Osvaldo Principi: “Mis peleas de fondo las gané con lo que aprendí en el boxeo”

Por Mariano Oropeza – Ser Argentino

Un edificio histórico contiene duendes y magia. Y hace la vida de las personas que transitaron sus pasillos. En el periodismo tenemos el célebre caso de Roberto Di Sandro y la Casa Rosada, un profesional quien será por siempre identificado con presidentes argentinos y los sucesos que conmovieron un país. Otro gran ejemplo sería Osvaldo Principi  y el Luna Park, “la mayor fuente de recuerdos para los que nos dedicamos al humilde oficio de relatar box”, aparece en “Tangolibro. Boxing Club” (Editorial Planeta), una publicación con notables entrevistas y reflexiones que ocurrieron en el aire de la FM 2X4, junto a Eliseo Álvarez. Con esa línea vital, biográfica, entrevistamos a Principi que desde 1972 desarrolló una intensa carrera en los medios, incluso con cuatro películas en su haber, y varias publicidades. Entre Julio Cortázar y Dante Panzeri, sin miedo analizar el deporte sin barreras, Osvaldo trabaja a diario por una audiencia de miras, y escucha, exigentes. Una raza de periodistas que uno desea que no se apague como Valderrama.  Nota exclusiva en serargentino.com con el cross directo, y listo, a la mandíbula.

 

Periodista: ¿Cuándo fue la primera vez que pisó el Luna Park?

Osvaldo Principi: Mi primer contacto con el Luna Park pisando el gimnasio  fue en junio de 1974. Yo venía trabajando en mi Mercedes natal desde 1972, en la Radio Difusora Oral Música Hogar, comentando el boxeo con mi cuadernito y mi bicicleta, y con la misma responsabilidad de hoy. Aún conservo el mismo espíritu por un periodismo que investigaba y deduce. Y escucha. Ayer como hoy confío mucho en la documentación, en una biblioteca personal, y no tengo ninguna duda,  que pese a las herramientas informáticas, el papel supera diez a uno al digital, en cuanto confiabilidad.

Y llego al Luna Park por una gestión de Julio Ernesto Vila, tal vez el periodista e historiador de boxeo más importante de Latinoamérica. Yo le escribía a cartas antes conocerlo, je. Y luego fue mi maestro durante veinte años y armamos dupla de periodismo de boxeo. Pero bueno, volviendo al Luna Park, entré por primera vez ese invierno de 1974 por la puerta del gimnasio. Quedaba del lado de Lavalle y tenía más vida que el mismísimo estadio. Toda la magia del boxeo ocurría en ese lugar en la primera parte de los 70, entre los inolvidables, Víctor Galíndez, Carlos Monzón, Nicolino Locche, Ringo Bonavena. Estaban además boxeadores muy populares como Horacio Saldaño,  Abel Cachazú, Víctor Echegaray, cada paso que dabas ahí tenías una nota mínima de media hora, historia grande del deporte argentino. Me acuerdo que la primera entrevista fue Alfredo Porzio, medalla olímpica de París en 1924. Era una escuela de vida que se me fue metiendo. Más allá de la educación de mis padres, de la Escuela N° 8  de Mercedes, del Colegio Nacional Ameghino, yo siento que en el Luna Park aprendí lo necesario en la vida. Yo no tuve estudios universitarios pero mi profesión de periodista si la debo al Luna Park. Y mucho más en las horas de gimnasio que a las veladas nocturnas.

 

P: ¿Quiénes fueron sus maestros arribado a Buenos Aires?

OP: Vila fue mi maestro total aunque el primer trabajo importante lo obtuve con Eugenio Ortega Moreno en Radio Belgrano. Ricardo Arias también fue muy importante cuando trabajé en Radio Splendid, el especial en consejos de televisión. En el periodismo gráfico quien me enseña a escribir fue Ernesto Mizrahi, que me contrató en diario Tiempo Argentino.  Me acuerdo sus rabietas porque yo no sabía escribir a máquina,  y eso que mi madre enseñaba mecanografía. Cuqui Mizrahi tuvo paciencia, y generosidad, en mis inicios gráficos.

Y en el gimnasio tenía varios modelos. Monzón era el campeón, Bonavena una leyenda y aparecían varios ex campeones como  Horacio Acavallo y Pascual Pérez. De esos  grandes campeones aprendía día a día aunque tuve una gran particularidad con Monzón. Iba a los entrenamientos con un grabador amarillo de micrófono incorporado, una novedad de aquella época porque la mayoría tenía los Ranser carterita. Era un regalo de papá, comprado en Mercedes, y tal vez de algún contrabando. Y Monzón no podía entender cómo grababa este aparatito y miraba risueño desde los rincones. Entonces una vez armé una nota para estar cerca, y cuando terminé,  lo encaré resuelto con menos de veinte. Y esa resultó la primera de muchas notas que le hice. Me acuerdo un par de veces que salía apurado pero me citaba unas horas después en Corti Sports, una casa de deportes enfrente del Luna Park. Y cumplía lo pactado. Nunca Monzón faltó a su palabra conmigo. Eso me hizo admirar una vez más el valor de la palabra.

 

P: ¿Cómo era el bar en el mismo estadio?

OP: Bar Ring Side se hallaba en el mismo Luna Park, repleto de boxeadores de todas las épocas, y de ahí salía la información. Muchos rumores se chequearon en esas banquetas de café. Te enterabas de las próximas peleas, quien viajaría Estados Unidos de Norteamérica, o los enfrentamientos entre boxeadores y entrenadores. Este laburo de fuentes directas es algo que parece anacrónico cuando prima la información que sale de cualquier lado. Ha cambiado mucho la veracidad.

A mis estudiantes de la Universidad de Palermo digo que cuando aparecen globos informativos, un cúmulo de noticias infundadas, lo primero que deben analizar es quién es  el director del medio y señalarlo. Porque eso hará que  citando la fuente, desde dónde se dijo tal barbaridad, o tal mentira, los responsables se hagan cargo. Recuperar la figura del editor y el director responsable. Cuando esto ocurra el periodismo recuperará veracidad y credibilidad. Hoy el periodismo tiene muchas aristas, qué es información, qué propaganda, qué es extorsión.

 

La pelea del siglo

P: ¿Qué peleas recuerda en el Luna Park?

OP: Presencié la que se conoce la pelea más dura de todos los tiempos en Luna Park, Eduardo “Tito”  Yanni versus Horacio Saldaño. Fueron dos peleas tremendas pero la primera qué gano Yanni en 1980 quedará en el recuerdo.  Inhumana, épica, que no se sabía quién ganaba hasta la última campana, incluso para Pepe Cardona, que estuvo desde la inauguración del estadio en 1932. Esa pelea la presencié en la banqueta del ring side porque había relatado semifondo de  Juan “Martillo” Roldán por Radio Splendid. Participé también en la última Noche de los Monedazos en 1981. Era el combate del campeonato mundial entre Santos “Falucho” Laciar y Luis Ibarra, un encuentro muy sospechoso porque el panameño Ibarra decían era protegido de la Asociación de Boxeo. Aquel año todavía se vivía de la Plata Dulce y resultó una verdadera ametralladora contra el ring. Aún escucho el retumbar de las monedas contra las plateas de fórmica. Ibarra estuvo cuarenta minutos sin  salir debajo de la lona. Hace poco entrevisté al panameño y dijo que la misma policía pidió que se quede esperando, escondido, y que se acaben las monedas. Como espectador, el que más recuerdo fue en setiembre de 1971 cuando Monzón retiene por segunda vez la corona, y transforma ese momento en el más importante de la historia del Estadio Luna Park, al menos en proyección internacional.

 

P: ¿Más importante que alguna pelea de Pascual Pérez?

OP: Totalmente. Pascual peleó sólo una vez por título del mundo en el Luna Park. Siempre existirá la discusión de quién fue más importante del boxeo argentino, si Pascual o Carlos Monzón. La generación anterior a la mía pone a Pérez, sostenido por la sapiencia de Ulises Barrera. Para nosotros será Monzón. Dos monstruos.

 

P: ¿Cuándo termina esta época dorada?

OP: En octubre de 1987 con la pelea de Ramón Avendaño, que televisamos por Ring Side 2 de Canal 2. Y en 1988 se cerró el gimnasio y en ese instante se divorcia el Luna Park del boxeo. Se decía que lo reabriría “Martillo” Roldán si ganaba el título, después Pedro Décima fue el último campeón de Tito Lectoure en 1990, y se rumoreaba que lo llevaría al Estadio. Nada de esto ocurrió. En 1989 se otorgó un permiso especial para una pelea de Jorge “Locomotora” Castro, antes que Locomotora fuera Locomotora. Un combate que Tito no asistió, no lo organizó,  y que se hizo por la voluntad de la gente que quería ver a Castro en el Luna Park. Lectoure en ese momento dijo que reabría por los simpatizantes pero que no era su voluntad que vuelva boxeo.

 

P: Lectoure fue un gran impulsor del deporte durante veinte años, quizá quien más brillo mundial conquistó para la Argentina en box, ¿por qué tomaría esa decisión?

OP: Creo que se hartó del nuevo ambiente del boxeo, uno que estaba cambiando la raza clásica que él tan bien conocía. Aparecieron los famosos inversores. Ya cuando se metió José “Cacho” Steinberg en la vida de Monzón, alguien que no tenía nada que ver con el boxeo, se rompe un esquema familiar del deporte. Eso fue un mazazo en la cabeza de Tito, después ocurrió un roce en 1987 con Juan “Látigo” Coggi,  y diez años después de aquello con Monzón baja la cortina del Luna Park para el boxeo. Y crece el estadio epicentro de espectáculos.

También había una realidad: en la década del 80 no se programaba más de catorce, o quince, noches de boxeo por año. Había decrecido el interés de las familias. Hasta ese momento la noche del boxeo era una fiesta. Y no era nada barata. La popular resultaba más cara que la del fútbol. El boxeo en el Luna Park fue popular aunque nunca fue accesible, y se hacía un gran esfuerzo para estar allí. En el ring side del Luna Park, bastante oneroso, se reunían los más altos estamentos sociales, que tejían alianzas y negocios. Los que hoy conocemos como mediáticos iban al Luna Park para mostrarse. Política, espectáculos, negocios, la vida porteña pasaba por el ring side de Bouchard. Nada quedaba a mediados de los ochenta.

 

Ocaso del Luna, una estrella de Buenos Aires

P: ¿Qué sintió usted con el fin de esa época?

OP: Y lo viví con una gran desazón. Seguí  yendo casi todas las tardes hasta 1993,  a tomar café con Tito y una barra de amigos. Dos años después los problemas del corazón de Lectoure hicieron que deje de ir. Al fallecer en 2002, su sobrino Esteban Livera reabrió el estadio con mucha inocencia ya que el mundo del boxeo no era mismo que él había transitado en su adolescencia. Y el Luna Park, tampoco. Así siguió hasta 2014 con las peleas de Omar Narváez, y Marcela “Tigresa” Acuña, aunque con personajes en el negocio  que Tito hubiese sacado a las patadas. Todo esto acaba con una disputa legal de los herederos y  el Luna Park en manos de la iglesia. A mi me sorprendió mucho el legado Ernestina Lectoure, que dejaba el estadio a la Iglesia Católica.

En estos últimos años fui poco al Estadio, una vez para el monólogo de Mike Tyson, y otra a un show de Los Tekis. Me sorprendió que no estuviesen los cuadros de los boxeadores como siempre estuvieron en el pasillo, o que no había ninguna fotografía de Tito Lectoure. Incluso si en este momento quiero escribir un artículo sobre  un boxeador histórico, y necesito alguna foto del Luna Park, no se si sería bien recibido, o directamente ignorado. No conozco a nadie que maneje el estadio desde 2014 y eso que fue una de mis escuelas de vida.

 

P: ¿Qué responde a quiénes critican la práctica profesional del boxeo?

OP: Las ignoro y me causan gracia. Fue una moda de algunos periodistas que no se animaban a criticar de frente al deporte, y de ciertos políticos de una dudosa vida personal. El boxeo es un deporte, un trabajo y un espectáculo, que están entrelazados y se retroalimentan. Y además es el mejor regenerador social. Es algo concreto que podés ofrecer a un gran sector de la población que está chato en esperanzas. Pero mi experiencia desde 1972 relevando los proyectos de acción social, o las distintas secretarias del deporte, y de variados partidos políticos, arroja una completa ignorancia sobre el boxeo y sus posibilidades. Siempre se habla en el discurso de la inclusión, y la inclusión arranca en la esquina misma donde está el gimnasio del barrio.  Y eso no se entiende desde 1973 cuando aparece la primera secretaria del deporte, con el gobierno del presidente Cámpora, y tampoco  se le dio relevancia al box,  y después todos la vieron pasar. Esperemos que en algún momento los fondos que se dilapidan en deportes puedan, una parte, orientarse al boxeo como actividad regeneradora social. Y seguramente cambiará la percepción.

 

P: ¿Qué enseña el boxeo?

OP: Disciplina, orden, y que en el gimnasio somos todos iguales. Una regla del boxeo es quien más sabe, le enseña al que menos. Y una de las enseñanzas primeras es que si el más fuerte le pega al más débil, es un cobarde. Esos son valores que dudo que promuevan muchas de las actividades contemporáneas del área deportiva estatal.

 

P: Osvaldo, ¿cuáles fueron sus peleas de fondo?

OP: Mis peleas de fondo las gané con lo que aprendí  en el boxeo. Como fui malo boxeando,  caí en el periodismo del boxeo que me hizo un hombre. Soy un hombre de boxeo que aprendió de su credibilidad y eso me hizo creíble con la gente. No soy un periodista que trabaja escribiendo sobre boxeo. Soy un hombre del boxeo abocado a la crítica del boxeo.

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