Nicolino Locche, no habrá ninguno igual, no habrá ninguno

Maestro, Intocable, usted fue el mas grande./ Con la firma de El Veco, El Gráfico publicó:”Yo se lo había dicho, señor embajador, ese Fujii iba a comer higos con bombilla después de la pelea”.

La lluvia caía sobre el parabrisas del Mercedes 220 de la embajada argentina. Ni el titular de nuestra representación, Juan B. Martín, ni nosotros tenemos ganas de hablar.

Todavía medimos por dentro la emoción del triunfo. Todavía, el embajador y nosotros tenemos las gargantas rojas de gritar, los pechos sacudidos de abrazos, las mejillas mojadas de lágrimas.

Pregúntele a ese hombre, señor embajador, lo que le dije hace tres meses en Mendoza. Pregúntele si no le dije que paraban la pelea, que lo iba a cortar tanto que Fuji no llegaba al final.

Este es otro Nicolino más locuaz, más abierto. Es campeón del mundo y lo demuestra. Habla hasta “por los codos”, como si todavía tuviera el brazo en alto, como si Nicky Pope, el referee americano unido a la historia del boxeo argentino, porque ei dirigió a Pascual Pérez en la instancia cumbre, porque lo vimos en la consagración de Accavallo en la misma actitud, le siguiera diciendo al mundo que Nicolino Locche Devenditti, hijo de sicilianos, nacido en Tunuyán, Mendoza, el 2 de septiembre de 1939, es el nuevo rey de mundo, sin título compartido, como amo absoluto de la corona para todas las lenguas, para todas las razas, para orgullo de su tierra.

(…)Allí está “El Intocable” trabajando con la izquierda adelante. Fujii no sale a apurar. Se mueve fijo contra el piso, a pasos cortos y lentos, hasta que decide lanzar una derecha que se pierde en el aire. Nicolino quiebra su cintura y acorta distancias. No va a la guerra, porque sabe que no le conviene, pero anticipa siempre. La zurda de Locche ya es un látigo en esa primera vuelta. Fujii lanza otros dos envíos, uno de derecha y otro de izquierda, y se frena. Ventajas para Locche y una confirmación sobre lo que nos habían dicho de Fujii en tan sólo tres minutos: un peleador, pero un peleador muy burdo, sin matices, que avanza con la cabeza en punta, pero que “deglute” todos los amagos, que cree en todas las insinuaciones boxísticas de Locche con una fe ciega y que no encuentra confirmación en ninguna de aquellas “promesas”.

En el segundo round Locche sigue manteniendo el centro del ring y sacude de entrada a Fujii con izquierda y derecha. El hawaiano-japonás no sabe qué hacer. Trata de llegar a la distancia corta, la más propicia para él, pero los tres meses de entrenamiento de Locche están vivos en esas piernas que se entregan a una danza continua, casi sin tocar el piso, no ofreciendo jamás un blanco fijo, caminando el ring con una soltura que le da base fundamental a su posibilidad de triunfo.

(…)No hay variantes en el tercer round. Fujii trata de arrinconar a Locche en una esquina neutral, y se va a lo toro a buscarlo… y Nicolino ya no está y Fujii se zambulle espectacularmente y cae sobre la piscina de lona. Un campeón mundial en el ridículo máximo para un boxeador y el torero de pantalones cortos allí al lado, esperando el olé del tendido (…) En la cuarta, Fujii asoma más activo (…)

Reacción leve de Fujii pero siempre mejor el mendocino, ganando el round. Tito Lectoure nos comentaría más tarde que Bermúdez le advirtió: “No quiero que se deje pegar, ¿eh?” Y la respuesta de Nicolino fue para la carcajada: ” ¿Quién me va a pegar, ése? Quédese tranquilo, don Paco”.

(…)La izquierda de Locche siguió mandando en el quinto y un swing le cerró el ojo derecho al campeón, quien se quejó de haber sido golpeado con el pulgar. La izquierda es un tormento para Fujii, un tábano implacable, una mano que ve venir cada segundo y que no puede esquivar. Hay tres esguinces de “Nico” en el rincón de Fujii, que ya empieza a desconcertarse. En el cuarto fue a las cuerdas y en el quinto le escapa. Y siempre Locche con la batuta, y la imagen del campeón cada vez más desdibujada.

“Nico” se otorgó descanso en la sexta vuelta. Para los japoneses ése era el round clave, o mejor dicho el plazo de pelea que tema ei local para definir el combate por nocaut, una especie de Rubicón que ellos mismos habían puesto: sí aquí no pasa nada, Locche tiene la pelea a su favor, para traducirlo en porteño. La zurda de oro sigue su monólogo virtuosista, pero los golpes netos no abundan. Una izquierda de Fujii llega en un cruce y el mendocino no se conmueve.

Era la última prueba que nos faltaba para saber que los jueces apenas con un solo ojo tendrían que reconocer por fuerza la superioridad del argentino.

Llegó el séptimo y allí Fujii quemaría sin fortuna sus últimos cartuchos. (…) “Nico” rompe la ofensiva resueltamente, no acariciando sino haciendo sentir el peso de sus manos, bien plantado sobre el piso, con actitud de campeón antes de que le coloquen la corona. (…)

Y llega el noveno. El decisivo. El de la apoteosis. Fujii lo encima, trata de tirarle el cuerpo arriba, de ganarle al menos por asfixia. La cabeza viboreante de “Nico” siempre emerge, siempre está libre. La izquierda siempre está atenta y la derecha también trabaja. ¿Las cuerdas? No, el que manda soy yo, señala “Nico” una vez más. Y lleva al japonés al centro del ring y el gancho de derecha hace saludar al local, uno por uno, a todos los que están en la primera fila del ring side.

Un detallista llegó a contar 14 uppercuts de Locche en ese episodio donde el aturdimiento de Fujii llegó al colmo. Una seguridad ya concreta de éxito nos levanta del asiento, de la pose budista para gritarle en criollo nuestra admiración. Una convicción de derrota, con la cabeza gacha y las piernas vacilantes, llevó a Fujii hasta su rincón tras la campana. Hacemos nuestras anotaciones y al levantar la cabeza suena el gong llamando a la décima vuelta. Sale Locche hacia el centro, pero se detiene, ¿qué ocurre? Hay un revuelo en el rincón de Fujii y las manos de Pope hacen la señal definitiva: “finish”, sí, el final Fujii abandona la lucha, muerto, desconcertado, abrumado por la superioridad técnica y el castigo.

Locche fue el primero en darse cuenta. Al salir para combatir captó antes que ninguno la situación y se lo comunicó a su rincón: “no sale, don Paco… ¡no sale!”Nicky Pope le levanta la mano y Locche empieza a llorar, como un niño, a cara limpia, mostrando a todo el estadio la alegría incontenible de esas lágrimas. No tiene tiempo de secárselas. Allí están Aguílar, Lectoure y Bermúdez, que lo envuelven en sus brazos, que le aprietan la cabeza contra sus pechos.

Aguilar lo pone a babucha y lo muestra triunfante, para que todos lo vean en lo alto, como si fuera un águila invencible, como un rey de reyes. (…)Queda un poeta que llegó a rey. Queda un inconstante genial que trabajó de gasista, carpintero, cromador, cadete de cualquier ramo. Queda un hombre que sólo hizo tres años de escuela y que jamás leyó un libro. Queda un bohemio simpático que quemó mucho tiempo bajo las luces de la noche y que odió el sol de las madrugadas.

Queda el amigo inseparable que encontramos cada vez que llegamos a él. Queda el más sutil de los boxeadores que jamás hayamos visto, el gran innovador en el mundo de las narices quebradas y las orejas de repollo. Queda el fino poeta de la zurda genial que a veces se ve obligado a transpirar para demostrar su grandeza. Que siempre boxeó igual, antes y ahora, que siempre fue el mismo, antes y ahora. Queda una emoción que nadie puede medir en nuestro interior. Queda el nuevo rey de la categoría medio mediano juniors para que el mundo lo contemple.

Ya vamos hacia las nubes. Allá está la ciudad a la que llegamos dos veces, antes para ver a Accavallo, hoy para aplaudir al mendocino. Ahora podemos descansar sobre la almohada que nos alcanza la azafata. Allá queda esa ciudad que cada tanto es nuestra. Y le echamos un último vistazo, mientras le tiramos un beso de despedida. Tokio…¡bendita seas!

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