“Maravilla”, de verdad, es afuera del ring

Por Roberto Morcillo

Sabés que todos los boxeadores tienen un apodo. No se de dónde salió eso, pero es una costumbre de los principios del deporte. Seguramente habrá sido una forma de generar interés sobre las peleas. Bueno, el primer apodo de Sergio Martínez fue “El pibe de oro”. Pero el que lo inmortalizó es “Maravilla”. Los dos apodos los lleva, aun mejor, afuera del ring.

Para las chicas y los no amantes del pugilismo: “Maravilla” era un crack. De hecho, fue considerado el tercer mejor boxeador de la historia en su categoria. De 56 peleas, ganó 51 (28 por knock out) y perdió solo 3. Un distinto de verdad. Una técnica, un estilo fino, impecable. Muy veloz de manos y de piernas. Y muy inteligente. Que te peleaba con la guardia baja y te mataba de contragolpe. Sergio fue Campeón Mundial en dos categorías. Eso es mucho. Muchísimo.

Esta nota no se trata de describir sus logros deportivos. Las estadísticas las podés buscar en Wikipedia. Quiero que conozcas al ser humano que hay afuera del ring.

Como la gran gran mayoría de los boxeadores, Sergio proviene de un hogar humilde. Se vivía con lo justo en su Quilmes natal, su lugar en el mundo. Pero Hugo y Susana se encargaron de darle algo a Sergio y a sus dos hermanos lo que muchos boxeadores no tienen. Un hogar. Y educación. No me refiero solo al colegio. Hugo le inculcó a “Maravilla” su amor por el rock. La música. El arte. También lo hacía escuchar a Dolina en la radio. Y “Maravilla” aprendió a pensar. Sergio es un tipo inteligente. Lee, busca mejorar como persona, tiene inquietudes, curiosidad.

Pero, al igual que la mayoría de los pugilistas, no la tuvo fácil. Es más: la tuvo muy difícil. Y te la voy a contar, porque por momentos eriza la piel.

Pelear contra las piñas y contra mucho más

Tenía un tío y dos primos boxeadores, asi que no le fue nada ajeno el deporte. A los 20, se fue al gimnasio de la familia a entrenar. No pensaba en boxear. De hecho, era “grande” para empezar. Él quería mejorar físicamente para jugar mejor a la pelota. Después de todo, jugaba en Claypole. A la semana peleaba por primera vez como amateur. Ganó, claro. Largó el futbol y se dedicó al box. Sin dejar de ayudar al viejo armando techos y tinglados. Cosa que tuvo que hacer desde los catorce años.

Muy pronto llegó su primera experiencia por un título. Las Vegas. El campeón era el famoso Margarito. Una pelea muy difícil. Llegó sin equipo. No tenía plata para pagarles a los sparrings, entonces no pudo entrenar. Y perdió. Pero no te quiero contar de eso. Se volvió al país con novecientos dólares (900) en el bolsillo. Estaba muy contento, porque ayudarían mucho a la familia. A pesar de que la bolsa prometida era de cinco mil (5.000 U$S)… bueno… tres mil, en realidad, “por los impuestos”. Lo estaban estafando, pero la guita servía y la agarró. Después se enteró de que esos tres mil que eran cinco mil… en realidad eran veinticinco mil (25.000 U$S). Sí. Le afanaron 24.100 dólares. Porque chorros hay en todos lados. Volvió de la fastuosidad de pelear en un hotel de Las Vegas a la realidad argentina. Estadios sin gente y sin agua caliente para ducharse después de la pelea. Bolsas rancias. Pero “Maravilla” le metió para adelante.

“Maravilla” es zurdo. Pero un día, para evitar que le robaran la bicileta en Claypole, le pegó al ladrón. Se quebró la mano (un médico le dijo que con suerte le iba a servir para seguir escribiendo). Fue un momento terrible. Tanto, que tuvo que aprender a boxear con la derecha. Agachó la cabeza y siguió. No dejó de entrenar a pesar de la mano lastimada.

En el 2000, otro de los años nefastos de la economía argentina, se fue a vivir a España. Con solo mil ochocientos dólares en el bolsillo. ¿Un loco? No. Un tipo convencido, con una idea en la cabeza y mucha fe en sí mismo. “Maravilla” soñaba con ser campón mundial. Literal. Cuando llegó a Madrid se dio cuenta de que en las valijas faltaban cosas. Sí: lo afanaron. Fue la bienvenida que le dio Europa. Entre lo faltante estaban las carpetas con direcciones y contactos como para empezar allá su vida deportiva. Estuvo dos días sin dormir, confiando en que algo lo iba a sacar adelante. Sin saber qué, claro. Hasta que en un bolsillito no revisado del pantalón encontró un papelito minúsculo. Tenía un nombre y un teléfono. Un contacto allá, que le había dado alguien acá, con la certeza de que ese contacto lo iba a ayudar. Terminó siendo Miguel, el manager que tuvo durante toda su carrera. Amigos. No se abandonaron más.

Ese señor le consiguió al toque un lugar para dormir. Y también su primera pelea por un título mundial, después de algunos combates exitosos en España. Para ese entonces, Sergio tenía varios trabajos (llegó a bailar en la tarima de un boliche una noche). La guita no alcanzaba. A veces, ni para comer. Tanto, que iba a Caritas a pedir comida.

El campeón del hambre

Así fue a pelear por primera vez por un título mundial. Una noche fue a Caritas y ocho días después se subió a un ring a pelear. No solo eso. Leeme: estaba flaco, obvio. Y tuvo que subir de peso para boxear en la categoría siguiente a la suya. La bolsa prometida era una fortuna para él en ese momento. Se fue al gimnasio y le dieron un suplemento dietario para engordar. Llegó con lo justo. La pelea fue en Manchester, Inglaterra. “El lugar en donde los extranjeros no ganan”. Tiene una mística Manchester. Como no le daban gimnasio y no se podía pagar uno, agarró un pedazo de cable que encontró en la calle para hacer algo de “cintura”.

La pelea fue contra Richard Williams, que era Campeón Mundial IBO, una federación inglesa. Williams lo recibió con una mano en la frente que le dejo una marca por tres meses. En el tercer round, lo tiró. Y fue la experiencia más fuerte en la vida de “Maravilla”. Desde el piso vio a su papá, que había llegado ese día, con un esfuerzo económico bárbaro. Sintió que el mundo se le venía encima. Sintió mucha vergüenza. Así que se levantó. En el sexto round, Williams le quebró dos costillas. En el once, lo volvió a tirar. Pero en la última vuelta, Sergio tiró a Williams. Y ganó por puntos. Sergio tenía un sueño que se había convertido en objetivo. Y nadie se lo iba a quitar. Ese es “Maravilla”.

Él se encargó de que el hambre de gloria fuera mucho más fuerte que el hambre de comida. “Maravilla” tuvo un deseo enorme. Una ilusión gigante. Y fue a cumplirla. Se encargó muy bien de que nada lo distrajera y de que nada lo detuviera. Eso nos enseñó, sin querer, en cada pelea.

Cuando ganó su título mundial contra el gran Chavez Jr, “Maravilla”, como siempre, subió al ring convencido de que ganaba. Le pegó tanto pero tanto a Chavez que, cuando salieron al útlimo round, la pelea ya era suya. Pero se encontró con una mano revoleada, que le pegó en el tímpano y lo dejó desconcertado. Así recibió dos mazazos más y se fue a la lona. Faltaba menos de un minuto. El estadio se paralizó. “Maravilla”, no. Se levantó e hizo lo que solo un grande de verdad podría haber hecho. Todos, absolutamente todos los boxeadores en ese estado, o escapan o se abrazan al rival. “Maravilla” lo fue a buscar. Mientras el relator Wálter Nelson le suplicaba en un inmortalizado: “¡Salí de ahí, Maravilla!”, la gente y Chavez no lo podían creer. Fue victoria por puntos. Los jueces ignoraron su caída, y seguramente valoraron su coraje, su locura. Que no eran más que esa ilusión que tenía desde siempre y que nadie le iba a sacar.

Sergio

La inmensa mayoría de los campeones mundiales de box pasaron hambre de chicos y jóvenes. Si se quiere, lo de “Maravilla” podría ser solo un montón de historias emocionantes.

Lo que lo convierte en un grande como ser humano no es lo que hizo “Maravilla” con el hambre, sino con la fortuna. Porque su objetivo lo cumplió. Con creces. En cada pelea tiene una anécdota que es un ejemplo de superación. De coraje de vida. De no bajar los brazos por nada del mundo. No perder la fe. La ilusión. El sueño. Hacer foco, pase lo que pase.

Pero Sergio nos deja una enseñanza a cada paso que da. Porque es Sergio. No se creyó la de “Maravilla”. Es ese tipo de remerita y saco que ves en cada entrevista. No solo es humilde y no se la creyó. No solo es “bajo perfil” y no muestra la fortuna que ganó. Eso lo hace casi cualquiera. Sergio invita a reflexionar con cada palabra. Es un tipo que mejora el mundo. Que les mejora la vida a los pocos que tiene al lado. Es un motivador. Cálido. Amable. Inteligente. Reflexivo. Acepta sus errores y pelea por mejorar. Enseña ese camino de superación diaria que tenemos que hacer. Que, si uno quiere de verdad, puede de verdad. Nos lleva de la mano a ser felices con poco. No tiene treinta Ferraris. Podría. Él es millonario porque es uno más entre nosotros. Eso que casi ningún millonario es, venga de donde venga. Sergio es un espíritu elevado. Ejemplo de que la vida no pasa por por el dinero. Sino por un lugar mucho más grande. Romántico. En donde lo material es secundario. Quizá por eso es uno de los pocos que no tuvo “amigos del campeón” ni vedettes al lado.

Lo de Sergio no tiene que ver con todo lo grande que hizo en el boxeo. Su grandeza viene de la cuna. Del hogar. Los hermanos, los tíos, sus amigos, hablan de agradecimiento aun hoy… Hugo, Susana: hicieron un trabajo de “Maravilla”.

Vía Ser Argentino

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