El lunes en que el boxeo argentino invadió Manhattan

Como un perro en medio del campo, que se sacude la tierra después de revolcarse, la ciudad de Nueva York intenta quitarse de encima las esquirlas y calmar el dolor que le sigue generando la pandemia con más de 212 mil contagiados y 17.500 muertos. Las tragedias no se comparan, pero esta no tiene similitud a ninguna otra que haya soportado la Gran Manzana.

Nueva York nunca deja de sorprender, pero quién iba a imaginar algunas postales como las que se vieron en los últimos meses: carpas sanitarias en el Central Park, camiones inmensos con cámaras frigoríficas que no daban a bastos de transportar muertos, fosas comunes alrededor de una cárcel en la periferia para enterrar cadáveres que nadie reclama.

¿Cuánto tardará en recuperar su condición de ciudad radiante, seductora, única, que nunca deja de sorprender y encantar? ¿Qué secuelas quedarán en sus habitantes y también en sus visitantes?

La discriminación racial, una marca registrada de los Estados Unidos, fue lo único que consiguió quitarle los máximos titulares periodísticos a la pandemia. La muerte transmitida casi en vivo por celulares a todo el mundo del afroamericano George Floyd por parte de policías blancos, y otros casos de abuso policial que continuaron, enardeció a la población y casi de manera diaria se registran marchas en todo el país de norte.

Esa discriminación quizá sea la misma que se vivía en 1975, hace más de medio siglo, en aquel verano húmedo y caluroso en el que Manhattan fue invadida por el boxeo argentino.

Todo fue curioso aquella noche del 30 de junio. El empresario argentino Juan Carlos ´Tito´ Lectoure, dueño del Luna Park de Buenos Aires, que siempre se asociaba al promotor Bob Arum de Top Rank cuando hacía negocios en los Estados Unidos, esta vez se unía con el excéntrico Don King. El campeón mundial mediano Carlos Monzón peleaba por primera vez (sería la única) en Norteamérica. En la misma cartelera ocurriría un suceso único hasta ese momento: dos púgiles argentinos se cruzarían en una pelea por título mundial, Víctor Emilio Galíndez (campeón mediopesado AMB) y el mendocino radicado en Nueva York, Jorge ´Aconcagua´ Ahumada. Y quizá la máxima curiosidad fue que la velada se realizó en el mítico Madison de Nueva York un día lunes. Argentina se adueñaba de un pedazo importante de Manhattan.

Galíndez llevaba menos de un año como campeón mundial, había sido el primer argentino en coronarse en el Luna Park. Lectoure trataba de llevar su campaña sin apuros, y decidió elegir para esa singular cita en el Madison a un conocido: el mendocino Ahumada. Un boxeador surgido en el Mocoroa Boxing Club, de la mano del maestro Francisco ´Paco´ Bermúdez (fue DT de Nicolino Locche) en el barrio Cuarta Sección de Mendoza. Por entonces estaba radicado en Nueva York y tenía como entrenador a Gil Clancy, el mismo que dirigió a Oscar ´Ringo´ Bonavena, Rodrigo Valdez y Emile Griffith, entre otros. Este fue el quinto enfrentamiento entre ambos, el primero lo había ganado el mendocino y los cuatro restantes el bonaerense (tres por nocaut). Esta fue la última vez que se cruzaron dentro de un ring y la victoria fue por puntos para el nacido en Vedia, que además había tirado a Ahumada en el tercer round.

La frutillita del postre de esa noche era la figura de Monzón. Ya se destacaba en el mundo del boxeo como un sólido campeón mundial que exponía ante Tony Licata la corona por undécima vez. En ese momento las peleas del santafesino no solo causaban el interés de la prensa deportiva sino también de las revistas de información general y las que cubrían el mundo de la farándula, porque llevaba casi un año de romance con Susana Giménez. Se habían conocido filmando la película ´La Mary´ de Marcelo Tinayre, el director y esposo de Mirtha Legrand.

Esa noche, la prensa local especializada fue para observar en vivo y en directo la actuación de Monzón, a quien solo habían visto por TV. El santafesino era más conocido por los europeos porque allí realizó muchos de sus combates mundialistas. Claro, se trataba nada menos que del campeón mundial mediano, una categoría demasiado importante. No convenció pese a que ganó en el décimo round y hasta el propio Monzón llegó a decir tiempo después que estaba más pendiente de Susana que de lo que ocurría en el ring. Un detalle: la blonda había ido a ver por primera vez a Monzón a un estadio y no paraba de gritar desde el ring side. No eligió mal lugar: el Madison de Nueva York.

Pasaron los años y esa jornada quedó como un acto de poderío y grandeza del viejo y querido boxeo argentino, por haberse adueñado una noche del estadio de la octava avenida de Manhattan, aunque haya sido lunes. Por ese mismo lugar pasaron todos los grandes del deporte, del espectáculo, la política y la religión. Sin ir más lejos, semanas anteriores habían tocado los Rolling Stones y 24 horas antes cobijó una actividad de los Musulmanes Negros. Además, en esos días alborotados, había causado alto impacto una marcha por las calles de la ciudad de más de 10 mil homosexuales peleando por sus derechos.

Nueva York siempre fue escenario de grandes jornadas, de turbulencia por luchas que pretenden cambiar el transcurso de la historia del mundo. Hoy es testigo de una nueva contienda en la que, en especial, afroamericanos y latinos pelean por la discriminación que siguen sufriendo cada día pese a cambios ocurridos. Mientras, duelen las muertes por la peste que sigue dando vuelta por todo el mundo.

En tanto, el Madison Square Garden permanece vacío, como casi todos los estadios del mundo, pero se agitan miles de recuerdos de tantos años de esplendor. Y entre viejos fantasmas perduran los que quedaron de aquellos buenos viejos tiempos del boxeo argentino.

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