A 55 años de la consagración de Horacio Accavallo como campeón mundial

Por Carlos Irusta – ESPN

Aquel martes 1ro de marzo de 1966 la Argentina se levantó de una manera diferente. No era para menos, porque a partir de primeras horas de la mañana, la radio iba a traer las alternativas de la pelea en la que Horacio Accavallo iba a intentar consagrarse campeón mundial de los moscas.

El primer paso lo había dado el gran Pascual Pérez, quien también en Tokio: en 1954 se había consagrado como el primer y único campeón mundial argentino de boxeo.

Horacio Accavallo era toda una celebridad en Argentina: su historia lo avalaba. Hijo de inmigrantes italianos, de origen muy humilde, había nacido en Villa Diamante, en Lanús. Se había ganado la vida recolectando residuos (“Ciruja”, como se menciona en Argentina a quienes levantan deshechos de la calle con precisión de cirujanos, de ahí la expresión). Pero también había sido jugador de fútbol, faquir, equilibrista y payaso de circo. Entre 1958 y 1959 armó una sólida campaña como boxeador profesional en Italia, haciendo 10 peleas, perdiendo solamente una con Salvatore Burruni.

Era campeón argentino y sudamericano mosca. Y, a pesar de ser una categoría de poco kilaje, la de los 50,800 kilogramos, se daba el lujo de llenar el Luna Park. Había enfrentado ya a rivales de gran importancia, como Salvatore Burruni, a quien le había ganado en Italia y luego –estando el italiano como campeón en actividad, peleando fuera de título- en el Luna Park, por puntos, 7 de agosto de 1965.

Justamente, victorias como la mencionada lo habían colocado en los primeros lugares de los rankings, también con la gestión y el esfuerzo –vale la pena recordarlo- de un juvenil Juan Carlos “Tito” Lectoure, promotor del Luna Park que soñaba con llevar a un argentino al campeonato mundial.

La oportunidad le llegó a Accavallo merecidamente, pero también gracias a las circunstancias del boxeo.

Para 1965 el campeón del mundo era el italiano Salvatore Burruni. En 1958 le había ganado a Accavallo y en 1959, “Roquiño” –como lo llamaban todos al argentino- se había tomado desquite. El 23 de abril de 1965, en Roma, Burruni derrotó a Pone Kingpetch y se consagró campeón mundial mosca reconocido por la Asociación Mundial y el Consejo Mundial de Boxeo.

Pero…

Para noviembre de ese año, la Asociación Mundial determinó que Burruni tenía que darle la oportunidad a su retador obligatorio, el japonés Hiroyuki Ebihara. De hecho, el Consejo Mundial, en su convención de Madrid, había decidido lo mismo.

Sin embargo, Burruni –pupilo de Umberto Branchini, legendario promotor italiano- decidió viajar a Australia para defender en Sidney ante Rocky Gattellari el 2 de diciembre.

Ante la rebeldía del boxeador italiano, James “Jim” Deskin, presidente de la Asociación Mundial, anunció que se iba a desconocer a Burruni como campeón. Lo mismo hizo el Consejo.

Burruni finalmente peleó en Sidney con Rocky el 2 de diciembre de 1965, contando con el reconocimiento parcial de la EBU (Unión Europea de Boxeo) y la célebre revista “The Ring”.

Mientras tanto, Lectoure propuso a Horacio Accavallo y de esa manera, se anunció la pelea entre el argentino ante Hiroyuki Ebihara, por la corona vacante. Sin embargo, cuando la delegación argentina ya estaba en el Akasaka Prince Hotel de Tokio, faltando dos semanas para el encuentro, Ebihara anunció que estaba lesionado.

Dado que el argentino ya estaba instalado en Japón se decidió que Katsuyoshi Takayama –también vencedor de Burruni- tuviese su oportunidad con Accavallo. Ebihara quedó como retador obligatorio del ganador de la corona, declarada vacante, como ya se explicó.

Accavallo, a los 31, quedó como claro favorito: 66 peleas ganadas, 32 por fuera de combate, una derrota (Burruni) y 6 empates. Takayama, a los 22, sumaba 32 victorias, 11 antes del límite, 1 derrota y 3 empates.

El argentino estuvo acompañado por un equipo compuesto por su entrenador, Juan Aldrovandi, su manager, Héctor Vaccari, el doctor Luis Mancuso y el promotor Tito Lectoure. Se sumó a la delegación el anunciador del Luna Park, Norberto Fiorentino, quien hasta colaboró en el rincón. Los periodistas Eugenio Ortega Moreno y Ulises Barrera tuvieron a su cargo los relatos; el primero para la radio, el segundo para la televisión (en esos tiempos nadie soñaba todavía con transmisiones en directo). Accavallo lució una bata del club de sus amores, el Racing Club de Avellaneda, obsequio del presidente de la institución, Santiago Sacco.

El encuentro, realizado en el Nipón Budokan Hall de Tokio, tuvo tres jurados. El argentino Eloy González, el japonés Ko Toyama y el árbitro Nick Pope, norteamericano, radicado en Japón.

Ni bien arrancó la pelea, programada a 15 asaltos, el japonés salió corriendo de su esquina y mientras Accavallo se preparaba para armar la guardia, empezó a descargar golpes, ante el asombro de todos, especialmente de los argentinos.

“Eso no fue todo –contó luego Accavallo-, porque me cambiaron los guantes. Después de la lectura de los reglamentos, mostraron los guantes, los pusieron en una caja y la sellaron, pero cuando apareció la caja… ¡Los guantes que me dieron eran distintos! Me despellejé todos los nudillos con esos guantes, eran otros, nunca pude demostrarlo, pero me los cambiaron…”.

Accavallo siempre tuvo comienzos lentos, porque iba tomando el tiempo y la distancia de sus adversarios. Zurdo, pícaro, audaz cuando hacía falta y gran contragolpeador si se cuadraba, tardó unos asaltos en reponerse de la sorpresa y también del ataque del japonés, pero de a poco empezó a tomar el control de la pelea y fue él quien, pasando al ataque, impuso sus condiciones.

Así fue controlando la pelea “Roquiño”, superando a su rival, más allá de que el tema era también tener el ojo en los jurados. Y efectivamente, cuando terminó la disputada pelea, algo de eso hubo, ya que el argentino Eloy González le dio 74-66, pero el jurado japonés votó totalmente al revés y ampliamente con un 71-70. El referí norteamericano, afortunadamente para el argentino, votó 73-69 y de esa manera, Accavallo, el humilde muchacho que recogía deshechos en la calle, llegó a campeón mundial, conmocionando al país deportivo, porque para la Argentina fue una victoria cargada de alegría y también de orgullo.

Fue en 1966… El año en que Los Beatles grabaron “Revolver”… El año en que nació Michael Gerald Tyson… Cuando Truman Capote publicó “A Sangre Fría”… El año en que se estrenó “El bueno, el malo y el feo” y en el que Astor Piazzolla, de regreso de Nueva York, obligaba a la polémica sobre si lo suyo era tango o no…

Fue en 1966… Cuando en la lejana Tokio, Horacio Accavallo, el payaso de circo, el faquir, el humilde muchacho de Villa Diamante, elevó los brazos al cielo: había logrado el campeonato mundial, había hecho realidad un sueño. Mientras tanto, en Buenos Aires y toda la Argentina la gente se abrazaba y reía, festejando una victoria que quedo para siempre en los registros del deporte.

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