Víctor Galíndez: la mejor pelea de boxeo de todos los tiempos

Por Alejandro Salamone – 90 lineas

Prácticamente había quedado ciego. «Era muy difícil detener la sangre que salía de su herida en forma de ´T´ acostada, por un cabezazo que había recibido a poco de empezar la pelea», describió el empresario y promotor de boxeo argentino -fallecido en 2002- Juan Carlos «Tito» Lectoure, años después de la verdadera hazaña lograda por el legendario boxeador argentino Víctor Galíndez, el 22 de mayo de 1976, en Johannesburgo, tras vencer por nocaut, en el 15to round y cuando apenas faltaban 12 segundos para terminar el combate, al estadounidense Richie Kates.

Políticamente eran tiempos oscuros en Argentina, pero para el box corrían épocas de gloria. Durante la década del ´70 brillaron púgiles de nuestro país en todo el mundo, Carlos Monzón, Miguel Castellini, y claro está, Víctor Emilio Galíndez. Un poco más adelante en el tiempo, en los ´80, fue el turno de otro grande, Santos Benigno Laciar, el gran «Falucho» Laciar.

En el nuevo Salón Internacional de la Fama del Boxeo, de Canastota, Nueva York, Estado Unidos, se conserva como pieza de Museo, la chaqueta que usó el árbitro de la contienda entre Galíndez y Kates, el sudafricano Stanley Christodoulou, la que terminó totalmente teñida de rojo por la sangre que el ex campeón del mundo argentino, se iba limpiando a medida que transcurría la pelea.

En 2011, oportunidad en que Christodoulou -en ese entonces de 67 años- estuvo en Argentina para arbitrar una pelea en el mítico Luna Park, recordó ante la prensa local el triunfo del boxeador nacido en Vedia, provincia de Buenos Aires: «Fue la mejor pelea que vi en mi vida. Algo impresionante. Galíndez y Kates se mataron a golpes ¡Hasta los periodistas se paraban y le pedían a los boxeadores que no pararan de pegar!», dijo el réferi.

El combate tuvo de todo. Fue golpe por golpe. Galíndez fue dominado por momentos y ensangrentado por un tremendo corte sobre el ojo derecho producto de un cabezazo de su rival, el argentino utilizó la camisa celeste de Christodoulou para limpiarse y detener la hemorragia.

El juez sudafricano explicó en esa misma entrevista de 2011 ante periodistas especializados en box,  por qué decidio continuar con la pelea: «La adrenalina era tanta, que no tenía intenciones de frenarla. Ese día, además, el médico era excelente y le había podido detener la sangre».

LOS DETALLES DE UNA PELEA INFERNAL CONTADOS POR UN GRANDE

Robinson, ese era el seudónimo con el que el gran periodista uruguayo, Ernesto Cherquis Bialo, firmaba sus comentarios de combates de box en la tradicional revista El Gráfico.

Cherquis fue enviado especial a Johannesburgo para cubrir la mítica pelea de Galíndez, y de manera impecable describió esa epopeya. La siguiente fue la crónica de lujo para la revista deportiva más leída de todos los tiempos:

«Yo he visto mil muecas espantadas por el horror cuando su sangre comenzó a bajarle por la cara como una vertiente sin destino. Yo he visto a su hermano arrodillarse en el césped del Rand Stadium pidiéndole a Dios su piedad infinita, a otros humanos tapándose el rostro para ampararse en la ceguera, a cientos de mujeres con la boca abierta y el rostro transparente por la palidez del miedo, a sus amigos en el rincón sudando la desesperación, a los periodistas temblar buscando una explicación. Yo he visto la noche del 22 de mayo de 1976, aquí, en Johannesburgo, cómo un campeón mundial, herido, casi ciego, maltrecho y furioso cambiaba el destino de su vida por la única e invencible razón de los hombres: LA FE.»

Contó luego Robinson«Después que Richie Kates le chocara la cabeza abriéndole una herida profunda en forma de «T»  sobre el arco superciliar derecho, Víctor Galíndez había terminado su reinado. Si el referí Stanley Christocioulou hubiera aplicado el reglamento, las tarjetas computadas hasta el momento decretarían a Kates como ganador. Si el médico de la Comisión de Transvaal, doctor Clive Noble, se hubiera impresionado como las 42.125 personas que estaban en el estadio, el dictamen sería el rotundo basta, que cerraba el capítulo. Si Tito Lectoure hubiera vacilado un sólo instante dudando del coraje de Galíndez, una toalla habría dicho adiós. Pero esta noche —esta histórica noche— TODOS SE PUSIERON DE ACUERDO PARA DARLE A GALINDEZ LA ULTIMA CHANCE. Por distintos caminos, sobre distintas pautas y con diferentes argumentos, un referí, un médico y un manager le dieron la posibilidad para que Galíndez cruzara la frontera hacia la grandeza.

El referí dijo: FUE ACCIDENTAL. SI NO SIGUE PELEANDO PIDO LAS TARJETAS.

El médico dijo: LA HERIDA ES PROFUNDA, PERO NO GRAVE, PUEDE SEGUIR UN POCO MAS.

El manager (Lectoure) dijo: SI PARAMOS NOS QUITAN LA CORONA, NO HAY MAS REMEDIO QUE SEGUIR.» (El Gráfico)

Palabras más, palabras menos, en el descanso después del tercer round en el cual recibió el cabezazo que abrió su herida sangrante (el combate era a 15 asaltos), el boxeador argentino dijo en todos sus asistentes en el rincón: «Me duele, no veo nada, pero de aquí me bajan muerto, ajustame los guantes, Tito…»

Cuenta Bialo en su relato: «Desde el cabezazo en adelante, la pelea. Galíndez al ataque contra el rival, la herida, el tiempo, el médico, el réferi y sus fuerzas. Entre el cuarto y el séptimo round, aquellas miradas de horror se transformaron vivos mensajes de admiración. La gente se levantaba de sus asientos y todo el estadio -menos el sector alto y lejano poblado por negros- comenzaba a gritar: «Vic-tor, Vic-tor» con ese sonido extraño y emocionante de la fonética. Si esto se hubiera gritado en “argentino» y en Argentina, el coro sonaría cálido y contagioso; gritado en inglés o afrikans (idioma local) era la plegaria sobrecogedora. A medida que Galíndez agrandaba su imagen bajo una máscara de sangre que raía todo de rojo, a Kates parecía achicársele el corazón. Lo del 4° asalto fue excepcional: sin ver más que un bulto movible empezó y terminó tirando golpes. No me pregunten qué golpes eran, no lo sé, ni podría precisarlos. Eran golpes, yo creo, de un león herido. En el 5°, Kates intentó retomar una línea de alma sin prestarse a la pelea frontal y fue desbordado. En el 6° terminó «groggy» alcanzado por una izquierda en cross después de haber recibido no menos de seis ganchos la zona abdominal y en el 7°, como obra de un milagro, después de una tunda, la campana salvó a Kates del nocaut ya que el referí, en el mismo rincón del argentino, le contó 9 segundos de caída efectiva al retador le Nueva Jersey.»

«Esta noche todo se prestaba para fue Galíndez alcanzara en su quinta defensa la consagración definitiva. Primero fue autorizarlo a seguir cuando en cualquier ring del mundo les hubieran parado la pelea después de recibir el cabezazo. Más tarde fue esa caída de Kates coincidiendo con la campana para que el triunfo fuera menos ´fácil´. Y por último el nocaut -ya llegaremos a eso- cuando faltaban doce segundos para terminar la batalla. (Fue una batalla, más que un match de boxeo.)»

LOS TÍTERES DE AQUEL INFIERNO

«Al iniciarse el 8° round me sentí superado. Sabía que no podría volcar todo cuanto allí pasaba con proficuidad descriptiva. Quería anotar cosas y mi mano derecha parecía crispada. Quería ver todo y los ojos no me alcanzaban. Quería escuchar al ámbito y alrededor de mis oídos todo se tornaba ululante, uniforme, de un mismo carácter. Es más, en un momento me pareció vivir el sueño sublime de un crítico de boxeo frente al acontecimiento ideal para novelizarlo. Una pelea dramática con todos los matices. Situaciones cambiantes. El campeón herido que parece perdido y va remontando, el duende de una instancia —la lesión— que hace incierta cualquier perspectiva. Un referí bañado con la sangre de los boxeadores, un público excitado, un reloj demasiado lento para indicar el final de la epopeya y demasiado rápido para humanizar los descansos.»

«Veo, aún, el dedo índice de Lectoure penetrando en los tejidos abiertos de Galíndez para untarlo con una vaselina coagulante norteamericana que formaba una capa excedente. Veo también las manos de Cuellito resbalando a toda velocidad sobre las piernas del campeón. Fijo la premura del profesor Russo vaciando litros de agua helada sobre la nuca y los órganos genitales. Los gritos de Bianchi, la histeria de Roberto, la preocupación del doctor Paladino, que subió varias veces al rincón y llevó desde el hotel la caja de cirugía en previsión a este accidente. Pero no es todo: del otro lado, en perfecta diagonal, los esfuerzos por reanimar a Kates son igualmente desesperados», contó con brillantez Cherquis Bialo.

CÓMO GANAN LOS CAMPEONES

Y prosiguió el periodista uruguago: «En esta noche de gloria para Galíndez no cabe la posibilidad de una pausa para determinar pautas técnicas. Genéricamente ganó porque fue hombre y campeón. Ganó sintiendo la pelea como una actitud frente a su futuro sabiendo que se jugaba algo más que un resultado: LA TELEVISACION LE DARIA LA POSIBILIDAD DE MOSTRARSE EN TODA SU DIMENSION PARA IMPONERSE AL PUBLICO. Desde que le ganó a Len Hutchins en Buenos Aires, el campeón no tuvo posibilidades de conquistar a la gente.»

«Cualquier especulador, con el público y las tarjetas a favor, habría aprovechado para manejar la pelea y no para pelear. Galíndez, en cambio, con sus últimas potencias, siguió jugándose en procura del nocaut.» (Ernesto Cherquis Bialo)

«Sobre el cuerpo vencido de Kates, el campeón Galíndez apoyaba con seguridad sus pies en un pedestal que él mismo está construyendo. Los tiempos futuros dirán si esta sangre viril que quedó en el ring de Johannesburgo ha servido para que la historia del boxeo le reserve un lugar. Los sesenta metros que recorrimos entre el ring y el camarín fueron el epílogo de una noche inolvidable. Los sudafricanos llevaron a Galíndez en andas, luego que el locutor dijera en medio de un profundo silencio: ´En la pelea más fantástica de todas cuantas hayamos visto en Sudáfrica, Víctor Emilio Galíndez retuvo su corona por nocaut en el 15° round´».

UNA MUERTE ABSURDA Y CARGADA DE MALA SUERTE

El 26 de octubre pasado se cumplieron 41 años de la muerte de Víctor Galíndez, la fiera indomable que reinó en la categoría de los semi-pesados. A fines de los ´70, el boxeador se acercó al automovilismo, su otra pasión. Así, logró la licencia para competir en TC.

Decidió dar sus primeros pasos como acompañante del experimentado piloto misionero Antonio Lizeviche. Llegó el domingo 26 de octubre de 1980. Su primera carrera. 25 de Mayo, provincia de Buenos Aires. Lo que sucedió, como lo narra el periodista Enrique Martín, fue tan doloroso como absurdo:  “Galíndez fue un hombre atravesado por una increíble mala suerte. Nació estrellado. Murió con solo 31 años de edad de una manera absurda con muy pocos antecedentes y sucedaneos. Morir en una carrera de autos, fuera del auto y siendo automovilista, hay que encontrar un ejemplo“.

“Disputaban la carrera sin contratiempos hasta que el auto sufrió un desperfecto. No hubo forma de ponerlo en marcha. Ambos se bajaron de la máquina, lo arrastraron fuera de la pista e hicieron lo que marca el reglamento: caminaron por la banquina hasta la zona de boxes. Pero a Galíndez le ocurrió lo que le ocurre a las personas con mala suerte: otro coche, conducido por Marcial Feijoó, rompió la dirección y lo mató junto a Lizeviche”.

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