Accavallo: de botellero a campeón del mundo

Por Pablo Tano

 
Botellero, cartonero y lustrabotas. De trapecista a campeón del mundo. La vida pega innumerables vueltas y el destino parece, muchas veces, guiñarle el ojo al protagonista. Si uno sabe detectar el momento justo, ese instante preciso, esa venia, los pasos pueden ser firmes y sólidos. Tanto esfuerzo, sacrificio y perseverancia. Valorar lo que costaba ganarse el mango de pibe a futuro tiene otro sabor. Curtirse desde muy abajo con las necesidades básicas insatisfechas.
Villa Diamante, Lanús Oeste, vio nacer, crecer y sobrevivir a un niño llamado Horacio que acompañó a su padre, con un carro precario de botellero, a recolectar también cartones en el basural La Quema, donde funcionó hasta el siglo XX como lugar donde se incineraban los residuos sólidos de la Ciudad de Buenos Aires, en inmediaciones del predio del Club Huracán de Parque de los Patricios.
Horacio era Accavallo. Aquel diminuto hombre que, según cuenta su hijo, Horacio Junior, en el libro que escribió sobre su padre, “Horacio Accavallo. El pequeño gigante que venció al destino”, consiguió trabajo como trapecista en un circo que llegó al barrio y luego pensó un show donde con sus apenas 14 años y 50 kilos invitaba a pelear a cualquiera del público. Grandulones muchos de ellos. Nadie le pegaba de lo escurridizo que era.
Faquir, payaso y… futbolista. “Me cansé de hacer goles”, fanfarroneó Roquiño, uno de los primeros apodos con el que fue bautizado en el ambiente. “Pero en el fútbol son once y en el boxeo, uno solo. Era más rentable. Yo era pícaro, zurdo, era veloz y entonces me hice boxeador. Solamente necesitaba un short, una remera y un par de medias”. 
Los primeros golpes 
Comenzó a guantear en un gimnasio que abrió en su barrio. Kid Roquiño construyó una campaña exitosa y fugaz como peleador amateur. Asesorado por “El Abuelito” Ricciardi, un maestro, perdió en la final por la clasificación a los Juegos Olímpicos de Melbourne ante el reconocido Abel Laudonio, quien en Roma (1960) se colgó la medalla bronceada.
Italia y el profesionalismo 
Ahora entonces guiado por Héctor Vaccari, emigró al Viejo Continente a desandar su camino porque, según él, “en mi época, en el Luna Park los zurdos no eran muy queridos porque decían que no éramos vistosos”.
Entre 1958 y 1959 realizó 10 combates. Debutó ganándole a Salvatore Burruni, en Cagliari, y su última pelea la realizó ante el mismo rival y fue con derrota. El hombre nacido en Alguer, Cerdeña, se consagró campeón mundial en abril de 1965. En una tercera velada, Horacio le volvió a ganar pero ya en el Luna Park, en su regreso, y sin el título en disputa.
Vuelta al pago 
Ya de regreso a la Argentina, el apellido Accavallo sonaba distinto. Los empresarios miraron a este tenaz peleador de peso mosca con otros ojos. El promotor Juan Carlos Tito Lectoure no dudó y empezó a programar las noches de boxeo en el mítico Estadio de la calle Bouchard, en la Ciudad de Buenos Aires, con Horacio como figura estelar de la cartelera.
“A mi público lo inventé yo”, alardeaba el zurdo carismático, que creó un personaje seductor para sus seguidores y fanáticos tanto adentro como afuera del ring. “Cuando entraba a un restaurante saludaba a todo el mundo, les daba la mano uno por uno. Les decía quién era y sabía que cuando yo peleaba muchos iban a pagar para verme”, analizaba.
El pequeño gigante crecía en éxitos y popularidad. En 1961 se consagró campeón argentino ante Carlos Rodríguez y después obtuvo el cinturón sudamericano frente al uruguayo Júpiter Mansilla. Su nombre vendía boletos y llenaba estadios. Era hora de comenzar a guardar el dinero.
Japón, tierra de coronación 
Y una noche llegó… sí, la oportunidad que todos esperan: pelear por el soñado título del mundo. La gloria absoluta. Para ello hubo que viajar hasta Tokio a enfrentar al local Katsuyoshi Takayama. El 1º de marzo de 1966 desplegó una cátedra de recursos y sorprendió a todos, menos a él. Vértigo, explosión y picardía fueron sus mayores cualidades sobre el cuadrilátero para consagrarse campeón del mundo de la AMB en la categoría mosca.
Consciente de su progreso económico y nunca olvidando sus raíces en Villa Diamante, Horacio supo administrar con astucia sus ganancias. Fue un inteligente comerciante que invirtió dólar por dólar, peso por peso.
Según cuentan, cosió los dólares que ganó en el forro de su saco y durmió con él hasta que volvió a la Argentina.
El cuerpo y sus heridas 
El mayor rival de Accavallo era dar el peso en la balanza. Sufría demasiado para alcanzar los 50,802 kilos. Defendió tres veces la corona conseguida con tanta perseverancia pero fueron combates durísimos que dejaron secuelas en sus pómulos y ojos.
En la primera se lució en el Luna Park frente al japonés Hiroyuki Ebihara -a quien le volvió a ganar más tarde- y luego ante el temible mexicano Efraín Alacrán Torres. Y en el medio perdió sin la corona en juego con el también nipón Kiyoshi Tanabe, en Tokio. Producto de una profunda herida cayó por nocaut técnico en el sexto round.
Con la derrota ante Burruni, fueron las dos únicas derrotas en una campaña extraordinaria de 75-2-6 (34 KO). “Los últimos días casi no probaba bocado; tenía los labios resecos y para no tomar líquido me los mojaba con una gasa húmeda; era una gran tortura”, recordaría de la segunda pelea ante Ebihara, cuando ya tenía 32 años.
Campeón de la vida 
Accavallo presagiaba internamente que su retiro estaba cerca. Su sabiduría adquirida en la Universidad de la Calle lo puso en alerta.
Tras la segunda defensa ante Ebihara, aquel 12 de agosto de 1967, con sus dolores insoportables, comunicó a Lectoure la decisión de retirarse. “Es una pena, Horacio, porque hacés un esfuerzo más y podés hacer una buena recaudación”, aconsejó Tito, y recibió la réplica contundente del campeón del mundo. “¿Sabés qué pasa, Tito? Más allá de la bolsa está el prestigio. Y, si llego a perder, dejaré de ser campeón. En cambio, si me retiro ahora, será campeón para siempre”.
Las casi 20 mil personas que colmaron el estadio esa noche histórica después se enterarían por la radio de la noticia. Accavallo, quien en 1980 recibió el Diploma al Mérito en la primera edición de los prestigiosos Premios Konex, y que en 2017 fue declarado Ciudadano Ilustre de Lanús, fue más que un campeón de boxeo.
Fue un luchador de la vida y siempre desafió al destino. El 14 de octubre cumplirá 85 años. Ejemplo de vivir la vida y valorarla.

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