A 48 años de la última pelea de Carlos Monzón en Argentina
Por Julio Cantero – Aire Digital (Santa Fe)
Carlos Monzón debutó como profesional el 6 de febrero de 1963. Ese miércoles, le GKO 2 al entrerriano Ramón Montenegro en la vieja sede del Club Ben Hur de Rafaela y, hasta su retiro, en 1977, realizaría 99 peleas más en distintas ciudades del país y el mundo.
En la Argentina, el oriundo de San Javier peleó 12 veces en esta capital (siempre en la cancha de fútbol o la vieja cancha de básquet –el actual estacionamiento– del Club Atlético Unión); cinco en Mar del Plata; seis en Paraná; tres en Córdoba y, en dos ocasiones, en Tostado, Rosario, Posadas, Mendoza, Presidencia Roque Sáenz Peña, Chaco, y San Miguel de Tucumán.
Por su parte, en nuestra provincia se presentó una vez en el citado choque de Rafaela, junto con Vila, Reconquista, Ceres, Sa Pereira y San Cristóbal. Asimismo, combatió en solo una oportunidad en San Francisco, Córdoba; Villa Ángela y Charata, Chaco; San Nicolás; Río Gallegos; Santa Elena, Entre Ríos; Trelew, Chubut; San Juan y Salta.
En el exterior, Escopeta peleó 17 veces: Río de Janeiro (tres); San Pablo (una); Roma (tres); Montecarlo y París (cuatro en cada una); Copenhague (una), y Nueva York (una).
A las 30 restantes las hizo en la Capital Federal, en el Luna Park. Precisamente, la 30ª vez que peleó en el estadio de Corrientes y Bouchard fue la última que realizó en la Argentina: el sábado 5 de octubre de 1974 –hace hoy 48 años– le GKO 7 al australiano Tony Mundine, retuvo por 10ª vez su corona mediana AMB y, hasta su retiro, que se oficializó el 29 de agosto de 1977, ya no volvería a presentarse profesionalmente en su país natal.
La oferta para debutar en el cine
Ese 1974 –donde Escopeta realizaría dos defensas, una en el exterior y otra en Buenos Aires, con casi ocho meses de inactividad entre ambas– comenzó con una propuesta que recibió el campeón, y la que nada tenía que ver con el boxeo.
El 14 de enero, poco antes de viajar a París para exponer sus coronas por 9ª vez (sería ante el cubano-mexicano José Ángel Mantequilla Nápoles), Monzón atendió un llamado telefónico en su departamento de Díaz Vélez y Gascón, en la Capital Federal. Era el locutor Guillermo Cervantes Luro, quien le había propuesto a la productora cinematográfica para la que trabajaba contratar a Escopeta para que este debutara en el séptimo arte.
Días después, en el restaurante Nápoli, frente al Luna Park, el campeón mundial –acompañado por su técnico, Amílcar Oreste Brusa– almorzó con el franco-argentino Daniel Tinayre (el esposo de Mirtha Legrand, y que sería el director de la película que querían que protagonizara el sanjavierino), Cervantes Luro y Ricardo Tomaszewski, los productores de la misma. La idea era rodear al monarca de un buen elenco y no solo explotar su nombre –conocido en cualquier lugar del mundo– ya que, por caso, su sola aparición paralizaba el tráfico en Roma o París.
Como los productores buscaban una estrella que hiciera un fuerte impacto en los mercados europeos, el primer nombre en el que pensaron fue el del italiano Mario Girotti (nacido en Venecia el 29 de marzo de 1939, y más conocido por el seudónimo de Terence Hill), pero todo quedó en la nada cuando este pidió un astronómico cachet de 400.000 dólares y la exclusividad de los derechos de distribución del film en Italia.
Por eso y, tras evaluarlo detenidamente, se inclinaron por Carlos, quien percibiría por su trabajo lo que ningún actor argentino había cobrado en el país hasta ese entonces: 22.000 dólares. Si bien el acuerdo era un hecho, Brusa hizo una muy importante aclaración: Escopeta debía pelear muy pronto en París y, tras su defensa, ya liberado de su obligación, recién ahí su pupilo podría abocarse al rodaje, el que comenzaría en la segunda semana de marzo.
Igual, Tinayre le dijo que haría el anuncio a la prensa, arrancaría con la promoción de La Mary (tal el nombre de la película) y, además, le entregó a Monzón una copia del libro para que lo fuera leyendo en sus ratos libre en la capital francesa.
La paliza a Nápoles
El choque ante Mantequilla se realizó en la Ville de Puteaux, Hauts-de-Siene, en los suburbios de París, en una carpa calefaccionada con capacidad para 12.000 espectadores que se montó especialmente para la velada.
Nápoles era el vigente campeón mundial welter AMB-CMB y, como provenía de una categoría más chica (cuyo límite es de 147 libras, o 66,678 kilos), si le ganaba a Carlos se quedaría con las coronas medianas (las que Escopeta expuso), dejando vacantes las welter pero, si perdía, conservaría las mismas, ya que el santafesino retendría a su vez las suyas.
En otra muestra de su enorme sabiduría, el plan de Amílcar Brusa para enfrentar al cubano-mexicano fue perfecto. “¿Qué tiene Mantequilla más que Monzón? ¿Velocidad, verdad? Entonces, hay que esperar que se igualen las velocidades para que luego prevalezca la mayor potencia de Carlos. Esto se irá dando con el gasto de la pelea misma. Monzón deberá trabajar mucho con la izquierda y pegar con esa mano en cualquier parte. Los golpes de Monzón duelen y, después del 6º round, Nápoles no podrá ser más veloz que Monzón. Cuando se pare, muere”, detalló el Maestro.
Fue profético porque, con puntos y comas, así se dio la pelea. Cuando sonó la campana que dio inicio al combate comenzó la cuenta regresiva para la victoria de Carlos quien, en apenas 18 minutos de acción, destrozó –en el estricto y literal sentido del término–a su retador en los seis asaltos que duró el martirio de este, ya que no saldría a pelear al inicio del séptimo round.
El 20 de abril de 1974, el Consejo Mundial de Boxeo (CMB) le quitó a Carlos el título mediano que reconocía esta entidad y, la supuesta historia oficial de que fue desposeído del cetro por no realizar el antidoping tras el choque ante Mantequilla, es totalmente inexacta. La verdadera razón fue que el colombiano Rodrigo Valdés rechazó una oferta de 18.000 dólares para enfrentar a Monzón en el Luna Park y, aprovechando esta situación, el profesor Ramón G. Velázquez, presidente por entonces del CMB, desconoció a Escopeta como campeón, aduciendo que “no tenía suficiente comunicación con Buenos Aires” y, por eso, ordenó cubrir la vacancia de la corona con el choque entre el oriundo de Cartagena y el estadounidense Bennie Briscoe el 25 de mayo de 1974.
Ese día, en el estadio Louis II de Montecarlo y, con el arbitraje del británico Harry Gibbs, el colombiano le GKOT 7 al radicado en Filadelfia y se coronó campeón de las 160 libras. Según el dirigente mexicano, Juan Carlos Lectoure negaba la autoridad del CMB porque siempre (menos al final de su trayectoria), respondió a la línea que bajaba de la AMB.
El propio Velázquez se lo reconoció al inolvidable Julio Ernesto Vila –quien fuera clasificador oficial del CMB durante décadas– cuando le dijo que “no puedo seguir reconociendo a un púgil cuyo manejador desconoce mi autoridad”. Y, como muy bien explica el Maestro en su obra 20 Campeones y una Leyenda (tomo 1, página 176, Ediciones Interactivas, 1997), “por ello Velásquez firmó el decreto de destitución. Injusto para Carlos. Comprensible políticamente. Que cada uno lleve sus culpas ante la historia”. De un plumazo y, en un escritorio, Escopeta se había quedado sin una de sus coronas.
A partir de ese momento y, hasta que unificara los títulos con Valdés el 26 de junio de 1976 en el principado de Mónaco, el sanjavierino sólo sería reconocido como monarca de los 72,574 kilos por la Asociación Mundial de Boxeo (AMB).
Tras el combate ante Nápoles y, en el avión que los traía de regreso a la Argentina, el sanjavierino habló con su DT y con Juan Carlos Lectoure: “No quiero pelear más”, disparó. Mientras el Maestro estuvo de acuerdo (“en lo que vos hagás, yo te voy a respaldar”, fue la frase del entrenador), el titular del Luna Park le respondió: “Mirá, estás bárbaro y entero. Podés sumar defensas hasta alcanzar un récord que nadie igualaría y, en tu lugar, yo lo pensaría. Aparte, si ya lo tenés decidido, esperá y no lo anunciés cuando lleguemos. Cuando te hagan una oferta, ahí podés decir que no y, así, serás campeón por más tiempo”, fueron las palabras de Lectoure que, en ese momento, hicieron desistir a Monzón de decirle adiós al boxeo.
La Mary
En la vida de Escopeta aparecería una mujer –la protagonista femenina de La Mary, cuyo rodaje comenzaría en breve– con la que mantendría un muy mediático romance durante casi cuatro años. Hija de un industrial y nacida en Capital Federal el 29 de enero de 1945, María Susana Giménez Aubert (su verdadero nombre) había iniciado su carrera como modelo publicitaria y, en 1969, a los 24 años, alcanzó gran notoriedad con el recordado aviso de un jabón de tocador. De allí en más, el reconocimiento que había logrado la catapultaría al cine primero, y al teatro después.
El 8 de marzo de 1974 y, en el 1º piso del hotel Sheraton, se realizó la conferencia de prensa en la que se anunció el inicio de la filmación de La Mary, con guión de José Martínez Suárez y Augusto R. Giustozzi, basada en la novela homónima de Emilio Perina.
Dos días después, el trabajo comenzó en los estudios San Miguel de Bella Vista, Gran Buenos Aires. Al elenco también lo integraban Ubaldo Martínez, Olga Zubarry, María Rosa Gallo, Dora Baret, Teresa Blasco, Alberto Argibay, Antonio Grimau, Jorge Rivera López, Juan José Camero y Leonor Manso.
El sanjavierino no desentonó y, su trabajo y empeño demostrados para cumplir con su papel, donde interpretó a El Cholo, un muchacho de barrio, humilde y trabajador, que se enamora y se casa con La Mary –protagonizada por Susana Giménez–, en una unión que termina trágicamente, fue ponderado desde Daniel Tinayre hasta el último de quienes participaron en el rodaje del film, cuya duración es de 107 minutos.
Pero, por decisión de los productores, la voz de Carlos fue doblada por el actor Luis Medina Castro, lo que finalmente no le cayó nada bien al campeón. Por eso y, aunque en el contrato firmado existía una cláusula por la que el vínculo podría extenderse para una eventual segunda película, las partes desistieron de ello.
La última en estas tierras
El estreno oficial de La Mary fue el 8 de agosto pero, desde hacía poco menos de un mes, Escopeta había retomado los entrenamientos de cara a la que sería su 10ª defensa, la tercera –y última– que realizaría en nuestro país de las 14 que conformarían su fantástico reinado en la categoría mediano.
Escopeta expondría el cetro AMB de las 160 libras ante el australiano Anthony (Tony) William Mundine, que se programó para el sábado 5 de octubre. Por entonces, ni siquiera Monzón sabía que, el choque ante el oriundo de Baryulgil, una localidad rural al noreste de Nueva Gales del Sur (donde había nacido el 10 de junio de 1951) en el Luna Park, sería la última pelea de su incomparable trayectoria que realizaría en nuestro país.
Mundine, de humildísimo origen (como Monzón) y de raíces aborígenes, era profesional desde el 5 de marzo de 1969 y había sido campeón australiano mediano (el 23 de abril de 1970, le GKO 4 a Billy Choules en Sidney), y ¡pesado! (el 25 de febrero de 1972, le GKOT 11 a Foster Bibron en Queensland).
También había reinado como campeón mediano de la Commonwealth (Imperio Británico), corona que se ciñó el 14 de abril de 1972 al GKO 15 al jamaiquino-británico Basil Sylvester (Bunny) Sterling en Brisbane, y que retuvo cuatro veces.
Asimismo, Mundine –diestro y de 1,80 metro– había derrotado a un ex rival de Monzón, en la que siempre destacaría como la “mejor victoria” de su carrera: el 19 de septiembre de 1973, en el Palacio de los Deportes de Versalles, París, le GPP 12 (unánime) a Emile Griffith, ex campeón welter y mediano, y a quien Escopeta derrotó en 1971 y 1973, en Buenos Aires y Montecarlo, respectivamente, en ambos casos, con las coronas del santafesino en juego.
Los instantes previos al choque Monzón-Mundine tuvo varios picos emotivos. La bandera australiana fue portada por el mendocino Pascual Pérez –un auténtico grande de todos los tiempos–, el primer campeón mundial de la historia de nuestro país, quien se había coronado monarca mosca único el 26 de noviembre de 1954, cuando le GPP 15 (unánime) al local Yoshio Shirai en el Korakuen Hall de Tokio, Japón, el día en que Monzón, con solo 12 años, más diarios vendió, tal como siempre recordaría.
Por su parte, la panameña (por la nacionalidad del árbitro, Isaac Herrera), estuvo en manos del capitalino Horacio Enrique Accavallo (que falleció el pasado 14 de septiembre, a los 87 años), el segundo monarca mundial nacido en nuestro país, que se coronó rey mosca AMB el 1 de marzo de 1966 –en el mismo escenario que Pascualito– al GPP 15 (dividido) al japonés Katsuyoshi Takayama y, a la argentina, la portó el tercer campeón criollo: el mendocino Nicolino Locche, quien también se había alzado con el título –en su caso, el welter junior AMB– en Tokio ante el hawaiano Paul Takeshi Fujii, a quien le GKOT 10 el 12 de diciembre de 1968 en una verdadera exhibición de boxeo.
El pasado y la actualidad se cruzaron en un segundo: los tres primeros reyes argentinos dieron el presente en una nueva defensa del cuarto monarca mundial nacido en estas pampas –y el primero que ganó el título en Europa– y, por esas raras piruetas del destino, el locutor Norberto Fiorentino anunció el ingreso al ring de quien, poco después, se convertiría en el quinto campeón y el primero que se alzaría con una corona en el Luna Park: el bonaerense Víctor Emilio Galíndez.
El 7 de diciembre siguiente, el oriundo de Vedia le GKOT 13 al estadounidense Len Hutchins y se convirtió en rey mediopesado AMB. Obvio, las ovaciones para todos ellos hicieron temblar al estadio de Corrientes y Bouchard. También estuvo el flamante presidente de la AMB, el médico panameño Elías Córdova, acompañado por su vice, Rodrigo Sánchez.
Cuando finalizaron los acordes de nuestra canción patria, Carlos (quien pesó 72,565 kilos y, tras casi ocho meses, volvía a combatir), besó la bandera nacional. En su rincón estuvieron Brusa, el profesor Patricio Russo (su preparador físico), y uno de sus sparrings y grandes amigos, el también santafesino Daniel Aldo González.
La actuación de Escopeta fue, otra vez, merecedora de los más altos elogios. Desde el final del 3º round, cuando conectó un muy duro cross de derecha en la cabeza de su retador –quien recibió el golpe en la sien izquierda, finalizó el asalto muy sentido y tambaleante y fue salvado por la campana–, Carlos mandó en el trámite del combate hasta el final.