El “sueño americano” de Brian Castaño: la rica historia de los boxeadores argentinos peleando en Estados Unidos

Desde aquella batalla de menos de cuatro minutos entre Luis Ángel Firpo y Jack Dempsey, en el Polo Grounds de Nueva York, el 14 de septiembre de 1923, el boxeo argentino encontró en Estados Unidos un territorio fértil para las noches inolvidables. A la lista de púgiles que dejaron una marca allí intentará sumarse este sábado 17 Brian Castaño, cuando se mida con el texano Jermell Charlo en San Antonio, por los cuatro cinturones de la categoría superwélter.

La brillante campaña de Eduardo Lausse en la década de 1950 fue el primer hito en la segunda mitad del siglo pasado. Le siguieron la caída de Pascual Pérez ante el tailandés Pone Kingpetch, en 1960, en su búsqueda de recuperar el título mosca; la victoria de Goyo Peralta frente al campeón mediopesado Willie Pastrano, en 1963, en un combate en Miami Beach, en el que no estuvo en juego la corona; los intentos mundialistas fallidos de Luis Federico Thompson (1960), Jorge Fernández (1962) y Ramón La Cruz (1968), y la ya legendaria contienda entre Oscar Bonavena y Muhammad Ali en el Madison Square Garden, en 1970.

El más brillante campeón que dio el boxeo argentino, Carlos Monzón, solo combatió una vez suelo norteamericano: fue el 30 de junio de 1975 en el Madison de Nueva York, donde noqueó a Tony Licata. En esa velada, Víctor Galíndez superó por puntos al mendocino Jorge Ahumada en la primera pelea entre púgiles argentinos en la que estuvo en juego un título mundial.

En Estados Unidos se terminó el primer reinado de Galíndez: después de una muy deficiente preparación física, perdió ante Mike Rossman en septiembre de 1978 en Nueva Orleans. Y a la ciudad del jazz regresó siete meses después para intentar apropiarse otra vez de esa corona, tras una escandalosa cancelación en Las Vegas siete semanas antes, con Rossman ya sobre el cuadrilátero.

Víctor Galíndez recuperó el título mediopesado de la AMB el 14 de abril de 1979 al derrotar a Mike Rossman.

En una revancha caliente, que incluyó escaramuzas sobre el ring entre los miembros de ambas esquinas, el local debió abandonar tras el noveno round debido a una fractura en su mano derecha. Así, el púgil nacido en Vedia y radicado en Morón recuperó el cinturón mediopesado de la Asociación Mundial de Boxeo y se convirtió en el primer argentino que se consagró en Estados Unidos. Siete meses después, cedería la corona en el mismo escenario ante Marvin Johnson.

Esa derrota de Galíndez ante Johnson abrió un paréntesis de poco más de ocho meses en los que el boxeo argentino no tuvo siquiera un campeón mundial. Quien lo cerró fue Sergio Víctor Palma y también lo hizo en Estados Unidos: obtuvo el cinturón supergallo de la AMB el 9 de agosto de 1980 en su segundo intento (en diciembre de 1979 había perdido en una ajustada decisión frente al colombiano Ricardo Cardona en Barranquilla).

En una notable exhibición en el Coliseum de Spokane, el chaqueño marcó superioridad desde el inicio ante Leo Randolph, uno de los cinco medallistas de oro del equipo estadounidense en los Juegos Olímpicos de Montreal 1976: cuando solo habían transcurrido 15 segundos, sacudió con un certero cross de derecha al campeón, que en ese asalto cayó dos veces y fue salvado por la campana.

Después de vapulear a su rival en el segundo asalto y tomarse los dos episodios siguientes para recuperar oxígeno, el pupilo de Santos Zacarías, que no era un pegador (solo había ganado 12 de sus 37 combates por nocaut), concluyó su obra maestra en el quinto: otro bombazo de derecha mandó nuevamente al tapiz a Randolph y esta vez el árbitro Stanley Christodoulou ya no dio continuidad al duelo. De ese modo, Palma fue el noveno argentino en conseguir un título mundial.

También entre los supergallos reinó el tucumano Pedro Rubén Décima, quien obtuvo su chance mundialista gracias a una sólida campaña en Estados Unidos, donde registró seis victorias y una derrota entre 1988 y 1989. Esos resultados lo ubicaron en el primer puesto del ranking del Consejo Mundial de Boxeo y lo colocaron frente al campeón, Paul Banke, el 5 de noviembre de 1990 en el Great Western Forum de Inglewood.

Esa noche, Décima ofreció una brillante exhibición técnica y apabulló a su adversario en los 12 minutos que duró el pleito. Tres caídas de Banke en el cuarto asalto, producto de tres certeros golpes de derecha, hicieron que el retador se ajustara el cinturón. Solo permaneció 90 días en su poder: lo cedió el 3 de febrero de 1991, en Nagoya, al ser noqueado por el nipón Kiyoshi Hatanaka.

Cinco años después del triunfo de Décima, el boxeo argentino vivió un mes intensísimo y con dos puntos muy altos. El primero lo marcó Julio César Vásquez, quien el 16 de diciembre de 1995 en el Spectrum de Filadelfia intentaba recuperar el cetro superwélter de la AMB que había perdido nueve meses antes ante Pernell Whitaker en su 11ª defensa.

La mano venía complicada para el santafesino. Durante 10 rounds, Daniels había impuesto condiciones en base a su velocidad, habia derribado al aspirante en el tercer episodio y había construido una muy cómoda ventaja: dos tarjetas lo encontraban seis puntos adelante y la otra, cinco. “Hay que jugársela”, le dijo Julio García a su pupilo en el descanso previo al 11° asalto. Y Vásquez lo hizo: un zurdazo fulminante a los 34 segundos de ese episodio dio vuelta la tortilla.

“No peleé bien, pero nunca perdí las esperanzas porque me sentía fuerte y esperaba el momento de conectar una mano. Hasta el sexto o el séptimo round, traté de pegarle abajo, pero después aposté todo a un golpe. Y lo metí”, explicó el Zurdo después de ese campanazo.

Por entonces, Argentina tenía cuatro campeones mundiales: Vásquez, Carlos Salazar, Marcelo Domínguez y Jorge Fernando Castro. Pero Locomotora perdió su corona de los medianos tres días después en Japón. La chance de elevar otra vez el número quedó en los puños de Juan Martín Coggi, quien también viajó a Estados Unidos para buscar por tercera vez el cinturón superligero de la AMB.

El 13 de enero de 1996, su rival en el Jai Alai Fronton de Miami fue Frankie Randall, que lo había destronado 16 meses antes en Las Vegas. Coggi controlaba el duelo y había mandado a la lona a su rival en el tercero round, hasta que en el quinto se produjo el inesperado desenlace: un cabezazo de Randall conmovió a Látigo, que quedó tirado en su esquina.

Después de 15 minutos de incertidumbre, durante los cuales cayeron proyectiles sobre el ring, el árbitro William Conners informó que el cabezazo había sido accidental, por lo que la pelea debía resolverse en las tarjetas. Las tres (dos por 38-37 y la restante por 39-37) le dieron el triunfo a Coggi, que debió ser retirado en camilla y trasladado a un hospital. “Yo no quería ganar así. Sé que no exageré. El que piensa eso tiene mala leche”, sostuvo el ganador unas horas después, tras recibir el alta.

Si las victorias de los santafesinos Vásquez y Coggi fueron sorprendentes por el desarrollo de los combates, mucho más lo fue, una década más tarde, la de su coterráneo Carlos Manuel Baldomir, quien llegó como convidado de piedra el 7 de enero de 2006 al Theater del Madison Square Garden para enfrentar al Zab Judah por el título wélter del CMB.

Baldomir estaba pensado como un escollo menor para Judah, quien ya tenía pactado para abril un enfrentamiento con Floyd Mayweather. Pero el Tata venía esperando su oportunidad desde hacía tiempo (había ganado una eliminatoria en 2002 y otra en 2005) y no la desaprovechó: se impuso por puntos en fallo unánime.

“Era hora de que me pasara esto. Habia ganado en Italia, en Inglaterra, en Dinamarca, en Alemania y siempre me habían marginado. Estos seis años me dolieron mucho porque hice mucho sacrificio y no me daban bolilla. Afortunadamente me llegó la chance y aquí me tienen”, se jactó Baldomir, quien ese año llegó a combatir con Mayweather (perdió por puntos).

En los últimos tres lustros, varios boxeadores argentinos optaron por convertir a Estados Unidos en su base de operaciones principal, a sabiendas de que allí están las oportunidades deportivas y económicas más tentadoras. Quien abrió ese camino fue Sergio Maravilla Martínez cuando todavía era prácticamente un desconocido en el país y después de cinco años de trabajo en España.

Si bien la postal de su victoria ante el mexicano Julio César Chávez Jr., en septiembre de 2012, en Las Vegas, es la más recordada por buena parte del público argentino, los mejores triunfos de Martínez fueron anteriores, fundamentalmente por la calidad de los oponentes con los que se midió.

El más brillante ocurrió el 20 de noviembre de 2010, en Atlantic City, frente a Paul Williams. Considerado en esos días uno de los pegadores más temidos, el estadounidense, ex campeón wélter de la Organización Mundial de Boxeo, había vencido al quilmeño en diciembre del año anterior en una discutida decisión mayoritaria después de una batalla en la que ambos habían caído en el primer round.

El desquite, en el que Martínez puso en juego el cinturón mediano del CMB que le había ganado a Kelly Pavlik, fue muchísimo más breve. Cuando solo había transcurrido un minuto del segundo round, Maravilla aprovechó una desatención de Williams para conectar un gancho de izquierda devastador que derribó a su rival de bruces y por toda la cuenta y enmudeció a la multitud en el Boardwalk Hall. Ese nocaut fue elegido por la revista The Ring como el mejor del año.

Como Martínez, Lucas Matthysse también se acostumbró a pelear en Estados Unidos, un mercado en el que su estilo frontal y potencia noqueadora resultaban muy atractivos. Allí conquistó el título interino superligero del CMB en septiembre de 2012, ante el nigeriano Ajose Olusegun, y allí lo defendió ante Mike Dallas cuatro meses después.

Sin que hubiera cinturones en juego, enfrentó el 18 de mayo de 2013 a Lamont Peterson, campeón de las 140 libras reconocido por la FIB. A Matthyse le importaron poco los antecedentes de su rival (había ganado 31 de sus 33 peleas) y los problemas con su visa, que hicieron que llegara a Atlantic City apenas 60 horas antes del pleito: con precisos zurdazos derribó a Peterson una vez en el segundo round y dos en el tercero, antes de que el árbitro Steve Smoger decretara el nocaut técnico.

“Matthysse es una superestrella del boxeo. Es increíble cómo noqueó con un golpe a uno de los mejores boxeadores de estos tiempos”, lo elogió el legendario Bernard Hopkins. “Tenemos un nuevo Manny Pacquiao”, se entusiasmó Richard Schaefer, director ejecutivo de Golden Boy Promotions. Justamente el Pacman filipino sería el último adversario en la carrera del chubutense, en julio de 2018.

A fines de 2013, también llegó una gran chance para Marcos Maidana. Después de reinar entre los superligeros, el Chino fue a la caza de la corona wélter de la AMB frente a Adrien Broner, quien era presentado como el sucesor de Mayweather y había subido hasta las 147 libras después de ser campeón superpluma y ligero.

“Será una pelea fácil. Lo voy a bailar, le voy a dar una patada en el culo y lo voy a terminar en el cuarto round”, pronosticó el campeón, petulante como su mentor. “Si no lo noqueo, no gano”, proyectó el bombardero de Margarita. Sin embargo, no necesitó terminar las cosas antes de tiempo: tras vapulear al Problema y hacerlo besar la lona en el segundo y en el octavo round, se impuso cómodamente por puntos en el Alamodome de San Antonio.

“Dicen que Broner quiere la revancha. No tengo problemas en dársela, pero eso no lo decido yo. ¿Mayweather? Claro que me gustaría pelear con él. Es muy complicado, pero hay para todos. Yo le peleo a cualquiera”, aseguró el santafesino. En 2013, estaría dos veces cara a cara con el mejor boxeador libra por libra de ese momento.

Mucho menos resonante que esos combates de Maidana, pero no por ello poco relevante para el pugilismo nacional, fue la victoria de Brenda Carabajal frente a la rusa Elena Gradinar el 13 de abril de 2019. Con ese triunfo por puntos en el Boardwalk Hall de Atlantic City, la jujeña logró el título interino pluma de la FIB y se convirtió en la primera y única argentina que ganó un cinturón en Estados Unidos.

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