Gennady Golovkin, el boxeador que con casi 40 años sigue causando miedo a sus rivales

El 15 de septiembre de 2018 Gennady Golovkin conoció a la derrota en primera persona. El mejor peso mediano del mundo abdicó para ceder su trono a Saúl Canelo Álvarez. Nadie había sido capaz de vencer al GGG. Merecida o no, debatible o no, la primera mancha de su prístino historial había quedado asentada.

Decepcionado, con la mirada hundida, el púgil kazajo bajó del ring. Una certeza inflamaba su orgullo: él se sentía ganador. Tras 24 rounds que le recordaron a todo el mundo de qué se trata el boxeo, Golovkin estaba vacío.

Decía Rocky Balboa que nadie golpea más duro que la vida. Y GGG lo supo desde que era niño. Sus hermanos, Vadim y Sergei, eran soldados del ejército ruso y murieron en combate. El gobierno nunca le dio a la familia Golovkin una explicación.

Desde entonces, Gennady asumió el precepto de Balboa. No había margen de error. Una vez que la vida ha empleado las jugarretas más sucias y dolorosas posibles existen dos opciones: aceptar la realidad o cambiarla.

Por eso no sorprende que con cuarenta años este hijo de la guerra soviética continúe en la élite del boxeo. Ha soportado golpes bajos en el ring y en la vida.

A pesar de que una medalla de plata olímpica (Atenas 2004) ya figuraba en su biografía, Golovkin se enfrentó al ninguneo de un sinfín de promotores. En Alemania, país donde se estableció en 2006 para entrenar, la promotora Universum prefirió empujar a boxeadores como Sebastian Zbik, un boxeador promedio que en 2011 fue despojado del centro mundial por Julio César Chávez Jr.

Golovkin intuyó el miedo: Zbik era campeón del mundo por el CMB en los pesos medianos y sus protectores no querían que nadie mancillara su prometedora carrera. El espíritu indómito del kazajo se hartó. Perdió la paciencia y se marchó a Estados Unidos, la tierra a la que debe ir todo púgil que pretenda demostrar su valía en la industria.

De la mano de la promotora K2, que encumbró a los hermanos Klitschko en suelo americano, Gennady comenzó a recibir el respeto que sus puños reclamaban. Su escalada al estelarismo contó con el respaldo de Abel Sánchez, un reconocido entrenador con quien forjó una dupla complementaria; alumno y maestro estaban sedientos de gloria.

El púgil kazajo en la segunda pelea contra Saúl Álvarez. El mexicano se llevó el combate por decisión mayoritaría. (Joe Camporeale-USA TODAY Sports)
El púgil kazajo en la segunda pelea contra Saúl Álvarez. El mexicano se llevó el combate por decisión mayoritaría. (Joe Camporeale-USA TODAY Sports)

Sánchez, que reconoció desconocer todo de Golovkin cuando se lo presentaron, edificó la carrera de un monstruo. Golovkin siempre fue un pegador nato. Salía a fajarse con quien fuera sin tener reparo en las consecuencias. Pero con la batuta de Sánchez esos instintos llegaron al siguiente nivel.

El protocolo era invariable: la presentación de GGG como medallista olímpico previo a sus peleas, un beso en el guante y el rostro tranquilo, sin muecas fingidas ni expresiones provocadoras.

La campana sonaba y el hombre de cara apacible se convertía en un asesino. Acorralaba a sus rivales sin clemencia. Jab, upper, gancho; arriba y abajo, con la derecha y la izquierda. El menospreciado kazajo al que pocos auguraron cepa de campeón era una máquina de boxear.

GGG creció como la espuma. En tres años pasó de ser campeón interino de peso mediano a supercampeón por la AMB. Ya no era un jovencito. Rebasaba 30 años y todo tenía que acelerarse. Por eso jamás dudó en retar a los mejores de su categoría.

Golovkin actualmente ostenta las fajas de la IBF y de la IBO. Su pelea de unificación con el japonés Murata se pospuso por el arribo de la variante Ómicron. (Photo by Cliff Hawkins/Getty Images)
¿La respuesta? Evasivas eternas. El público adoraba a Gennady por su estilo, pero había llegado demasiado tarde a las grandes ligas como para ser una garantía de facturaciones millonarias. Ni Miguel Cotto ni Sergio Martínez lo enfrentaron. Había mucho riesgo en pelear contra alguien que puede enviarte al retiro sin una bolsa millonaria como consuelo.

Golovkin incrementó su estatus con los títulos CMB e IBO de la categoría. Nadie tenía dudas de que él era el rival a vencer en las 160 libras. Saúl Álvarez también lo sabía y, aunque el combate natural entre ambos se postergó al menos dos años, en 2017 no había forma de seguir huyendo del destino obvio. Los mejores tienen que pelear contra los mejores.

La primera contienda entregó un empate pleno de controversia. Muchos vieron ganar al kazajo. Otros, menos, a Álvarez. El negocio, más allá de los debates boxísticos, se regocijó: habría revancha. Sí, revancha, porque con el empate ambos se sentían perdedores. Canelo nunca había enfrentado a alguien como Golovkin y Golovkin nunca había enfrentado a nadie como Canelo.

La gloria absoluta se la llevó Álvarez la noche del 15 de septiembre de 2018. El resultado también invitó a la polémica, pero la realidad era una: GGG había perdido por primera vez en su carrera profesional. Golovkin tenía todo para tirarse al piso y renunciar. No lo hizo. Volvió un año más tarde para derrotar a Sergiy Derevyanchenko y regresar a la cima del mundo. Ganó los títulos mundiales de la FIB y de la IBO.

Las posibilidades de una trilogía con Canelo siguen intactas. Según ha dicho Eddy Reynoso, entrenador del mexicano, esa pelea solo podrá darse en el peso supermediano. Que nadie subestime a Gennady Golovkin. Bastar recordar que el kazajo tiene una pelea pendiente con Ryota Murata, campeón mundial de la AMB.

Ómicron pospuso el combate entre los dos colosos, pero poco importa. Golovkin ha demostrado que no mira el reloj al momento de asumir retos. Con casi 40 años ningún golpe, en el ring y en la vida, ha sido capaz de derribarlo.

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