Justo Suárez, el boxeador de la eterna sonrisa gardeliana

José Valle / Especial para ”La Nueva.”

Justo Suárez, el legendario “Torito de Mataderos”, fue sin lugar a dudas el primer ídolo de la historia del deporte argentino. Nació el 9 de enero de 1909 en una casita pobre de la calle Guaminí, casi San Pedro, en el mítico barrio de Mataderos, fueron sus padres Martín Norberto y la italiana Luisa María Catalina Sbarbaro.

Con tan solo 9 años salió a ganarse la diaria para ayudar a su familia: fue canillita y lustrabotas. También trabajó como mucanguero, la mucanga era la grasa liviana de los animales faenados, que era arrojada a una canaleta que desagotaba en el arroyo Cildañez. Los mucangueros se metían en esas canaletas para juntar con una espátula grasa que vendían a los fabricantes de jabón por 10 centavos el balde.

Aprendió a pelear en las esquinas bravas de su barrio de guapos y así se fue forjando la leyenda del “Torito de mataderos,” como lo bautizó el periodista Carlos Alberto Rúa. Justo era un pibe pintón, de sonrisa noble y contagiosa. Solía combatir en un salón del viejo local de la confitería L’Aiglon (que significa Águila Pequeña) sobre calle Florida entre Bartolomé Mitre y Cangallo, donde había un ring clandestino. Su maestro boxístico fue el experimentado “gordo” Diego Franco. Como aficionado realizó 48 combates; terminó invicto con 43 victorias (15 KO), 3 empates y dos combates sin decisión. Con un estilo único y demoledor, tenía gran pegada, velocidad, golpeaba tanto avanzando como retrocediendo y poseía un extraordinario coraje.

Justo Suárez debutó como profesional el 19 de mayo de 1928, noqueando en dos rounds al peruano Ramón Moya en el Parque Romano de Retiro.

Fue demoliendo a cuanto rival le ponían por delante: Pietro Bianchi, Julian Mallona, Enrico Venturi, el campeón europeo Luis Rayo, el norteamericano Lou Paluso, el inglés Fred Webster, el uruguayo Julio Cesar Fernández, el rudo español Hilario Martínez y el veterano  boxeador estadounidense Babe Herman.

El torito se enamoró perdidamente de una bella y sensual jovencita llamada Pilar Bravo, que trabajaba de telefonista y tenía unos ojazos verdes que sumados a un cuerpo escultural la convertían en una “Femme Fatale”. Se casaron de inmediato y se radicaron en Lanús, en la zona sur del conurbano bonaerense.

En lo profesional, se desvinculó de su técnico de toda la vida, el “Gordo” Franco, a quien reemplazo por José Lectoure e Ismael Pace -fundadores del estadio Luna Park- y, bajo la dirección de sus nuevos managers, el 27 de marzo de 1930 en el viejo estadio de madera de River Plate que estaba en la Av. Alvear (actual Libertador) y Tagle (donde hoy está la Televisión Pública) ante 40.00 personas, Justo Suárez le ganó por puntos el título argentino liviano a Julio Mocoroa, el “Bulldog platense”.

A los 20 años, invicto, Suárez viajó rumbo a Estados Unidos con su flamante esposa en el “North Prince” para iniciar una gira triunfal. La dupla Pace-Lectoure contrataron como entrenador al exmasajista Enrique Sobral (que con los años sería director técnico del club de fútbol Boca Juniors).

Justo Suárez debutó en Nueva York el 17 de julio de 1930 en el Yankee Stadium del Bronx, donde venció ampliamente por puntos en 10 rounds a Joe Glick, un experimentado boxeador con más de 200 combates. Un mes después venció a Herman Perlick, también por puntos.

El 19 de agosto de 1930 le ganó por KO en el round 6 a Bruce Flowers en Long Island (Queens, New York).

El 3 de octubre de 1930 peleó en el mítico Madison Square Garden, donde derrotó por puntos al rudo y experimentado Ray Miller, un boxeador que había peleado con los mejores livianos de su época, y finalizó la gira americana venciendo en el mismo estadio a Louis “Kid” Kaplan, el 17 de octubre.

Regresó a nuestro país y el 6 de marzo de 1931 en un estadio de River Plate totalmente colmado, noqueó de manera fulminante al fuerte noqueador chileno Estanislao “El Tigre de Iquique” Loayza, con el presidente de facto, José Félix Uriburu, junto al Príncipe de Gales, de visita oficial en nuestro país, viéndolo desde el ring side. El Torito viajó nuevamente hacia Estados Unidos junto con su mujer, su suegra, Lectoure y Enrique Sobral. El 25 de junio de 1931 enfrentó en el Madison Square Garden de Nueva York al granítico Billy “Fargo Express” Petrolle, quien le propinó un duro castigo noqueándolo en el 9º round ante 20.000 espectadores; el “Torito” perdió algo más que el invicto, su salud estaba quebrantada, una enfermedad terrible como la tuberculosis, comenzaba a matarlo.

Regresó a Buenos Aires y el 30 de enero de 1932 en el viejo estadio de River Plate el “Torito” le ganó por KO técnico en el 1º round al italiano Carlo Orlandi (ganador de una medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam en 1928).

El 12 de marzo de 1932 en el recién inaugurado Luna Park (todavía sin techo) el exmedallista olímpico Víctor “el Jaguar” Peralta venció por nocaut al ídolo popular Justo Suárez; el pobre Peralta quedó marcado por este triunfo, los fanáticos del viril deporte de los puños nunca le perdonaron la victoria sobre el legendario “Torito de Mataderos”.

En 1933 nació su único hijo, Enrique Justo Suárez. Pero al año siguiente, Pilar Bravo y el niño buscaron otra vida radicándose en París. Volvieron al país a mediados de los años ‘50 con una sólida posición económica, el hijo tuvo una famosa y lujosa concesionaria de autos enfrente del estadio Monumental de Núñez.

El 5 de octubre de 1935, en el Parque Romano, realizó la última pelea de su vida, ante  Juan Bautista Pathenay, quien no quería golpear a su ídolo. La pelea terminó sin decisión, la detuvo el árbitro en el 8° round. Pathenay terminó llorando, como lloraron todos los presentes, Justo Suárez tenía una tuberculosis muy avanzada, era un fantasma del ídolo legendario de antaño.

Realizó 29 peleas como profesional, 24 ganadas, 2 perdidas, 1 empate y 2 sin decisión.

Después de la pelea con Peralta, Justo Suárez le confesó al recordado periodista uruguayo Eduardo Lorenzo “Borocoto”: “Eduardo, ya no tengo fuerzas, hasta un chico me hubiera ganado”. El legendario José “Pepe” Cardona, periodista especialista y pionero en llevar estadísticas de boxeo en el país, afirmó que Justo Suárez noqueó en tres asaltos a Esteban Zoquett en la localidad bonaerense de Junín antes de su pelea con Pathenay.

Sus días finales fueron en Cosquín, el aire de las sierras podía ayudarlo con la tuberculosis. Finalmente, el corazón del Torito dijo basta el 10 de agosto de 1938. Tenía tan solo 29 años.

El féretro llegó en tren, sus amigos y admiradores lo llevaron a pulso hasta el Luna Park, donde fue velado y una multitud se acercó a despedirlo.

Justo Suárez se convirtió en un mito, está presente en la cultura popular y en la geografía de nuestro país.

Julio Cortázar, fanático del deporte de “narices chatas” y recordando las historias que le contaba el veterano profesor Jacinto Cúcaro, del normal “Mariano Acosta” en su libro “Final del juego” (1956) lo inmortalizó con el cuento “Torito”: Qué le vas a hacer, ñato, cuando estás abajo todos te fajan. Todos, che, hasta el más maula. Te sacuden contra las sogas, te encajan la biaba. Andá, andá, qué venís con consuelos vos. Te conozco, mascarita (…).

La plazoleta ubicada en la intersección de las Avenidas Directorio, Coronel Cárdenas y la calle Cosquín de Mataderos, lleva su nombre. Además, en la centenaria pizzería El Cedrón (esquina de Alberdi y Murguiondo) hay un busto que lo recuerda, realizado por el escultor Francisco Crescenzo. En el mismo barrio de Mataderos hay un complejo de viviendas populares que también inmortaliza su nombre y lo mismo ocurre con la antigua calle Francisco Bilbao. En ella se encuentra desde 1940 el estadio del club Nueva Chicago, que es llamado Torito, como el ídolo.

En 1958 el escritor desaparecido Héctor Germán Oesterheld (autor del Eternauta) con dibujos de Carlos Freixas le dedicó la historieta: “El Indio Suárez”, que es la historia de un humilde boxeador basada en su vida.

Justo Suárez es protagonista del tango “Muñeco al suelo”, de Venancio Clauso y Modesto Papavero, que fue grabado por Charló; el guitarrista, compositor y cantor Evaristo Barrios  le dedicó en 1930 la milonga “Torito de Mataderos” y las nuevas generaciones lo conocen gracias a la canción “Torito”, interpretada por Los Pericos en su disco “Pampa Reggae”, de 1994. Justo Suárez es mencionado en la novela “La sangre que corre”, de Myrtha Schalom, editada en 2012 por Galerna.

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