Botellero, cartonero, faquir, payaso, trapecista… y campeón del mundo

El 2 de octubre de 1968, en forma sorpresiva, el campeón de la categoría mosca de la Asociación Mundial de Boxeo, el argentino Horacio Enrique Accavallo, convocó a una conferencia de prensa en una concesionaria de autos de la ciudad de Lomas de Zamora, donde anunció su retiro definitivo de la actividad

Por Tomás Rodríguez – El Litoral

Había perdido contra la balanza y no podía dar los 50,802 Kgs (112 libras) de su categoría, la de los moscas. Previamente, Horacio Acavallo fue campeón argentino y sudamericano de esa división, además de campeón del mundo, con un récord en el campo rentado de 83 combates, 75 triunfos, 34 por la vía rápida, seis empates y dos derrotas

Cuando se lo anunció a Juan C. Lectoure, le expresó “Tito, no puedo luchar más contra la báscula, hasta aquí llegué, no me pidas un esfuerzo más, porque no tengo fuerzas ni voluntad. No tengo palabras para agradecerte todo lo que hiciste por mi, muchas gracias, hermano y Maestro”. Accavallo era físicamente “grande” para la categoría mosca (no existía entonces súper mosca, con cuyo límite 52,164, hu8biera sido monarca durante muchos años), mostraba velocidad, talento, creación, movedizo, fue mucho más sobre el ring de lo que pareciera juzgarlo la historia del boxeo.

Había nacido en una clínica del barrio Parque Patricios, el 14 de octubre de 1934, en una familia de inmigrantes, su padre era calabrés de Potenza y su madre, española y el sueldo municipal no alcanzaba para la mínima atención de la familia, “Roquiño” vivía en una casita de chapas de Villa Diamante, en el partido de Lanús, tenía tres hermanos más, su niñez pasó por la marginalidad social, donde la injusticia lo dejó librado a su suerte en el mundo, a los 10 años abandonó la escuela en tercer grado y empezó a trabajar de botellero, luego recolector de cartones, hasta que un día entró a trabajar en el famoso circo de los hermanos Sarrasani, siendo faquir, payaso y hasta trapecista, donde le pagaban 20 pesos diarios, buena plata para un niño. Lamentablemente, cuando tenía 16 años, un día el circo se fue a Brasil y nuevamente la vida le provocó un nuevo golpe y volver a empezar.

Entonces, tenía los ojos de los chicos que se la rebuscaron en la calle, sin brillo, con cara de viejo, un mechón castaño sobre el rostro, cuando sonreía las arrugas quedaban olvidadas, en su niñez fue muy golpeado, pero no precisamente por el boxeo, sino por el hambre y la marginalidad social. Desde pibe soñaba en tener una cadena de zapatería en Lanús.

“En el Circo Sarrasani fui payaso, trapecista, siempre me gustó el aplauso, qué le va hacer, soy bohemio; cuando el mundo del espectáculo artístico se fue a Brasil, tenía 16 años, comencé otra vez desde abajo, lustré zapatos en Pompeya, vendía diarios en Avellaneda; los domingos en las canchas de fútbol vendía turrones, caramelos, chocolatines, como lo hacía el inolvidable Chuenga, un verdadero maestro de la vida”, comentó Accavallo cierta vez a un periodista.

“Roquiño” nunca pensó que sería pugilista hasta que lo hizo de casualidad en la Sociedad de Fomento de Villa Diamante; después casi siempre triunfó, de 40 peleas que hizo como aficionado ganó 39 y en el desquité “planchó” por nocaut a su único vencedor, José Prusiano. En 1956 lo declararon profesional y luego de 22 encuentros en el campo rentado y por gestión de Simón Bronemberg, titular del semanario “K:O: Mundial” y de la “Guía Pugilística”, anuario que lo hacía junto a José Cardona, partió rumbo a Europa, donde su carrera fue conducida por el desaparecido manager italiano Umberto Branchini.

 

Realizó 10 combates en Italia, enfrentando a los mejores púgiles de ese país, ganando 6 peleas, empató tres y perdió sólo con Salvatore Burruni (a quien también había derrotado), quien luego sería campeón del mundo. Regresó a la Argentina y el 1 de julio de 1961, otro peleador de Lanús, Carlos Rodríguez, era favorito para retener el cinturón de campeón argentino de los moscas, Accavallo mostró su superioridad, se impuso por amplio margen de puntos, donde hizo prevalecer su zurda, con talento, creatividad y capacidad de adaptación. El 7 de julio se adjudicó el cinturón sudamericano al vencer en el estadio Luna Park al uruguayo Júpiter Mansilla por decisión unánime, en 15 asaltos; cerrando esa temporada, el 2 de diciembre, derrotando al fuerte pegador mexicano Jesús “Chucho” Hernández, superando otra vez a este rival por abandono en el noveno rounds.

 

En los 26 combates siguientes logró igual número de triunfos y enfrentó luego al panameño Eugenio Hurtado, vencedor de Pascual Pérez, en su última pelea, fue vencido dos veces por Accavallo en 1964, la última por KO en seis rounds.

 

Ante la inmensa convocatoria que generaba Accavallo en el Luna Park -siendo monarca argentino y sudamericano-, Lectoure vio el suculento negocio que podía hacer. Le ofreció a Salvatore Burrini pelear con “Roquiño” en Buenos Aires sin que éste expusiera la corona. Los italianos no querían saber nada, siempre había excusas, el argentino estaba quinto en el escalafón y necesitaba subir si quería pelear por algún título, finalmente aceptó a cambio de 30 mil dólares pero antes, tenía que exponer el título de la AMB ante el australiano Rocky Gallettari, desestimó esta exigencia de la AMB y le quitaron la corona.

 

Para el 1 de marzo de 1966 se pactó el combate por la corona de la categoría mosca vacante, entre el argentino Accavallo e Hiroyuki Ebihara, de Japón, pero éste se lesionó. Tito Lectoure rápidamente habló con el titular de la “Word Boxing Associaton” (Asociación Mundial de Boxeo) el norteamericano Emile Bruneau para buscarle una solución a semejante problema; vía telefónica, el yanqui le dijo; “Si se lesionó el uno (Ebihara), el dos está en Tokio y el tres también es japonés, que peleen el dos ?el argentino? y el tres Katsuyoshi Takayama. El ganador obligatoriamente tiene que darle la chance en su primera defensa a Hiroyuki Ebihara”.

 

La comitiva argentina fue presidida por el propio Lectoure, el doctor Luis Mancuso, el manager Héctor Vaccari (dueño de una cadena de heladerías en Mar del Plata y después intendente de Chivilcoy) y su técnico Juan Aldrovandi, el “Leoncito de Palermo”. Después de dos semanas de duros entrenamientos en el Akasaka Prince Hotel, Accavallo estaba en óptima condición física. El combate fue pactado a 15 rounds y estaba en juego el título mundial mosca (vacante) AMB y CMB, de reciente creación.

 

Los periodistas, Emilio Lafferranderie, (El Veco), de “El Gráfico”, Ernesto Cherquis Bialo y el fallecido Julio Ernesto Vilas, dijeron que antes de sonar el primer campanazo y mientras a Accavallo se le colocaba el protector bucal, Takayama le pegó un golpe en el rostro a “traición” que fue reglamentario, pero no dentro del código de honor del boxeo.

 

El argentino durante los 15 asaltos se mostró muy superior y le dio una verdadera lección de boxeo, tanto en defensa, ataque y efectividad ante el público japonés atónito y se adjudicó para la Argentina el segundo título mundial en el profesionalismo, en la misma disciplina y ante otro nipón.

 

Cabe destacar que Accavallo se convertía en el primer campeón mundial que tuvo el joven promotor Juan Carlos “Tito” Lectoure, administrador y gerenciador del mítico Luna Park, en el Nippon Budoka de Tokio, donde 11 años atrás, el “León Mendocino”, Pascual Pérez le arrebató el cetro de campeón mundial al japonés Yoshio Shirai, por decisión unánime, el 24 de noviembre de 1954.

 

En un programa televisivo, Accavallo afirmó que “el boxeo pule a la gente, la pone culta; el roce social que he adquirido no se paga con dinero, me ha llevado a una cultura social que muchos ricos no tienen. Yo soy un hombre humilde que fui botellero, estudié en Europa y puedo dar clases de francés e italiano, soy pícaro y bien habladito y digo con orgullo que me formé en Villa Diamante, luché con honestidad, transparencia y le dí una trompada al hambre”, concluyó.

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