Bonavena-Peralta: La pelea que “vio todo el mundo”

Por Tomás Rodríguez

 

La noche del 4 de septiembre de 1965, hace cinco décadas y media, se paralizó el país -como cuando peleaba Carlos Monzón- y se transformó en una jornada histórica, memorable e increíble cuando el emblemático estadio Luna Park de Buenos Aires con 25.236 entradas vendidas batió para siempre su récord de asistencia y recaudación en el festival boxístico donde Oscar Natalio Bonavena le arrebató el título nacional de la categoría pesado al sanjuanino Gregorio Peralta.

 

El Palacio de los Deportes, ubicado en la Avda. Corrientes y Bouchard es, por muy buenas razones, considerado la meca del boxeo argentino y sudamericano. Por dicho escenario han desfilado fantásticos campeones mundiales, actores famosos, músicos legendarios, movimientos políticos y religiosos de todo tipo y pelaje y numerosas expresiones populares y culturales.

 

Pero ese apoteótico sábado porteño pagaron su abono 25.236 aficionados que significaban 13 millones de pesos de esa época, equivalente a 55 mil dólares; en la oportunidad “no se podía ni respirar de tu propio aliento”. Además se quedaron afuera del maravilloso “templo del pugilismo americano”, aproximadamente 5.000 personas, porque no entraba ni un alfiler adentro.

 

El referido acontecimiento deportivo fue un fenómeno irrepetible en la extensa y rica historia del Luna Park, fue la pelea más convocante de los 120 años de la larga trayectoria del boxeo en la República Argentina. La multitud que no pudo acceder al festival, seguía las alternativas por medio de las radios portátiles, debido a que no se transmitían en directo por TV los combates de los sábados, la mayoría como en las últimas dos décadas seguían por LS5 los relatos de Osvaldo Caffarelli y los comentarios de Horacio García Blanco.

 

Después de la clandestinidad arrabalera, el Luna Park instaló al deporte de las “Narices Chatas” en el centro porteño y de a poco lo fue haciendo una cita de gala. Mucho antes que el fútbol y el automovilismo, el boxeo atrajo a la mujer y con los años, sus butacas se engalanaron con hermosas e ilustres damas, desde Eva Perón a Amalia Lacroce de Fortabat.

En esa ocasión, estaba toda la “crema porteña”, el “jet set”, los que pisaban fuerte por aquellos años, los futbolistas Ermindo Onega (River Plate), Federico Sacchi (Racing) y Antonio Rattín (Boca Jrs.), el conductor televisivo “Pipo” Mancera, el polista Charles Menditegui, el luchador Martín Karadagián y el jefe del Ejército, Juan Carlos Onganía, además de los ex campeones mundiales de boxeo Horacio “Roquiño” Accavallo y Pascual Pérez.

En 1965 crecía la industria de los diarios, las radioemisoras y la televisión. Esta locura iba a cambiar todo y mucho, el motivo de semejante concurrencia, era la defensa del título del prestigioso boxeador cuyano Gregorio “Goyo” Peralta (98-9, 60 KO), 30 años, 1,83 m. de altura, campeón argentino y sudamericano de peso completo. El sanjuanino venía de ganarle el último año al campeón mundial semipesado Willie Pastrano, en Miami y en nuestro país la afición deportiva lo adoraba, él hablaba como un profesor de filosofía, era técnico y un caballero en el cuadrilátero y en la vida; era el favorito de la gente, el boxeador más querido por el público hasta esa noche; saludaba sonriendo ante la multitud una vez que subió al ring.

 

Su rival, era todo lo opuesto, nada que ver, eran como el agua y el aceite. Oscar Natalio “Ringo” Bonavena (58-9, 44 KO), recién tenía 24 años, 1,79 m., porteño hasta la médula, natural de Parque Patricios, del mítico basural de “La Quema” y hablaba y calentaba la previa.

 

“Ringo” era verborrágico, histriónico y muy fanfarrón; era petiso para un pesado, tosco, rústico, pie plano y encima tenía la voz aflautada (cantaba “Pio, Pío”), que se chocaba con el contenido asesino y amenazante de sus palabras. Pero el joven le ponía ganas como un caballo y tenía un maxilar a prueba de bombas atómicas; siendo un púgil fanfarrón, pero brutal; lleno de músculos bien voluminosos; un retacón potoco y atrofiado.

Detrás de la puerta principal de la calle Bouchard, estaba Juan Carlos Lectoure, espiando la fila a través de los vidrios, poniendo “cara de sábado” ?como lo definiera Cacho Fontana- cada vez que un periodista, empresario o amigo le pedía dos entradas “no me podés fallar, Tito”; Aulita en la puerta no dejaba ingresar a nadie sin entradas, Capecce en la boletería, quien fabricaba sobre la hora los ring-sides agotados y los “garrones”en la vereda esperando el cabezazo de algún influyente que los hiciera entrar, aunque esa noche era imposible. Mientras tanto, el locutor oficial, Norberto Fiorentino, con su sensible y afamada voz anunciaba: “En la úlllltima peleaaa de la noche?”.

 

 

En esa confrontación chocaban el ídolo y el villano, el bueno y el malo: Gregorio Peralta y Oscar Bonavena y nadie se lo quería perder. El challenger se burló, le sacó el cuero en los meses previos en los distintos medios de prensa, trató de ganar la batalla psicológica, incomodar desde el camarín, meterse bajo la piel de Peralta; quien no lo respetaba por las ofensas subidas de tono.

 

En la pelea, el monarca parecía atado, nervioso y medio sorprendido de que Bonavena no intente aplastarlo; el retador se arma de paciencia mientras la muchedumbre alienta a “Goyo”; el porteño barre con los brazos y perfora con volados de diestra y siniestra; lo trata mal al campeón.

 

Bonavena demostró que tenía una terrible mano de nocaut cuando lo tiró a Peralta en el quinto asalto, fue un escalofriante cross de izquierda a la carretilla, el poseedor del cinturón cayó casi sentado al tapiz, le contaron hasta cuatro en la lona y los ocho reglamentarios “medio mameluco” parado, como “pasado de copas”.

“¡Quedate en el suelo, Goyo, no te levantés, por favor!”, le rogaba “Ringo”, a su vez, Peralta se pone de pie para perder por puntos, la multitud enmudeció y todos se convirtieron en “sordomudos” de no poder creer? La pelea fue reñida, pero favorable a Bonavena sin ninguna duda; lo intentó hacer flamear varias veces y “Goyo” apeló al “Modo Supervivencia” en varias oportunidades.

 

 

Cuando el árbitro le levantó la mano, “Ringo” explotó en lágrimas, apoyo su rostro en el hombro de Peralta y buscó su contención y afecto: “Perdoname, Goyo, si te ofendí, hablé mucho sólo para que viniera la gente”. El fanfarrón era, después de todo, un tipo sensible.

 

Peralta, luego, se hizo mucho más famoso con sus dos derrotas discutidas frente al olímpico y “Artista del KO”, George Foreman y por buenas actuaciones en España y Alemania. Se retiró a los 38 “pirulos” y vivió silenciosamente por el resto de su vida hasta el 2001, cuando falleció siendo adulto mayor.

 

Bonavena se hizo también mucho más famoso con sus victorias ante el canadiense George Chuvalo; sus dos derrotas frente al campeón mundial pesado, Joe Frazier (en la primera lo tumbó dos veces) y por sobre todo su caída frente a Mohamed Alí (Cassius Clay) por KO en el capítulo 15, el 7 de diciembre de 1970, en el mítico Madison Square Garden de Nueva York.

 

Posteriormente, el 22 de mayo de 1976, Bonavena fue asesinado de un escopetazo en un prostíbulo llamado Mustang Ranch, en Reno, Nevada. El 29 de mayo de ese año fue velado y llorado por 100 mil personas en el estadio Luna Park; aquel día se fue su cuerpo, pero la leyenda sigue más viva que nunca, con el único límite de la eternidad.

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