La difícil historia de Pelusa Monzón: un rancho de adobe, el amor por el campeón, el perdón a Susana y su presente cerca de Dios

Por Matias Bauso – infobae.com

-Soy La Pelusa, la mujer de Carlos. Pelusa Monzón. Esta vez sólo una advertencia, la próxima te meto un tiro en la cabeza.

Algunos de los curiosos que esperaban en la vereda para ver a la estrella salir del teatro Astros la reconocieron. Susana Giménez, la destinataria de la amenaza, quedó paralizada.

Uno de sus asistentes la empujó hacia el auto que la esperaba con el motor en marcha. El romance de la diva y el campeón del mundo de boxeo había pasado del rumor persistente a la tapa de las revistas. Ella, Pelusa, salió a defenderse. Sin demasiadas palabras, sin sutilezas, con acciones, con su ley, con la ley que se crió y creció.

Ella es Mercedes Beatriz García. Pero todos la conocen con otro nombre y por su apellido de casada, por más que su divorcio fue en 1974. Pelusa Monzón, la esposa del boxeador. La que lo acompañó en su ascenso al estrellato, la que fue dejada, a la que Monzón abandonó por Susana Giménez, la que tuvo tres hijos con él.

Monzón era amigo de dos de los muchos hermanos de Pelusa, Raúl y Francisco. Mientras tomaba mate con ellos miraba a la chica hasta que ella se fue a la Capital para trabajar como empleado domésticaCarlos Monzón era boxeador amateur, mientras hacía changas e intentaba múltiples oficios: albañil, lechero o lo que surgiera.

Pelusa volvió a Santa Fe y se cruzaron en un baile. Él la vio sentada y cabeceó invitándola a salir a la pista. Ella se negó varias veces. “Che, Raúl, andá a hablar con tu hermana, decile que la invito por última vez ¡Si no sale, la voy a buscar y la saco de prepo!”, así le narró el episodio Monzón a Ernesto Cherquis Bialo en sus memorias. Esa noche bailaron al ritmo del tema de moda: Pity Pity de Billy Cafaro.

Salieron un tiempo. Los padres Pelusa no veían la relación con buenos ojos. Demasiada pobreza junta, pocas expectativas y el enamoramiento que hacía que no quisiera volver a Buenos Aires donde podía conseguir un trabajo mejor remunerado.

Monzón le propuso casamiento aunque los tiempos no fueran buenos. Ella aceptó. Tuvieron una pequeña tormenta cuando se lo dijeron a los padres de ella. No era una casa fácil. Dos de los hijos de García se habían suicidado. Mandaban la pobreza, el alcohol y a violencia. La determinación de los novios se impuso. Él tenía 19 años, ella 15.

Ambos, ya en épocas en que lo material no era un problema, contaron la anécdota de la libreta del casamiento. Cuando llegaron al registro civil, antes de pasar a la sala en que el juez los casaría, un empleado les pidió el dinero para pagar la libreta de matrimonio. Los novios miraron entre sí con consternación. La libreta salía 170 pesos y entre los dos apenas juntaban 20. Un tío de la novia salió al rescate y pagó la libreta (y los pasajes en tranvía para volverse hacia la casa del padre de la novia en la que las dos familias comerían un asado). No hubo luna de miel ni hogar conyugal. Apenas un colchón más tirado en el piso de la casa de dos ambientes de los García. Eran siete los que dormían en el comedor por las noches.

Al poco tiempo nació Abel, el primer hijo del matrimonio. Pero no el primer hijo de Monzón. Él había tenido antes otro hijo, Carlos Alberto, con Zulema Encarnación Torres, otra chica santafesina. Hijo que recién reconocería ante los medios cuando estaba en la cumbre de su carrera deportiva, muy poco antes de su retiro. Luego llegaría Silvia, la única hija, la preferida del padre. Y por último, el tercer hijo del matrimonio, Raúl Carlos, uno adoptivo, que llegó abruptamente, que Pelusa aceptó y educó y crió, aunque todos supusieran que era fruto de una aventura extramatrimonial del boxeador.

Cuando llegó Abel y con el dinero cobrado en una de sus primeras peleas, por consejo de Amílcar Brusa, los Monzón compraron un terrenito en un barrio pobre. Allí con ayuda del padre y los hermanos de Carlos construyeron su primera vivienda hecha de barro y techo de paja.

El periodista Carlos Irusta narra en su muy buena biografía del boxeador que Pelusa una vez le dijo: “¿Usted vivió alguna vez en un rancho? Entre los dos nos matamos por salir del barro, por salir de ahí, por vivir un poco mejor… Al barro, nunca más“.

Luego, con el ascenso de Monzón, con sus peleas iniciales en Buenos Aires, construyeron una casa de materiales y cada tanto le agregaban una nueva habitación. La foto de Monzón trasladando una carretilla salió en todas las revistas deportivas después de su consagración ante Nino Benvenuti (1970) como símbolo de su progreso.

De esa pelea también quedan las imágenes de Pelusa abrazándose con familiares en un canal de televisión santafesino, rodeada por autoridades municipales, con un cigarrillo en su mano y lágrimas en los ojos: ese nocaut demoledor, esa piña que derrumbó a Benvenuti en un rincón, marcaba una nueva era. Las privaciones quedaban atrás definitivamente.

Amílcar Brusa, el entrenador, fue muy importante en la vida de Monzón. La única persona a la que siempre obedeció, sobre la que nunca desplegó su furia. Brusa no lo tuteaba, le hablaba pausadamente y su mensaje llegaba. Era, también, quien salía a cubrir las consecuencias de la violencia cotidiana de Monzón. Negociaciones con comisarios, charlas con periodistas para que no dieran a conocer algún escándalo, pedidos de paciencia a Pelusa, y hasta la organización de un viaje relámpago a Brasil para que Monzón peleara y saliera del ojo de la justicia santafecina por unas semanas hasta que todo se olvidara una vez más.

Faltaban unos meses para que conociera a Susana. Sin embargo Monzón empezó a salir con una chica de Santa Fe. Pelusa se enteró, como tantas otras veces. Pero esta vez decidió no dejarlo pasar.

Monzón, por esa chica, se había olvidado de que su hija Silvia iba a encabezar la comparsa principal en el corso. La amante (cuando recuerda el episodio Pelusa con naturalidad dice “Carlos tenía una novia”) vivía cerca de la cancha de Unión. Hasta allí fue Pelusa. A los gritos le reprochó a su marido la situación: el engaño y el haberse olvidado del compromiso con su hija. Monzón tardó en salir de la casa. Creyó que lo mejor era esperar a que Pelusa se cansara. No le gustaba enfrentarla.

Los vecinos se asomaron por las ventanas y algunos se acomodaron en la puerta de sus casas para presenciar el espectáculo. Monzón, finalmente, salió. Su pose de macho lo hizo pretender callar a su mujer. Ni siquiera intentó una excusa, ni unas disculpas, o un pedido para hablar después. Gritos, insultos, empujones y algún golpe. Ahí todo cambió. No era la primera vez que Monzón le pegaba pero en esa noche santafecina, Pelusa hizo lo que alguna vez se había permitido imaginar pero que creyó que nunca haría. Sacó una pistola de su cartera y disparó varias veces contra Monzón, su marido. Nunca negó los hechos. Cuando los periodistas le preguntaron a lo largo de los años sobre el hecho, ello lo reconoció sin problemas. Al principio entre risas, las últimas veces con mayor circunspección. Pelusa dijo que quiso asustarlo. Sin embargo dos de esos disparos dieron en Monzón. Uno en el brazo derecho y otro quedó alojado detrás del omóplato izquierdo.

Este episodio es una muestra del funcionamiento de la pareja, allí se encuentran aglutinadas cada una de las características de la dinámica de ese matrimonio conflictivo, enfermo, pero tan habitual en su época. Engaño, destrato, violencia. También en su resolución inmediata. La chica se esfumó, la gente se volvió a meter en sus casas, la policía no intervino y fue Pelusa quien se hizo cargo de la situación. Llamó a Amílcar Brusa, el entrenador de Monzón, quien consiguió un médico que se dispuso a curar al entonces campeón del mundo. Una vez más Pelusa y Brusa lo asistían. La bala del brazo fue extraída, la otra quedó alojado por siempre en el hombro (la imagen radiográfica con el proyectil acostado sobre uno de los huesos del hombro se publicó en varias revistas tiempo después).

Pelusa, muchos años después, reconoció que la nueva situación económica, luego de tantas necesidades que había pasado en su juventud, había alterado su conducta. “Pensaba que porque tenía plata, me podía llevar el mundo por delante”, dijo.

Cada tanto, ni la fama ni los millones de Monzón, ni siquiera la intermediación de Brusa podían detener que las agresiones del boxeador tuvieron consecuencias públicas. Ocho puntos de sutura tuvo que recibir Pelusa sobre su ceja derecha. Arco superciliar derecho decía la denuncia policial. Un término que utilizaba Caffarelli y los otros míticos relatores de boxeo para explicar esos cortes.

La ocasión de esa pelea fue otro evento familiar, un cumpleaños de Abel en un bar santafesino. Se cuenta que en algún momento de la noche, antes o después de las trompadas de Monzón, que Pelusa le tiró una botella por la cabeza. Parecía que Pelusa le perdonaba las infidelidades y los maltratos pero no que incumpliera con sus hijos.

Lo sorprendente es que este tipo de eventos, agresiones e incidencias policiales, en contra de Pelusa, Susana Giménez, u otras personas se repitió con constancia a lo largo de la vida pública de Monzón pero encontraron poco eco y repercusión en los medios hasta el femicidio de Alicia Muñiz. Un rápido repaso: esta denuncia de Pelusa, la escena de los tiros, los golpes a Susana de los que varios enviados especiales a las peleas por el título del mundo fueron testigos, una internación de urgencia tras un festejo de año nuevo en 1972, una condena de un año y seis meses de prisión en suspenso en 1976 por lesiones graves ocasionadas al fotógrafo Alberto Moreno, una condena en 1978 por chocar adrede con su Mercedes Benz a un colectivo de línea luego de una discusión, una gresca con destrozos y heridos en un bar de Santa Fe en 1979, un mozo de un boliche bailable de la misma ciudad internado luego de ser golpeado por Monzón un año después, una detención de más de un mes en 1981 por tenencia de arma de guerra. Y esta es una enumeración no taxativa de sus hechos delictivos y escándalos.

Luego llegó, la parte más conocida de la historia. La filmación de La Mary,la aparición de Susana Giménez, el romance en todas las tapas de revistas y en las portadas de los diarios. La violencia entre Pelusa y Carlos se incrementaba ante el estado público de la relación paralela de él. Las otras, las que no salían en los diarios, la habían enfurecido pero también las había soportado. Esta por su trascendencia era casi imposible.

La amenaza en la puerta del Astros fue el primero de los encuentros entre las dos mujeres. Pelusa no se privó de intentar molestar a Susana, de amedrentarla con su presencia en esos años. En el estreno de La Mary en Santa Fe la persiguió en la entrada, poniéndola nerviosa, jugando a incomodarla y obligando a que se desplegara una red de contención para que las mujeres no quedaran cara a cara.

Cuando la relación con la futura diva de los teléfonos ya era oficial y ante una pelea de Monzón en el Luna Park, Tito Lectoure tuvo que desplegar un operativo para que las dos no se cruzaran. Ese día la pulseada fue para la dura Pelusa. Ring side junto a sus hijos. Susana se sentó en las últimas filas de las plateas pero del otro lado del ring. Ambas entraron y salieron por puertas diferentes.

Con Susana Giménez también hubo agresiones y separaciones momentáneas. En una de ellas los periodistas corrieron a ver a Pelusa: “No se olviden que Carlos y yo tenemos tres hijos. Si decide volver, me olvido de todo y lo perdono”, dijo.

Algo parecido declaró muchos años después. En 1988, apenas ocurrido el asesinato de Alicia Muñiz, dijo: “Sé que el Negro algún día va a volver conmigo”. Y recibía al periodista de Gente en el mismo departamento que había vivido con Monzón antes de la separación. La presencia del ex campeón del mundo en cada rincón de la casa llamaba la atención.

Posters gigantes de su cara en el living, cinturones de campeón, Olimpias de Oro, tapas de revistas, afiches de películas. La relación entre ellos luego de la separación fue más pacífica que durante la convivencia. Ya no hubo golpes. Pelusa lo acompañó en los malos momentos, Monzón se hacía cargo de las necesidades económicas de ella y de los hijos. Habían salido del mismo lugar y ese origen común seguía pesando. Monzón no se privaba de espantar a posibles candidatos de su ex esposa o de intimarla a adelgazar si la veía excedida de peso.

En 2005 las dos mujeres se reencontraron en el programa de Susana. Ella le pidió disculpas y negó saber que Monzón siguiera casado cuando iniciaron su relación. Con gracia y elegancia Pelusa aceptó las disculpas y tuvo otro momento de efímera fama que sirvió para suturar parte de las heridas antiguas del corazón.

El éxito de la serie biográfica sobre el boxeador reavivó el interés sobre su vida y la de las personas que lo rodearon. Es natural es una gran historia con muchas aristas, con muchos mundos para contar. La historia del camino de la pobreza al éxito, el del boxeo, el Luna Park, la farándula de los setenta, el jet-set europeo, Lectoure, Alain Delon, Susana Giménez, el periodismo deportivo de esos años, la violencia, el femicidio, el caso judicial, la vida en la cárcel, la respuesta de la sociedad ante la victoria y la caída.

Pelusa Monzón es uno de esos personajes, uno atractivo, que tuvo gran participación en esa historia. Mientras muchos de esos episodios se recrearon y varios de los protagonistas aparecieron en los medios, Pelusa eligió el perfil bajo. Casi no dio notas. Sus hijos y nietos la protegieron.

Recién dejó el silencio esta semana con una nota en la revista Caras.Transitando los setenta años es una mujer más calma, que encontró después de mucho tiempo la felicidad, que recuerda pero que ya no odia, que no dejó que el rencor reaparezca en su vida. La televisión, de las cámaras, los flashes y la atención pública ya no ejercen atracción sobre ella. Desde principios de los años noventa, cuando Monzón todavía estaba con vida pero preso, ella se abrazó a la religión. Desde ese tiempo se mantiene activa dentro del evangelismo.

También habló brevemente en Pampita Online. Y recordó la relación que Monzón tuvo con Susana: “Puede perdonarlos. Yo caí en depresión, pero después conocí a Cristo y me pude sentar con Susana porque ya la había perdonado. No se puede fingir algo que no se siente”.

Agregó, antes de despedirse, que el amor entre ellos nunca había muerto: “Nosotros nos separamos porque éramos muy celosos, no porque no hubiera amor”.

Mercedes Beatriz García, Pelusa, se refugia en sus afectos. El reposo de una guerrera. Fue una mujer dura con una vida difícil. Fue una de las pocas personas, tal vez la única, a la que Monzón temió. En tiempos en que la norma era aguantar y callar, ella gritaba, devolvía los golpes, tiraba cosas y hasta disparaba. Se enfrentaba cara a cara con campeones del mundo y divas del espectáculo.

Ahora descansa cobijada por hijos y nietos. Vive otro tiempo, un tiempo en el que desea que la estela de la violencia sólo sea un agrio recuerdo de un pasado lejano.

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