de las mujeres, ve que algo está cambiando: cada vez más chicas se acercan a los gimnasios. Preguntan, quieren divertirse o aprender a defenderse.

Érica en su bar favorito.

Gracias al boxeo, la Pantera conoció Europa, Estados Unidos, Asia y Latinoamérica. Y defiende su pasión contra todos los prejuicios.

Está convencida de que el boxeo educa y que la conciencia en la propia fuerza física no implica violencia, sino que estabiliza: “Hay gente que todavía no entiende que esto es un deporte. Está federado, tiene un referí, un reglamento, una historia”, dice.

Arriba del ring, vuelca varios condimentos que fue refinando a través de los años. Se define como una boxeadora “temperamental, fuerte, pensante”. Si al principio era un “maquinita que iba para adelante”, hoy combina una pegada fuerte con sensibilidad y técnica.

Ella ve en el boxeo un aprendizaje constante; seis golpes básicos que pueden desmenuzarse de forma casi infinita. Sus peleadores argentinos favoritos de todos los tiempos son Juan Martín “Látigo” Coggi y Sergio “Maravilla” Martínez.

Érica dirige una escuela municipal en Virreyes, que convoca a más de cien chicos de los barrios aledaños. El menor arrancó con ocho añitos. Confiesa que le encantaría sacar a un campeón del mundo, pero se conforma con dar a sus alumnos un espacio de contención, lejos de las drogas y las malas influencias.

En su casa, “cuelga los guantes” y deja de ser “la Pantera”. Le gusta arreglarse, pasar tiempo con su familia, amigos y cuidar a sus animales. Alguna vez, hasta participó de una sesión de fotos hot. Está de novia con una persona que la acompaña aunque no es del palo del boxeo. Para su enamorado, es “Eri” o “la gordi”.

Hace unos años, se puso una barbería para cambiar un poco el ambiente. “Se me ocurrió porque los hombres están coquetos. Yo no soy barbera, pero quería que fuera algo redituable sabiendo que la carrera es corta. Mi sueño es abrir un gimnasio más adelante”, comenta.

Cuando se retire, quiere seguir conectada con los chicos e iniciar una carrera en el periodismo deportivo. Tiene condiciones. Es muy entradora, nunca le faltan palabras y maneja lo suyo como pocas. También dice que le gustaría ser madre. No ahora. Todavía tiene pendiente la vuelta a los cuadriláteros.

En dos o tres meses su pierna va a estar rehabilitada. Con 34 años, la reina del peso superligero no quiere seguir sin corona.

Siente que la derrota fue producto de una decisión prematura y que su entrenador no la cuidó. La próxima pelea no la va a agarrar con la guardia baja: “Todos los días pienso cómo va a ser mi salida del vestuario, desde que llego hasta que vuelvo a ver a mi rival. Quiero tener mi título y esta vez voy por todo“.

 

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