Esta fue la primera entrevista que dio Carlos Monzón en la cárcel: “Prefiero que me maten”

Por Cherquis Bialo – infobae.com

Mientras se sostiene con indiscutido éxito la miniserie Monzón (Space, estreno, lunes a las 22, 10° capítulo), rescatamos valiosas piezas periodísticas de la época que podrían contribuir a conocer más profundamente al protagonista de la tragedia. Fue en esta nota que nos confesó: “Antes de estar aquí preso prefiero que me maten…”.

La celda medía 2.50 por 3 y en su interior estaba alojado el preso 646: Carlos Monzón.

Había una cama de cemento empotrada, un asiento circular fijado al piso, la mesa era pequeña y estaba adosada a una de las paredes donde descansaba una repisa que dejaba ver ejemplares de las revistas de época El Tony y D’Artagnian justo encima del inodoro y apenas sobre una piletita.

Una ventana de 30 por 40 centímetros dejaba ingresar una mínima porción de claridad y algo de aire tras un leve movimiento de palanca.

Sobre la invulnerable cama había un delgado colchón raído, una sábana, una frazada, una almohada y podía advertirse encima de la mesa una jarra y plato, ambos de metal.

Era una celda del área de Sanidad del Penal donde el ex campeón del Mundo con luxación de la clavícula y una contusión en el brazo izquierdo debió permanecer por dos meses hasta que el doctor Alberto Zelaschi, subalcalde médico de Batán le diera el alta.

Transcurría el 25 de marzo de 1988 cuando logramos la primera entrevista que habremos de reproducir en esta nota.

El reportaje de entonces lo realizamos con Carlos Irusta –prestigioso colega, compañero de entonces– y fue publicado por la revista “El Gráfico” en su edición N° 3573 del 29 de Marzo de 1988 –cuarenta días después del homicidio de Alicia Muñiz- bajo el título: “El Monzón que nunca hubiéramos querido reportear”.

Carlos Monzón enciende un cigarrillo y responde a Carlos Irusta y Cherquis Bialo, enviados de la revista El Gráfico a Batán para realizar la primera entrevista tras las rejas.

Antes que nosotros ya habían pasado a visitarlo sus cercanos amigos de entonces: Alberto Olmedo, Javier Portales, Roberto Rimoldi Fraga y Adrián “Facha” Martel, todos hoy fallecidos.

Monzón siempre tuvo una visita infaltable durante los casi ocho años que permaneció en presidio en las tres cárceles a las que fuera destinado Batán, Junín y Las Flores (Santa Fe). Esa persona fue su hija Silvia, quien no faltó jamás para ver a su padre los días autorizados, llevarle comida, ropa y cosmética sometiéndose a la humillante revisación para poder ingresar dos veces por semana.

Monzón valoraba este esfuerzo de Silvia y aunque en sus diálogos no había ternura pues no se le conocen a Monzón gestos sensibles, él la esperaba y ella estaba allí, infaltable en la fila para entrar desde la noche anterior.

Estos son los segmentos fundamentales de aquella primera entrevista.

Foto de apertura de la entrevista a Monzón en la revista El Gráfico. En ese entonce, el ex boxeador tenía 46 años.

“Cuando me encontré frente a él cuarenta días después del hecho – el 25 de Marzo de 1988- nada de cuanto había imaginado se aproximó a la realidad. Fue como si Monzón estuviera en el camarín concentrado, aguardando la hora de subir al ring. Lo único extraño al ámbito fue ver a dos funcionarios de la Unidad Penitenciaria N° 15, la de Batán siendo testigos del diálogo, en una sala reducida con lugar para tres sillas y un escritorio. Demasiado poco para atrapar el viento curioso de una ventana levemente horizontal.

Quiero retroceder en el tiempo. Este hombre que ahora luce algunas hebras blancas perdidas en su pelo negro, se parece más al de los ’70 que al último, el de la década que agoniza. Aquél me parecía silencioso, tímido, intuitivo, desconfiado de los desconocidos y plenamente entregado a sus amigos y a Brusa, su maestro y conductor. Venía de muchas hambres subiendo por una cuesta ríspida y empinada. Había tropezado con piedras convertidas en sumarios. Con la corona mundial -1970- zafó de los crepúsculos amenazantes. Y fue de lo primero que me acordé para empezar un diálogo que nunca supe cómo habría de iniciarse. La felicidad.

¿Te acordás, Carlos, cuando en 1972 celebraste el primer cumpleaños de tu vida…?
Treinta años. Alquilaste un salón, invitaste a todos tus familiares, a muchos amigos. Me acuerdo como hoy: estabas con un traje azul, una camisa blanca, corbata roja, Pelusa del brazo, los pibes al lado – Carlos, Abel, Silvia -, todos en la puerta saludando a los que llegaban. Tu primera torta con velitas. ¿Qué fue de aquel Monzón? ¿No era feliz ese Monzón?

-Sí, era feliz. Y fui feliz hasta hace cuarenta días. Hasta que tuve la mala decisión de aceptar que Alicia (Muñiz) la “Uru” (uruguaya) viniera aquí. ¿Para qué le dije que sí y le pedí a Juan Netri (su apoderado) que le comprara el pasaje? Si yo al lunes siguiente me iba a Buenos Aires con el Maxi (su hijito de 6 años), porque le tenía que comprar zapatos y todo para que empezara la escuela. . .

Juega con las manos. Se toca el abdomen aún dolorido por la caída. Al hablar cierra los ojos. Cada tanto se detiene, respira y recomienza. Al igual que en su época de esplendor, se inquieta en la silla cruzando las piernas. Su relato no tiene fluidez pero sí continuidad. Cuando se frota las manos, me recuerda a su comportamiento en los agasajos oficiales frente a Rainiero, el príncipe de Mónaco o ante cualquier embajador: deja el cuerpo, pero su mente va hacia otra parte…”
La soledad, siempre la soledad.  Viste equipo deportivo: medias, zapatillas, camiseta y buzo. Es como si la ropa también lo conectara en su rol de deportista en vigencia. Un deportista que recibe a la prensa para hablar de su próximo compromiso. Pero aquel Monzón de los camarines, estaba tenso y concentrado. Este, el de la cárcel está asustado triste y preocupado. Aquel Monzón tenía una mirada feroz. Este en cambio se aproxima más a lo melancólico

Carlos, hace unos meses me confesabas tu angustiosa soledad, tu sentirte solo a pesar de estar siempre rodeado por gente. Aquí, que estás verdaderamente solo, ¿te sentís en soledad?

Sí, ¿te acordás? Yo decía tengo plata, tengo el mejor auto, tengo fama, tengo un piso de la gran flauta y ¿para qué me sirve todo esto si estoy solo? Antes yo no tenía nada, tomaba un vino común, comía una vez por día porque no había para más y estaba bien, estaba feliz. Pero mirá, aquí no estoy solo porque descubrí la Biblia. Tantos viajes, siempre la Biblia en la mesita de luz de los hoteles y nunca la había agarrado. Aquí, gracias al cura de la cárcel, empecé a leerla y no sabes cómo me ayuda a estar bien.

-Es una manera de acercarse a Dios. . .

-Sí, cierro los ojos y le pido ayuda y la veo a Alicia que me dice que voy a salir de todo esto. Ella también está conmigo. Siempre lo estuvo: quería que nos fuéramos a Miami a vivir. No sé, estaba tan mal últimamente, tomando dos Lexotanil por día, estaba flaca, le costaba mantener la casa. . .

-Quisieras volver a Dios, decime: ¿cómo es físicamente el Dios que imaginás?

-Está al lado mío, es alto, tiene un pelo claro, barba blanca hasta aquí (señalando la mitad de su tórax), ojos verdes, está vestido con una manta blanca y tiene como un corazón rojo aquí, en el pecho. .
.
-Y ese Dios que imaginás, ¿castiga, golpea. . .?

-No, qué va a castigar, ese Dios perdona.

-La vida y la muerte.

Un paquete de L&M en el bolsillo derecho y otro de Marlboro en el izquierdo. Un cigarrillo cada quince minutos, encendido de la misma ansiedad. Sigo estando frente al hombre dividido en dos: el verdadero -la parte que más intento rescatar- y el del casete que reitera un mismo relato.

-Muerte… para Monzón siempre la muerte fue menos grave que la humillación o el encierro. Carlos hay dos alternativas: inocente o culpable. ¿Qué dirías ante una u otra?

-Te voy a contestar sólo sobre la segunda. Quien mata debe morir. Yo traté de dar un buen ejemplo para la Argentina cuando fui deportista. Siempre lo representé bien y creí que estaban orgullosos de mí, pero antes de estar aquí preso, prefiero que me maten.
…” Por esta misma ley, para él es más terrible que le hayan gritado “asesino” a ser acusado de tal.

-Lloré mucho, la pucha si lloré. Me dio bronca la injusticia, las madres que con los chicos en sus brazos gritaron asesino. Ellas no me veían a mí porque yo estaba dentro del celular, pero yo sí los veía a ellos por la mirilla. Lo mismo que en la reconstrucción del hecho. Cuando yo aparecí en el balcón, vi a algunos periodistas de la televisión que le decían a la gente, ahora, griten ahora, y ahí se pusieron a decirme asesino. Estaban mis hijos, yo no sé por qué la gente es así. Eso es lo que me pone mal, cuando recuerdo aquellos momentos me vuelvo loco, mirá. . .

-¿Y qué más vale una lágrima?

-El Maxi, hace cuarenta días que no me lo dejan ver. Yo quisiera que si algún periodista puede, los convenza (a los abuelos maternos) para que me lo traigan, lo quiero ver…”

Maxi, una palabra mágica.

Cuando habla de Maxi, se interrumpe el casete de sus letrados. Aparece el Monzón natural. Es cuando las mandíbulas se aflojan y las arrugas de la frente se planchan hasta formar una superficie plana y doliente. Es también cuando la garganta le pone un filtro al sonido. Maxi no sólo es un ángel herido; es también el fruto incipiente de un árbol abatido, la semilla sembrada bajo un surco cerrado, un sol esperanzado tras el cruel vendaval. Cuando habla de Maxi, habla de sus ayeres irremediables, de sus mañanas ambicionadas, de sus noches sin estrellas y de sus días interminables. Habla, en definitiva, de la vida que dejó de ser de él.

Quebrar la voz, taparse los labios con el dorso de la mano, bajar la cabeza hasta que el mentón roce el pecho y subirla bruscamente para terminar la frase, suspirar entrecerrando los ojos, es hasta aquí, todo cuanto advertimos. Monzón no llora ante nadie. Jamás lo vi llorar en diez años durante los cuales compartimos momentos de todo tipo: deportivos, familiares, conflictivos, personales. Ni ante el dolor, el triunfo, la euforia, la tristeza. En su comportamiento codificado “un macho no debe llorar”.

El autor de esta nota se despide de Monzón tras la entrevista, habían compartido 20 años de viajes, peleas, entrevistas y entrenamientos durante el ascenso y estrellado del santafesino.

Arrepentimientos y pesares.

Hasta aquí no he logrado emocionarlo. Pero algo más grave ha ocurrido: él no me conmueve. Siento como que un combate ha finalizado y me di cuenta que sobre los cómos y los porqué de su éxito o fracaso. Soy -¿por qué no?- un periodista más que puede servir a sus objetivos jurídicos. Alguien a quien repetirle todo cuanto convenga. Por ejemplo:

-Estoy arrepentido de haber tomado alcohol, de haber fumado tanto y de que Alicia haya venido a Mar del Plata. Metí la pata con esa decisión.

O esto otro:

-Le recomiendo a la juventud que le haga caso a los mayores, que sepa elegir bien a la gente que se mete en su vida.

También vale:

-Yo no sabía rezar y estaba lejos de Dios; ahora leyendo la Biblia me siento mejor.

Finalmente, sobre la gente positiva que le viene a la mente en los momentos de angustia, afirma:

“Pienso en mi madre, la quisiera ver pero está muy enferma del corazón. Y también a mis hermanas Rosa y Marta, esas sí que son “polentas”. Trabajaban de sirvientas y me ayudaban con lo poco que les sobraba para que yo pudiera ir a entrenar al club Unión de Santa Fe”.
Después que el oficial Zunino marcara gentilmente que mi tiempo había terminado intenté buscar una pregunta que nos conmoviera a los dos. No se me ocurrió y prefería proponerle que dijera algo, que gritara algo, que hiciera de cuenta que puede gritar para que lo escuche el espacio. . .

-¿Qué gritarías?

Pareció, por primera vez, que los ojos se abrillantaban tras una película humedecida, los labios tan finos y firmes comenzaron a garabatear dibujos titilantes, el cigarrillo encendido iniciaba su temblor acelerado entre dos dedos de aguado nerviosismo. Tragó saliva y, con voz entrecortada, dijo:

Lo que tengo acá en el corazón quiero gritarlo, yo no la maté, yo no la maté. ¿Por qué no me maté con ella?, ¿por qué no me maté con ella?

Señor, lo lamento, su tiempo terminó.

Sí, gracias.

Nos pusimos de pie. Nos abrazamos. Y le dije al oído lo único que me salió del alma: Que Dios te bendiga. Y te perdone…

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