El preso 84AO172, Dewey Bozella: era inocente, pasó 26 años preso y a los 52 fue boxeador profesional por un día

Por Luciano Gonzalez – Clarín

Todavía faltan tres horas para que se pongan en juego dos títulos mundiales y el sol calienta en Los Ángeles cuando un debutante y un boxeador de flojísimo récord suben al ring del Staples Center para una pelea preliminar a cuatro rounds. ¿Por qué más de dos mil personas ocupan tan temprano sus asientos para ver ese combate? Porque a sus oídos llegó la magnética historia de ese debutante, que tiene 52 años y pasó 26 en prisión por un crimen en el que jamás pudo probarse su participación.

“Quería saber cómo se sentía ser un profesional. Era algo que necesitaba descubrir por mí mismo”, contó Dewey Bozella después de esa jornada en la que su estreno y su retiro como púgil rentado estuvieron separados por solo 15 minutos. El tiempo que le llevó vencer a Larry Hopkins. Había esperado hasta 2011 para saber cómo se sentía. Podría haberlo hecho mucho antes, pero una cadena de irregularidades judiciales y su decisión de no doblegarse hicieron que pasara la mitad de su vida privado de la libertad.

Mucho tiempo había pasado desde que había sido condenado a una pena de entre 20 años y reclusión perpetua por el homicidio de Emma Crapser, de 92 años. Y mucho más desde que había descubierto cuán áspera podía ser la vida. A los 9 años, había visto a su padre asesinar a golpes a su madre embarazada. Tras ello, cinco de sus 11 hermanos y él quedaron bajo custodia del Estado de Nueva York y pasaron por distintos hogares de acogida.

Cuando tenía 16, uno de sus hermanos murió apuñalado durante una pelea. Poco después, otro falleció tras recibir un disparo. A los 17, tratando de eludir ese destino de sangre, se mudó a Poughkeepsie, una ciudad de 30.000 habitantes ubicada 110 kilómetros al norte de Nueva York, sobre la costa este del río Hudson, donde vivía otro miembro de la numerosa prole. También a los 17, fue detenido por primera vez por un robo.

El 14 de junio de 1977, Emma Crapser volvió a su casa alrededor de las 23, después de haber participado en un bingo en la iglesia St. Joseph de Poughkeepsie. Dentro de la vivienda, fue atacada. Horas más tarde, fue hallada maniatada con un cable y asfixiada con restos de tela en su garganta.

A partir de la declaración de un sospechoso, la Policía local detuvo a Dewey Bozella, quien tenía 18 años, y a Lamar y Stanley Smith. Los hermanos negaron tener conocimiento del hecho, pero cambiaron su versión cuando la Policía les informó, mendazmente, que el tercer implicado los había acusado del asesinato.

Entonces Lamar sostuvo que había visto a Bozella y Wayne Moseley, otro joven cuyo nombre hasta entonces no se había vinculado con el crimen, tratando de ingresar a la vivienda de la víctima. Y Stanley afirmó que había divisado a Bozella, Moseley y un tercer hombre al que no identificó en un parque cercano antes del homicidio.

Bozella negó los cargos y explicó que estaba a varios kilómetros del lugar a la hora en que había ocurrido el hecho. No se halló evidencia física que lo vinculara con el delito. Incluso en una de las ventanas de la vivienda de Crapser se encontró una huella digital de Donald Wise, un hombre que ya había cometido un crimen similar a tres cuadras del domicilio de la mujer. Tras 28 días preso, fue liberado sin que se formularan cargos contra él.

Pero casi seis años después, en abril de 1983, cuando intentaba encarrilar definitivamente su rumbo tras haber pasado dos años y medio detenido por tentativa de robo, fue nuevamente acusado de haber participado en el homicidio de Crapser por Moseley y Lamar Smith, quienes estaban presos por otros delitos.

¿Qué había sucedido? La Fiscalía que tenía a su cargo la empantanada investigación les había propuesto testificar contra Bozella a cambio de una reducción de sus condenas. Moseley lo hizo y fue liberado tres años antes de cumplir su sentencia por robo. Smith siguió su camino y recibió el beneficio de la libertad condicional.

“Todas las pruebas estaban basadas en esos testimonios. No había nada que pudiera tocarse, olerse o verse que lo vinculara con la muerte de Emma Crapser”, explicaría años más tarde Mike Steiman, el abogado que representó sin demasiado éxito a Bozella en el juicio. El 3 de diciembre de 1983, un tribunal íntegramente compuesto por personas blancas lo halló culpable del homicidio. Recibió una pena que iba de 20 años a reclusión perpetua.

El condenado fue enviado al Centro Correccional Sing Sing, una prisión de máxima seguridad en Ossining, ciudad enclavada a mitad de camino entre Poughkeepsie y Nueva York, también a orillas del Hudson. “La vida no significaba una mierda para mí. No me importaba si vivía o moría. No existía. Era sólo un número ambulante: 84AO172”, contó en una entrevista en la revista Vice, en septiembre de 2015, sobre sus primeros meses allí.

Pero en 1985 encontró una soga a la que aferrarse: se incorporó al programa de boxeo que Robert Jackson, un guardia de la prisión, había implementado con el objetivo de minimizar los niveles de tensión y de violencia dentro del complejo penitenciario. Los guantes no eran una novedad para Bozella, quien antes de ser detenido había tenido un breve paso por el centro de entrenamiento que manejaba el ex campeón mundial pesado Floyd Patterson.

Como parte del programa, se organizaban veladas en las que los reclusos enfrentaban a algunos de los más destacados púgiles aficionados de la región. El ring era emplazado en la llamada “Casa de la Muerte”de Sing Sing, justo en el lugar donde antes había habido una silla eléctrica.

En 1989, el entonces invicto y campeón mediopesado de Sing Sing enfrentó a Lou Del Valle, ganador de los Guantes de Oro de Nueva York y futuro propietario del título mediopesado de la Asociación Mundial de Boxeo. Del Valle se impuso en un combate muy cerrado, que fue detenido por un corte sobre uno de los ojos de su rival. “Esa pelea me demostró que tenía las habilidades necesarias”, sostuvo Bozella sobre su única derrota tras las rejas.

Después de 6 años y medio privado de la libertad, Bozella logró que su causa fuera revisada en 1990. Sobre la base de la jurisprudencia que había sentado la resolución de la Corte Suprema estadounidense del caso “Batson vs Kentucky”, un Tribunal de Apelaciones consideró que había habido una violación de los derechos civiles en el juicio por la recusación de afroamericanos como posibles integrantes del jurado. La sentencia original fue anulada y se ordenó un nuevo proceso.

Mientras se estaba desarrollando el segundo juicio, en diciembre de 1990, la Fiscalía ofreció a Bozella un acuerdo: que admitiera su responsabilidad en la muerte de Emma Crapser, a cambio de una pena morigerada de entre 7 y 14 años por asesinato involuntario. Si aceptaba, podía solicitar la libertad condicional a los seis meses. Tenía 31 años y el sueño de ser boxeador profesional. Pero se negó.

Prefería morir en la cárcel antes que asumir algo que no había hecho. No hubiese podido vivir el resto de mi vida diciendo que había hecho algo que no hice”, explicó. Un par de días después, recibió otra propuesta: la libertad inmediata, a cambio de asumir la responsabilidad en el hecho. También se negó. Sin acuerdo, el nuevo jurado lo declaró nuevamente culpable y repitió la condena: entre 20 años y reclusión perpetua.

De vuelta en Sing Sing, Bozella completó su educación secundaria y obtuvo una licenciatura en Ciencias del Mercy College y una maestría en Estudios Profesionales del Seminario Teológico de Nueva York. También participó del programa de teatro “Rehabilitation Through the Arts” (Rehabilitación a través de las artes) y se casó con Trena Boone, a quien conoció en la sala de visitas de la prisión (tenía un hermano detenido allí).

En 2003, tras haber pasado 20 años preso, Bozella solicitó la libertad condicional. Le exigieron un arrepentimiento por escrito por el crimen de Emma Crapser. Se negó, por lo que su pedido fue denegado, pese a su conducta ejemplar en la cárcel. Volvió a intentarlo en 2005, 2007 y 2009. La exigencia, la respuesta y el resultado fueron los mismos.

Una puerta se abrió a partir del contacto con Innocence Project, una iniciativa puesta en marcha en 1992 por profesionales de la Facultad de Derecho Benjamin Cardozo de la Universidad Yeshiva, que trabajaba para conseguir, a través de pruebas de ADN, la libertad de personas condenadas en procesos judiciales viciados.

En 2005, la organización aceptó hacerse cargo del caso, pero cuando solicitó que se realizara la prueba de ADN sobre las muestras de sangre y de cabellos que se habían recolectado durante la investigación del homicidio de Emma Crapser, se descubrió que habían sido destruidas. Entonces Innocence Project contactó a Wilmer-Hale, un importante estudio de abogados de Nueva York, para que asumiera la representación de Bozella.

Ross Firsenbaum, uno de los abogados asignados al caso por Wilmer-Hale, dio con una copia del expediente preliminar que había confeccionado y guardado Arthur Regula, el detective principal que había motorizado inicialmente la investigación y que entonces llevaba 18 años jubilado. ¿Por qué había conservado esa copia? “Me imaginé que algún día alguien vendría a tocar mi puerta. Hubo cosas en el caso que me hicieron dudar de si Dewey Bozella estaba realmente involucrado”, explicó.

Revisando el expediente, los abogados detectaron serias irregularidades e incongruencias entre las declaraciones de algunos testigos y las de Wayne Moseley y Lamar Smith. Incluso había una grabación en la que otra persona reconocía su responsabilidad por el homicidio. En base a eso, Firsenbaum solicitó la nulidad del proceso.

El 14 de octubre de 2009, la sentencia fue anulada. Dos semanas después, el 28 de octubre, la Fiscalía pidió la absolución definitiva. Recién entonces, 9.461 días después de haber sido condenado, Dewey Bozella recuperó la libertad. Tenía 50 años. “Voy a olvidarme de lo que hicieron la Fiscalía y la Policía, y seguiré con mi vida. Si me preocupo por lo que hicieron, nunca llegaré a donde quiero”, sostuvo ese día a la salida del Palacio de Justicia del condado de Dutchess.

Ya libre, Bozella trabajó como entrenador de adolescentes en un gimnasio de Newburgh, donde se radicó con su esposa; asistió a exconvictos en su reinserción laboral; recibió el premio Arthur Ashe al valor, otorgado por ESPN; publicó “Stand tall. Fighting for my life inside and outside the ring”, la autobiografía que escribió junto a la periodista Tamara Jones; y cobró una reparación de 7,5 millones de dólares del condado de Dutchess por sus injustificados (e injustificables) 26 años en prisión.

Pero hizo algo más: cumplir su sueño de ser, al menos por un día, un púgil profesional. Enterado de la historia de Bozella, el ex campeón mundial Oscar De la Hoya, fundador y presidente de la promotora Golden Boy Promotions, le propuso pelear en la velada que estaba organizando para el 15 de octubre de 2011 en el Staples Center de Los Ángeles y que tendría como atractivo principal el combate entre Bernard Hopkins y Chad Dawson por el título mediopesado del Consejo Mundial de Boxeo.

El “sí” de Bozella fue inmediato, pero no se trataba solo de una cuestión de deseos: necesitaba una licencia habilitante de la Comisión Atlética del Estado de California, que jamás había otorgado una a un hombre de 52 años. Para conseguirla, se sometió a un riguroso control médico, a una prueba técnica de boxeo y a una sesión de sparring.

La respuesta inicial fue un mazazo: la Comisión rechazó la solicitud porque el responsable de la evaluación consideró que durante la sesión de sparring el aspirante había evidenciado “problemas con el movimiento lateral en el ring, reflejos deficientes y falta de trabajo en defensa”. Pero le otorgó la posibilidad de ser evaluado nuevamente un mes después.

Entonces apareció la mano de un hombre que conocía en primera persona parte de lo que había padecido Bozella: Bernard Hopkins. El campeón, que había pasado casi cinco años en el Instituto Correccional Estatal de Pennsylvania, en Graterford, cumpliendo una condena por robo a mano armada antes de debutar como profesional, le propuso que se instalara en Filadelfia y se preparara para la prueba en su gimnasio y con su entrenador asistente, Danny Davis.

El primer día de Bozella en el campamento de Hopkins fue una revelación. “Casi me hacen vomitar. Pensé que estaba bien entrenado, pero cuando llegué ahí, descubrí que estaba en el jardín de infantes en comparación con lo que ellos hacían”, explicó. Después de esa primera jornada esclarecedora, el progreso fue notorio.

El 29 de septiembre, apenas 16 días antes de la velada en la que estaba previsto su debut, Bozella se presentó nuevamente para ser examinado en Sacramento junto a Wendell Chavis, otro de los integrantes del equipo de Hopkins. También Oscar De la Hoya lo acompañó durante la prueba que finalmente le permitió obtener su licencia.

Los días previos al combate fueron de exposición máxima, algo sumamente infrecuente para un debutante. “Esto no es un acto de caridad. Él está cumpliendo su sueño”, aseguró Bernard Hopkins sobre el hombre con quien había compartido un mes de trabajo. “Hay cierta energía e impulso en algunas personas que muchos de nosotros nunca entenderemos. Lo que hizo Dewey está más allá de todo lo que yo hice en el ring y de todo lo que logré en mi vida personal”, añadió.

No solo el mundillo del boxeo se hacía eco de la historia. Dos días antes de la tarde soñada, el debutante recibió un llamado del presidente Barack Obama para saludarlo y desearle suerte. “Todo lo que lograste mientras estabas encarcelado y cuando saliste en libertad me impresiona mucho”, le dijo el primer mandatario.

Finalmente, el 15 de octubre de 2011, a las cinco de la tarde, Dewey Bozella, de 52 años, trepó al cuadrilátero del Staples Center para enfrentar a Larry Hopkins (ningún vínculo lo unía con Bernard, más allá del apellido), que tenía 30 años y había sido noqueado en sus tres combates profesionales.

Bozella se mostró lento y algo atado en los primeros dos rounds, pero en los dos siguientes se soltó, superó claramente a su adversario y lo tuvo al borde del nocaut en el cierre del duelo. En el último episodio, Larry Hopkins, visiblemente cansado, dejó caer seis veces su protector bucal, lo que le valió un descuento de un punto.

Solía acostarme en mi celda soñando que esto sucedería. Esto era todo lo que quería: mi sueño hecho realidad. Fue una de las mejores experiencias de mi vida”, admitió Bozella sobre el ring. Luego agradeció a sus abogados, a la Comisión de Boxeo del Estado de California y a Oscar De la Hoya.

Apenas unos segundos antes, Patrick Connolly (39-36), Jonathan Davis (38-36) y Thomas Taylor (38-37) le habían otorgado la victoria. Sí, después de tantos reveses en los tribunales, un jurado le permitía retirarse con los brazos en alto.

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