El relato del testigo que socorrió a Susana de Monzón: “¡Defendeme, este monstruo me quiere matar!”

Pocos días después de Susana Giménez negara un episodio de violencia con Carlos Monzón en Montecarlo, un periodista la desmintió y contó el momento en que la socorrió cuando ella, corriendo por el pasillo de un hotel le gritó: “–¡Alfie, defendeme que este monstruo me quiere matar!”. Alfie es Alfredo Serra, cronista para ese entonces -1977- de la revista Gente y que había viajado para cubrir la última pelea del boxeador y novio de la diva.

La negación de Susana Giménez había sido a raíz del noveno capítulo de la serie Monzón donde se mostraron escenas de una agresión verbal del por entonces campeón mundial de boxeo a la actriz y luego la cámara la mostró tendida en una cama, con sangre en la boca y unos moretones en el torso. “Jamás hubo golpes en Montecarlo. Eso es mentira, te lo juro”, dijo Susana días después. Sí había confesado anteriormente haber recibido un golpe en Nápoles: : “No es verdad lo que dicen de Montecarlo. Sí es cierto que yo estuve allá con él cuando peleó con Valdez. Pero no hubo golpes. Me pegó una vez sola, la de Nápoles y parece que a algunos no les alcanza. Estoy harta de que quieran buscar sangre y que no respeten lo que digo”, contó a Clarín.

Sin embargo, Alfredo Serra relató hoy el episodio por el que sostiene que salvó a Susana de recibir un golpe de su violenta pareja. “Cerca de la una de la tarde, ataviado con un pijama de pantalón corto, descalzo, y sin más musculatura que la escasa otorgada por años de oprimir las teclas de las máquinas de escribir de fierro, me dispuse a escribir otra nota, y cometí la distracción de dejar entreabierta la puerta…Resquicio por el que entró un torbellino. Un hermoso torbellino vestido tan solo con un largo camisón. La inconfundible Susana Giménez, a los gritos: –¡Alfie, defendeme que este monstruo me quiere matar! Deduje que “este monstruo” era Carlos Monzón. Deduje que corría detrás de su célebre pareja”, escribió hoy en Infobae. 

“Al día siguiente, se celebró la última pelea de Monzón, en la que defendió el título y ganó. Lo sorprendente es que Susana estaba allí, alentándolo. Los vi juntos, serenos y sonrientes, como si nada hubiera pasado. Pero, aunque yo no lo sabía, se acercaba el final”, completó Serra .

El relato completo del periodista Alfredo Serra:

Montecarlo, 28 de julio de 1977, diez de la mañana. Cielo celeste que hiere. Pero abajo, nubarrones. Clima denso. Dos días más tarde pelearán por última vez, en el estadio Luis II, Carlos Monzón y el colombiano Rodrigo Valdez. Y también última pelea de Monzón: anunció su adiós, peso mediano invicto, sin vuelta atrás. Ha ganado las últimas peleas sin sobresaltos, pero harto, abrumado por la rutina de los duros entrenamientos, los madrugones, el sacrificio, tanto como añora sus escapadas a Santa Fe, su familia, las partidas de cartas, el vino…

Para romper el tedio ha exigido excepciones incompatibles con su último acto en el ring: “Si no viene la Susana no peleo”. Pero al gran campeón no se le niega nada, y Susana Giménez lo acompaña.

En las impolutas calles de Montecarlo, entre los autos de alta gama más caros del planeta y los yates y cruceros de los multimillonarios, se florea con un atuendo audaz al que no cualquier mortal se atreve: traje de jean rosado…

Esa mañana de jueves, a paso calmo, respirando aire de mar, Ernesto Cherquis Bialo, estrella del periodismo deportivo, y yo, vamos llegando a la ceremonia del pesaje.

Susana y Monzón sentían una gran atracción física. Ella decía que él tenía “lomo de pantera”. Él, confesaba: “Cuando está cerca no puedo contenerme” (Archivo)

Terminada, decidimos comprar perfumes para nuestras mujeres. Entramos en un local digno de Disney: paredes y techo de vidrio, vitrinas de cristal, y dos vendedoras con uniformes rosados que bien podían ser Miss Montecarlo y su primera princesa.

Alfredo Serra invitó a Ernesto Cherquis Bialo a escribir en su habitación del hotel en Montecarlo, luego de que Carlos Monzón le dijera al periodista deportivo antes de la pelea con Valdez: “¡Le gano al negro, voy a tu pieza y te rompo la cara! ¡Te mato!”

Y en eso estábamos, en discernir entre un Chanel número 5 o un Givenchy, aspirando suavemente las muestras como invitados al Paraíso, cuando irrumpió Monzón, desencajado. Primero, su manotazo sobre una de las vitrinas rompió el sutil equilibrio del lugar y trocó la sonrisa de las vendedoras en máscaras de terror.

El campeón me ignoró. Apuntó a Cherquis:

–¡Le gano al negro, voy a tu pieza y te rompo la cara! ¡Te mato!

Pegó media vuelta y se fue.

Cherquis, pálido pero tratando de mantener el aplomo (nadie como él sabe qué efecto devastador tiene el golpe de un profesional sobre un hombre común), me dijo:

–Lo peor es que lo hace. ¿Después de la pelea puedo ir a escribir a tu cuarto?

–Por supuesto, Ernesto. Monzón no sabe en qué habitación estoy.

Y así fue, como lo prueba una foto. Frente a frente, colegas de años en la Editorial Atlántida, en silencio y hasta la madrugada, bordamos nuestras notas sin novedad en el frente. No corrió sangre…

Al día siguiente, cerca de la una de la tarde, ataviado con un pijama de pantalón corto, descalzo, y sin más musculatura que la escasa otorgada por años de oprimir las teclas de las máquinas de escribir de fierro, me dispuse a escribir otra nota, y cometí la distracción de dejar entreabierta la puerta…

Resquicio por el que entró un torbellino. Un hermoso torbellino vestido tan solo con un largo camisón. La inconfundible Susana Giménez, a los gritos:

–¡Alfie, defendeme que este monstruo me quiere matar!

Deduje que “este monstruo” era Carlos Monzón. Deduje que corría detrás de su célebre pareja. Recordé un axioma de Borges: “Todo hombre vive un minuto en que se decide su destino, y justifica su existencia”.

Una aletargada semilla de hidalguía pareció despertar en mi alma: “Nunca permitiré que alguien le pegue a una mujer”. Porque desde mi niñez oí decir “El hombre que le pega a una mujer es un cobarde”. Pero como escribió Federico García Lorca, “la luz del entendimiento me hizo ser muy comedido”.

Me levanté de la silla y dije algo así como: “Susana, miráme”, recorriendo con ambas manos mi cuerpo, de pies a cabeza. “El hombre que viene detrás es el mejor mediano del mundo. No necesita pegarme: puede descerebrarme con un toque de su dedo en mi frente. Hay que buscar otro refugio”.

Pero si pegarle a una mujer es cobardía, también lo es abandonarla así como así. Tomé un recaudo: mientras ella seguía adentro, me asomé al pasillo, en semipenumbra, para detectar si el campeón se acercaba. Pero nada. Silencio y vacío. Recién entonces acompañé a Susana a un lugar que le permitiera permanecer sana y salva.

El domingo a la mañana -30 de julio- día de la gran y última pelea del súper campeón (su defensa del título 14: ganó y retuvo el cinturón), los vi juntos, serenos y sonrientes, como si nada hubiera pasado. Pero, aunque yo no lo sabía, se acercaba el final.

En ese entonces, el romance de la vedette más exitosa de la cartelera porteña y el campeón había sido tapa de más de 300 revistas. Se codeaban  con Alain Delon, Jean Paul Belmondo, Mireille Darc… La fuerza, la belleza,la fama y el glamour del mundo en una sola pareja.

“Fue una locura lo que pasó con nosotros, fue demasiado. Veía fotógrafos que eran amigos míos y que me perseguían. Nos seguían a todos lados, salían de abajo de las baldosas. Me dolió mucho y  me enojé con varios porque no entendía que era el trabajo de ellos. Yo decía: ‘¡Que traición!'”, contó Susana en su programa este año.

El gran Ernesto Cherquis Bialo recordó en Infobae  los últimos días de la relación:

“Montecarlo fue el final. Más precisamente el hotel L’Hermitage, en los días previos a la primera pelea con Rodrigo Valdez, en junio de 1977. Allí un gran amigo, periodista y escritor, Alfredo Serra -enviado de la revista Gente– debió socorrer a Susana escondiéndola en su habitación ante algún grito con frenesí de fuga…. “, recordó el episodio.

Susana Giménez y Carlos Monzón (Foto: Archivo)

Y siguió: “Antes de cada pelea, Monzón se alteraba. Ya sea para dar el peso, por la misma pelea, porque siempre quien arriesgaba era él, por las expectativas, por los dolores en los nudillos de ambas manos, porque se iba acercando el final… él lo sabía y tenía previsto hacerlo voluntariamente y no tras una derrota. Por todo eso y por Montecarlo que lo acercaba y lo alejaba de una Susana requerida y a quien no podía controlar, fueron muy duros esos días. Todo lo posterior fue tormentoso. Celos, escenas, persecuciones, engaños. Y final”.

No fui amigo de Susana Giménez, salvo la corriente de respeto y simpatía que crean infinidad de entrevistas periodísticas. Hace muchos años que no me cruzo con ella. La recuerdo con cariño. Leí hace poco que reaccionó, airada contra un capítulo de la serie Monzón en la que el campeón la golpea en Montecarlo, negando el hecho. En rigor, y más allá de las mil y una habladurías, Susana confesó haber sufrido violencia: “Sí, una vez, en Nápoles, me golpeó. No me olvido más. Se dijeron muchas pelotudeces: que me pegaba seguido… No es cierto. Me pegó esa noche, y fue horrible. Me dejó un ojo negro”, le dijo a la periodista Silvina Lamazares, de Clarín.

¿Tenía Monzón una furia en su interior, como aseguran quienes lo conocieron?, le preguntaron en una entrevista que dio para Space, por donde se emite la serie. La respuesta: “Puede ser. Lo que pasa es que conmigo era distinto. Pero con la gente… Bueno, si había alcohol de por medio, sí le salía la furia. Carlos era amoroso sin tomar alcohol. Cambiaba si tomaba. Era alcohólico, nada más ni nada menos”.

Y 42 años después de aquella tormentosa noche en Montecarlo -con Monzón y el femicidio de Alicia Muñiz cerrando trágicamente la historia-, Susana explicó el final: “Empezamos a llevarnos mal.  Él empezó a jugar mucho a las cartas, a tomar con los amigos… Y yo veía que estaba cambiando, que ya no era el mismo. Y dije: ‘No, hay que terminarlo acá’. Dije “¡Basta!” y me sentí muy valiente. Carlos no lo tomó muy bien, pero lo tuvo que aceptar”.

Por El Tribuno

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