Estadio cubierto de Mendoza podría llevar nombre de Nicolino Locche

Los columnistas de Jornada votamos por Nicolino Locche

Rodolfo Braceli:

Con estas siguientes palabras deseo proponer que el estadio cerrado de Mendoza lleve el nombre de NICOLINO LOCCHE. Para exponer mis razones acudo a conceptos que he expresado a través de mis escritos literarios y periodísticos, y de una película (mediometraje, 16 milímetros) cuyo libreto escribí y dirigí en 1968, poco antes de que nuestro Locche se consagrara campeón mundial.
El estadio -sea que se utilice para actividades deportivas o artísticas-, merece el nombre de Nicolino Locche porque Locche deportivamente llegó a campeón mundial. Pero además, como boxeador fue un artista, un poeta en el sitio menos pensado.
Fundamento mis razones: Locche, como boxeador, fue una especie de torero, y como torero fue prodigiosamente único: no usaba banderillas. Prescindía de la sangre y de la muerte. Por su impronta, por su humor, por su complicidad con el público, fue también una especie de Chaplin. Y en ese ojo de volcán que es el arduo ring el Intocable fue una especie de “panadero”: repartía los panes de la alegría en la misma orilla del tremendo volcán. Las imágenes de esos “panes” habría que mostrarlas en escuelas, colegios y universidades.
Nicolino lo primero que hizo fue nacer, hizo bien. Su madre, pariéndolo, rompió el molde y rompió la máquina de hacer moldes.
Entre sus hazañas perdura la de ser un boxeador poeta. También él rompió el molde arriba del cuadrilátero. En el siglo de la destrucción  y en el deporte de la destrucción llegó a campeón ecuménico haciendo todo lo contrario de lo que se premiaba arriba del ring y abajo del ring: doblegó a la violencia sin violencia.
Suerte de torero y de Chaplin, además Nicolino encarnó una especie de Gandhi: doblega a sus rivales sin machucarlos, los agotaba sin agredirlos. Nunca antes sucedió, ni nunca después: el ring side del mítico Luna Park cuando él “actuaba” se poblaba de mujeres embarazadas.
No existe en el deporte mundial otro ejemplo de “éxito” de la no violencia como el que Locche consumó. Transgredió lo que el sangriento boxeo y el mundo premian y coronan.
Él no ganaba por puntos ni por nocaut, ganaba por persuasión.
En el histérico circo posmoderno nuestro Intocable fue arrojado a los leones, delante de la multitud sedienta de sangre. Fue arrojado, y ¿qué hizo? Nicolino no huyó, Nicolino no intentó matar a los ávidos leones: Nicolino, campante, se puso a conversar con los leones.
Lo que se dice: un canto a la Vida aquí en la tierra como en la tierra.
Por todo esto y por tanto más propongo, con otros amigos del diario Jornada, que el Estadio Cerrado de Mendoza se llame NICOLINO INTOCABLE LOCCHE. Para siempre.

Roberto Suárez

Sin ninguna duda, Nicolino Locche ha ocupado un lugar único en la historia del deporte argentino. No sólo por haber llegado a ser el tercer campeón del mundo que tuvo el boxeo de nuestro país, sino porque además lo fue con un estilo incomparable, por lo absolutamente singular, personal y distintivo. En un deporte cuya esencia es la destrucción física de los adversarios, él hacía que se autodestruyeran psíquicamente, por desaliento y cansancio. Ya que el Gran Nicolino no pegaba, pero tampoco se dejaba pegar. Y los golpes furibundos que rebotaban en el aire, a su alrededor, extenuaban más al rival que si hubieran sido los suyos propios
Se lo bautizó, “El Intocable”, “El Maestro”, “El Chaplin del Ring”, por su estilo, su simpatía y su carisma, que lo convertían en uno de los ídolos más queridos de la historia del deporte argentino.
Fue muy grande su atracción popular: por su carisma laico, universal -mayor que el de Justo Suárez, el “Mono” Gatica, Bonavena o Monzón-, por la gracia ingenua con que atrapaba a las multitudes hasta hacerlas colmar las plateas del Luna Park. Como reza el tango de Chico Novarro “Un sábado más”, o en escritos de grandes intelectuales Argentinos.

Jorge Sosa:

Locche es un símbolo de nuestra tierra, un mendocino que despertó la pasión popular de todo un país que se sentía orgulloso de tenerlo. Pocos deportistas pueden exhibir tales pergaminos. Un hombre de simple, de pueblo, balbuceando el abecedario, que fue subiendo peldaño tras peldaño hasta encaramarse en lo más alto del fervor de un país. Nicolino era de la gente, cada uno de sus esquives era como una réplica de vida de aquellos que vivían esquivando los problemas de turno. Ninguna victoria fue más grande que sus victorias, porque no ganaba una persona, ganaba todo un país.
Llegó a conmover a Buenos Aires, una ciudad que tiene el corazón duro, de cemento, llegó a conmoverla de tal forma que cada una de sus presentaciones era un acontecimiento ciudadano. Nada se podía planificar si peleaba Locche en el Luna Park. De él era toda la esperanza y él devolvía toda la alegría.
Nicolino dignificó el llamado deporte de los puños, al dolor del golpe él le puso la sonrisa del engaño, de la habilidad, del desenfado. Nunca hubo alguien como él y será muy difícil que en el futuro surja alguno que lo iguale.
El Estadio Cubierto fue su casa. Siempre anduvo transitando en nombre del pueblo por los estadios del país y de América y aún de la lejana Tokio cuando uno día nos brindó un título mundial que fue, tal vez, uno de los acontecimientos deportivos más celebrados por los argentinos.
Que el Estadio de Mendoza lleve su nombre sería un principio de justicia para quien nos dio tanto. Es un Mendocino de la Argentina toda, de la América toda. Bueno sería que su nombre aparezca en cada acontecimiento que ocurra en el nuevo estadio.
De corazón mendocino, de sencillez inimaginable, de estirpe de pueblo, el más grande estadio cubierto de Mendoza debe llevar su nombre.

Por jornadaonline.com

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *