La leyenda del Intocable

Por Tomás Rodríguez

 

En esa oportunidad, Locche tuvo que salirse de su libreto tradicional para ser más agresivo y era lógico: estaba buscando en el Lejano Oriente el cetro universal de esa división. Por eso su despliegue fue maravilloso, porque no solo lo volvió loco a su contrincante, esquivando y caminando el ring por todos los costados, sino que le descargó los golpes necesarios para que después del noveno asalto el campeón no saliera de su rincón, dejándola corona en manos del mendocino.

 

El noveno asalto fue la apoteosis; Fujii trataba de encimarle el cuerpo arriba, de ganarle al menos por asfixia; la cabeza viboreando de “Nico” siempre emerge, estaba libre; la izquierda se mantenía atenta y la derecha también trabajaba ¿las cuerdas? No, el que manda soy yo, señalaba Locche una vez más, llevaba al japonés al centro del ring y el gancho de derecha hacía saludar al local, uno por uno, a todos los que estaban en la primera fila del ring.side.

 

Un detallista llegó a contar 14 “uppercuts” de Locche en ese episodio donde el aturdimiento de Fujii llegó al colmo. Una seguridad concreta de éxito levantaba a la prensa del asiento, de la pose budista para gritarle en criollo su admiración; una convicción de derrota, con la cabeza gacha y las piernas vacilantes, llevó al campeón a su rincón, tras la campana.

 

Ante el llamado para la décima vuelta, Locche se dirigió al centro del cuadrilátero; existía un revuelo en el rincón del monarca; las manos del árbitro Nicky Pope (EEUU) hicieron la señal definitiva “finish”, Fijii abandonaba la lucha, desconcertado, abrumado por la superioridad técnica y el castigo a que lo sometió el argentino.

 

Locche fue el primero en darse cuenta, al dirigirse a su propio rincón: “No sale, don Paco, no sale”, el juez estadounidense le levanta la mano y el púgil argentino comenzaba a llorar, como un niño, mostrando a todo el estadio la alegría incontenible; mientras Bermúdez, Lectoure y Aguilar lo abrazaban al flamante campeón mundial de peso welter junior.

 

Anécdotas

 

De lo que no salió el tunuyanino fue de producir anécdotas increíbles; antes de partir la delegación argentina desde el hotel al Kuramao Sumo, no apareció y cuando el sparring Juan Aguilar y su amigo Beto Massara lo fueron a buscar, enviado por Don Francisco “Paco” Bermúdez, estaba Nicolino en el sanitario del lobby del hotel Akasaka Prince fumando, el último cigarrillo antes de la conquista del campeonato mundial de boxeo.

 

Por otra parte, en el camerino, a menos de media hora para subir al cuadrilátero, ante el nerviosismo de todo el equipo que acompañaba al púgil sudamericano, había un hombre durmiendo en la camilla, al borde del ronquido: el inefable Nicolino…

 

Sus comienzos

Cabe destacar que el incomparable pugilista mendocino había nacido en Tunuyán, el 2 de septiembre de 1939, era considerado un tipo raro, un luchador pacifista, un humorista, militante de una de las actitudes o actividades más antigua del hombre, menos para él, desde la misma tarde en que su madre, harta del haragán de su hijo y “purrete” incorregible en el colegio, decidió llevarlo al gimnasio del barrio.

 

Allí aprendería a boxear, nada menos que con un Maestro de campeones: don Francisco “Paco” Bermúdez, quien contaba que a ese muchacho alegre y bromista, muy burlesco a indisciplinado, no le gustaba que le pegaran.

 

Por eso, de su estilo, lo que mejor aprendió fue a esquivar, bloquear; fue uno de los boxeadores argentinos con campaña más extensa hasta su paso al profesionalismo: trepando a 122 peleas como aficionado. En el campo rentado ganó todos los títulos posibles: mendocino primero, Argentino luego, Sudamericano después y, por fin, del mundo; corona a la que le costó muchísimo llegar, había conseguido cosas increíbles como atraer al público femenino para que asista a sus combates. Además de ser querido dentro y fuera del ring debido a su carácter.

 

Noches mágicas del Luna

 

La estadística señala que Nicolino Locche hizo su primera presentación en el Luna Park el 29 de julio de 1959, ganándole por puntos a Juan Carlos Ramírez y que la última fue el 17 de enero de 1976, cuando se impuso por decisión a Emiliano Villa. La documentación de referencia expresa que en esos 17 años realizó un total de 43 actuaciones en el Palacio de los Deportes, un 31% de sus 136 encuentros de profesional.

 

Lo que jamás podrá describir la estadística será esa extraña e indescifrable comunión entre público e ídolo. Aquéllas mágicas noches de risa y emoción, aquellos “¡Oooleees!”, el gesto pícaro, el amague engañador, el cabeceo indolente, la sonrisa con el soberano, la calva bajo las luces, los aplausos de pie, el caminar a lo Charles Chaplin. Locche y el Luna Park?

 

Alguna vez, -luego de una exhibición en 1980- el mismo estadio que lo ovacionó le dio el adiós definitivo a un Locche que ya no era “Ni- co- li- no”, como cantaba la popular. El otro -el auténtico- el de los “oooleees”, ya estaba metido en el corazón del viejo estadio, fantasmasgórico habitante de un tiempo que, como diría Carlos Gardel, “ya nunca volverá?”.

 

El Luna Park, aquel templo del boxeo que ya no queda, subía el sonido excitado esperando la magia de su preferido; desde la calle venía el reclamo de quienes no pudieron ingresar: “Entradas Agotadas”, decía el cartel; igual, sea por Corrientes o por Bouchard, algún centenar de aficionados preferían quedarse con sus receptores portátiles para acompañar a su relator preferido con las exclamaciones de quienes habían llenado el Palacio de los Deportes.

 

Cerca de las 22.45, las miradas se orientaban hacia el ángulo de Madero y Corrientes, el corredor de los vestuarios; ni haz de reflector, ni música de cortina, ni “culatas” abriendo el paso, ni notables acompañando. Delante suyo, don “Paco” Bermúdez, su maestro desde la infancia hasta la gloria; detrás, el ayudante ocasional de la esquina; en el medio, bajo el estrépito de la multitud, que gritaba enfervorizada: “Ni-co-li-no”, “Ni-co-li-no”, ese que pegaba saltitos, abría y cerraba la bata celeste y blanca, era el majestuoso “Intocable”?

 

Locche fue distinto a todos los boxeadores argentinos del siglo pasado. Lo llamaban “Intocable”, debido a un comentario del diario “La Nación” que escribió el periodista Eduardo Maschwitz, quien en un párrafo escribió: “El boxeador mendocino ?año 1961 peleando con el chaqueño-cordobés Jaime Giné- pareció intocable”.

 

Tal acierto fue tomado por Manuel M. “Piri” García, quien en el semanario “El Gráfico” en 1962 lo jugó en el título de su nota: “El Intocable Nicolino Locche” y, obviamente, si ese semanario deportivo lo decía, sería “El Intocable” para siempre.

Fuente: El Litoral

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