Max Schmeling, el boxeador ‘nazi’ que luchó contra el nazismo

El 12 de junio de 1930 un boxeador alemán, de nombre Max Schmeling, se proclamaba campeón del mundo de los pesos pesados. Una victoria que no estuvo exenta de polémica, pero en la que finalmente se le dio la razón, convirtiéndose de ese modo en el primer europeo que lograba el título.

Un reflejo de lo que sería la vida de Schmeling: siempre rodeada de polémica, por cuestiones que poco o nada tenían que ver con él, pero de las que sabía salir vencedor. Una vida que reúne grandes victorias y grandes derrotas; rivales y enemigos; nazismo, racismo y compañerismo; y un denominador común: el éxito a pesar de todo.

Boxeador por casualidad

Nacido el 28 de diciembre de 1905 en la zona alemana de Pomerania, Maximilian Adolf Otto Siegfried Schmeling, Max Schmeling, descubriría el boxeo por casualidad a la edad de 16 años, cuando su padre le llevó al cine a ver la película de la pelea por el Campeonato de los Pesos Pesados entre Jack Dempsey y Georges Carpentier de 1921.

Quedó maravillado por lo que acababa de ver, y sólo tres años después de aquella noche ya era campeón amateur alemán de pesos semipesados.

Arrancaba de ese modo una exitosa y fulgurante carrera. En 1926 se proclamaba campeón de Alemania. En 1927, campeón de Europa. Y en 1928, campeón de Alemania ya en la categoría de pesos pesados.

Es entonces cuando decide dar el salto a Estados Unidos. Ahí es donde debe triunfar si quiere consolidarse en la cima del boxeo mundial. Pero los inicios no fueron fáciles. En un país en el que se miraba con displicencia a los púgiles europeos, Schmeling era considerado un boxeador mediocre que había engordado su palmarés ante boxeadores mediocres.

Fue entonces cuando apareció la figura de Joe Jacobs, un manager estadounidense de origen judío que se encargaría de lanzar su carrera. Ambos sabían que necesitaban de un gran combate, y éste llegó en noviembre del 28, en el Madison Square Garden, ante Joe Monte. Schmeling ganó por KO.

Poco después se enfrentaría al español Paulino Uzcudun, otro buen boxeador que estaba buscando la gloria en Estados Unidos. Se consideró una especie de duelo por ver quién era el mejor púgil europeo. Schmeling se llevaría la victoria. Y entre el alemán y el español surgiría una gran rivalidad que se prolongaría durante los siguientes años.

El título mundial

Pero, sin duda, la gran oportunidad para Max Schmeling llegaría en 1930, cuando se midió a Jack Sharkey por el cetro mundial. En el cuarto asalto el estadounidense fue descalificado por un golpe ilegal, un golpe bajo. La victoria se la llevó Schmeling. Se convertía así en el primer europeo campeón del mundo de pesos pesados.

En 1932 se produciría la revancha entre Schmeling y Sharkey, siendo esta vez la victoria para el estadounidense. Un combate que tuvieron que determinar los jueces, en una decisión muy controvertida y muy criticada.

Sea como fuere, todo aquello catapultó la fama de Max Schmeling. En todo el mundo pero, sobre todo, en Alemania. Si ya se había convertido en un icono en los años 20, su figura alcanzó dimensiones gigantescas en la década de los 30.

Y claro, todo aquello coincidió con el auge del nazismo en el país, con la llegada de Hitler al poder. Fiel admirador del boxeo, el Führer supo aprovechar la figura de Schmeling en su favor.

El gran combate

Mucho más después de que en 1936 Schmeling se impusiera al nuevo ídolo estadounidense, Joe Louis.

El combate se celebró el 19 de junio de 1936 en el Yankee Stadium. Joe Louis había disputado hasta la fecha 23 combates, y los había ganado todos. Iba camino de convertirse en una leyenda, como así terminaría siendo. Así que nadie esperaba una derrota ante Max Schmeling.

Pero el boxeador alemán descubrió un punto débil en la manera de defender de Louis que nadie había visto antes. Ya en el cuarto asalto logró llevar a Joe Louis al suelo, algo que aún no había conseguido ningún boxeador. Y fue en el 12º asalto cuando Schmeling, con dos derechazos, tumbó definitivamente a Louis. Era el primer KO en contra que recibía el afroamericano.

Se suponía que el ganador de aquel combate iba a enfrentarse a James Braddock, más conocido como Cinderella Man, por la corona mundial de los pesos pesados. Pero Braddock rechazó el combate. Esgrimió diferentes escusas –una de ellas, que no iba a luchar contra un boxeador nazi– para medirse finalmente a Joe Louis. Y Joe Louis se proclamaría campeón mundial.

El nazi no nazi

En cualquier caso, aquella victoria ante Louis fue un tremendo éxito para Alemania y para el gobierno alemán. Se le recibió como a un héroe a su regreso, y la cancillería brindó una fiesta en su honor.

El III Reich puso toda su maquinaria propagandística en marcha. Porque si Schmeling ya era un símbolo en el país, mucho más lo sería después de derrotar a un boxeador negro, al que todos consideraban el futuro rey del boxeo. “El héroe de la raza superior” o “la prueba de la superioridad alemana sobre las razas inferiores”, se diría de Schmeling.

Pero en realidad eso es algo que a él siempre le incomodó. Era consciente de que los nazis utilizaban su imagen, pero nunca se mostró a favor del nazismo. Es más, en más de una ocasión, se manifestó en contra, lo que le acarreó no pocos problemas con las autoridades.

Así que Max Schmeling se encontró sin desearlo en una posición complicada. Era rechazado por la comunidad internacional, que le consideraba un siervo de Hitler y del nazismo. Pero a su vez era repudiado por las altas esferas nazis, molestos con su comportamiento. No aceptaban que tuviera un mánager judío. No aceptaban que se hubiera casado con una actriz judía. No aceptaban que no hiciera declaraciones en favor del nazismo…

Pero siguieron utilizando su imagen, claro. Era muy útil para el III Reich. Y aquello provocó también que Max Schmeling pudiera sacar ventaja. Consiguió que su mánager Joe Jacobs y su mujer Anny Ondra pudieran salir del país cuando los judíos comenzaron a verse amenazados. Las autoridades lo sabían, pero se lo permitieron.

No fueron los únicos judíos que salvó Schmeling. Muchos años más tarde se conoció que había escondido a varios de ellos en su apartamento, salvándolos de ser enviados a campos de concentración.

Pero claro, aquel apoyo del gobierno nazi a un boxeador del que no soportaban su actitud terminaría tan pronto como llegaran las derrotas. Y eso sucedió en 1938.

El 22 de junio volverían a enfrentarse Joe Louis y Max Schmeling. El estadounidense siempre consideró que su título mundial no valía hasta que derrotara al alemán. El único que le había vencido.

Pero desde el combate de dos años atrás a éste, el mundo había cambiado. Todo adquirió mucha mayor relevancia. El combate fue aprovechado políticamente para convertirlo en un enfrentamiento entre Estados Unidos y la Alemania nazi.

En Nueva York, donde se disputaría la pelea, se hablaba del “combate entre el bien y el mal“. Para ellos, Schmeling estaba luchando por Hitler, mientras que Louis estaba luchando por “el honor y la libertad del mundo”.

Desde Alemania, se pregonaba que iba a ser nuevamente la demostración de la superioridad de su raza. Que un negro no tenía nada que hacer contra un alemán. Y que todo el dinero recaudado se destinaría a la construcción de tanques, con el movimiento expansionista nazi ya en marcha.

Ante 70.000 espectadores que llenaron el Yankee Stadium, el combate apenas duró dos minutos y cuatro segundos. En cuanto sonó la campana Joe Louis se abalanzó sobre su rival, lanzándole hasta 41 golpes certeros en 124 segundos. Schmeling cayó KO. Tenía varias vértebras rotas, y tuvo que pasar diez días en un hospital.

A partir de ese momento, Max Schmeling fue considerado una deshonra para el país. La maquinaria propagandística nazi, la misma que le había usado y ensalzado, se encargó de que cayera en el olvido.

Y en cuanto estalló la Segunda Guerra Mundial, fue obligado a alistarse en la Luftwaffe, y enviado al frente de batalla. Sin ningún tipo de privilegio, a diferencia de otras figuras populares del país. Era, sin ninguna duda, la represalia por su insolencia con las autoridades nazis, o por su derrota ante Joe Louis. O por ambas cosas.

Conseguiría sobrevivir. Pero lo haría con los tobillos maltrechos, debido a los saltos que ejecutaba como paracaidista de élite. No pudo regresar al boxeo, aunque lo intentó, y en 1948 anunció de manera definitiva su retirada.

Sus buenos contactos y amistades le permitieron desempeñar diferentes trabajos, como el de representación de Coca-Cola en Alemania, que le posibilitaron una vida más que correcta para las siguientes décadas.

Y trazó, a pesar de todo, a pesar de que el mundo les había tratado de enfrentar, una gran y sincera amistad con Joe Louis. Cuando el afroamericano sufrió problemas económicos, Max Schmeling, bien posicionado por sus trabajos, le ayudó en todo momento. También cuando enfermó, costeándole buena parte de los tratamientos que debía recibir Louis. Y cuando el genial boxeador afroamericano falleció, en 1981, fue Schmeling quien se encargó de pagar todo el funeral.

La hora de Max Schmeling llegó el 2 de febrero de 2005. Estaba a punto de cumplir 100 años.

Por Libertad Digital

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