El día que Carlos Monzón se convirtió en leyenda

El juninense Luis Ángel Firpo dijo una vez: “Yo estoy seguro de que algún día aparecerá un muchacho de tez cetrina, cabello negro, con carácter hosco, rudo y seco. Pero sé que será famoso y le dará un enorme prestigio a nuestro boxeo”.

La frase del Toro Salvaje de las Pampas, el padre de la patria pugilística nacional, primer argentino en disputar un título mundial (en 1923) y licencia profesional Nº 1, fue inequívocamente profética ya que, por los incomparables logros que alcanzaría años después, Carlos Monzón fue, es y será el más grande púgil profesional de la historia de nuestro país y uno de los más reconocidos, admirados y profundamente respetados en el todo el mundo.

De la humilde Costa al fastuoso Montecarlo

Al igual que sus abuelos paternos y maternos, sus padres y diez de sus 12 hermanos, Monzón vino al mundo en una región históricamente postergada, conformada actualmente por los departamentos San Javier y Garay, que integran un espacio de la provincia de Santa Fe conocido como región de la Costa, donde predominan los ríos.

Por Julio Cantero – Aire Digital

Todas las familias de esa zona tenían un denominador común: eran muy pobres, con sus múltiples carencias potenciadas por la falta de trabajos fijos y, además, numerosas, donde para varios de sus miembros era un auténtico lujo comer todos los días.

Como profesional, Escopeta disputó 100 combates –15 de ellos con títulos mundiales en juego, todos ganados– y, su récord, fue de 87-3-9-1 S/D (59 ko). Hoy, a 29 años de su trágico adiós, su extraordinario legado deportivo se mantiene plenamente vigente, su leyenda se agiganta y, como dice el tango, cada día boxea mejor.

Como profesional, Escopeta disputó 100 combates –15 de ellos con títulos mundiales en juego, todos ganados– y, su récord, fue de 87-3-9-1 S/D (59 ko). Hoy, a 29 años de su trágico adiós, su extraordinario legado deportivo se mantiene plenamente vigente, su leyenda se agiganta y, como dice el tango, cada día boxea mejor.

Estas fueron las auténticas raíces de Carlos y, por su humildísimo origen, a la hora de contar con oportunidades de ser alguien en la vida, a él le tocó el último lugar en la fila. Por eso, jamás aprendió a vivir: simplemente, solo supo lo que es pelear para sobrevivir. Su falta de instrucción –en algunos casos, hasta elemental– le hizo cometer un sinnúmero de errores a lo largo de su azarosa vida ya que, Escopeta, no tuvo una infancia, adolescencia y, ni siquiera, una juventud.

 

Cuando algunos niños de su edad dormían confortablemente abrigados y alimentados, él estaba trabajando para que, si la fortuna lo acompañaba, esa noche pudiera irse al catre con algo en su estómago, y no vacío, como varias veces le pasó.

 

Ni siquiera pudo completar el 3º grado de la primaria en la escuela República Oriental del Uruguay de nuestra ciudad (la que años después, siendo campeón mundial, y con billetes de todos los colores, refaccionó completamente a cero), porque vender diarios, lustrar zapatos o realizar la changa que sea para poder llevar algo a la olla eran tareas mucho más importantes –y urgentes– que aprender a leer y escribir.

 

Así, desde la más absoluta pobreza en la que nació en la fría y lluviosa noche del viernes 7 de agosto de 1942 en el barrio La Flecha de San Javier, a través de la práctica del boxeo y sus triunfos inolvidables llegaría a codearse con presidentes, príncipes, magnates, miembros del jet set internacional, y tendría al mundo entero a sus pies.

 

Pero no solo llegó a detener el tráfico en la Via del Corso de Roma o los Champs-Elysées de París cuando sus admiradores detectaban su presencia, al igual que cuando ingresaba al palacio del príncipe Raniero III de Mónaco (que se dirigía a al santafesino llamándolo “monsieur Monzón”), o al exclusivo Lido de la Ciudad Luz –donde siempre tuvo su mesa reservada–, porque solo un irrepetible y extraordinario monarca como Escopeta pudo paralizar a todo un país en las 14 defensas exitosas de sus coronas AMB-CMB medianas.

Con un amor propio blindado, y una autoestima infinita, peleó dónde, cuándo y con quien sea. A 11 de sus 14 defensas las realizó en el exterior –no como ahora, donde casi todos lo hacen en los livings de sus domicilios ante rivales de tercer orden, y presumen de ser “indiscutidos”– y, absolutamente siempre, dejó a la celeste y blanca (la que jamás dejó de besar al término de los himnos antes de cada combate, algo que en la actualidad muy, muy pocos hacen), bien en alto.

Esta es la última foto de Monzón con vida, y fue tomada el domingo 8 de enero de 1995, cerca de las 15, en el camping de Cayastá, unos 80 kilómetros al norte de esta capital. Quienes lo acompañan son Juan Carlos Fernández, por entonces de 43 años, y su hijo homónimo, de 10. Menos de tres horas después, Escopeta se convertiría en leyenda.

Esta es la última foto de Monzón con vida, y fue tomada el domingo 8 de enero de 1995, cerca de las 15, en el camping de Cayastá, unos 80 kilómetros al norte de esta capital. Quienes lo acompañan son Juan Carlos Fernández, por entonces de 43 años, y su hijo homónimo, de 10. Menos de tres horas después, Escopeta se convertiría en leyenda.

El destino quiso que a principios de 1960 se pusiera a las órdenes de Amílcar Oreste Brusa, un verdadero sabio del boxeo y de la vida, quien no solo fue un técnico de excelencia –que coronó a 15 reyes mundiales– sino, también, fue un segundo padre, guía, maestro y confesor para Carlos y, por sobre todas las cosas, un leal e incondicional amigo, con el que Escopeta además perfeccionaría su estilo práctico, frío, avasallante y demoledor sobre los rings, una inconfundible marca registrada de su extraordinaria carrera.

Monzón fue campeón de la ciudad, santafesino, argentino, sudamericano y unificado AMB-CMB mediano y, cada rival que lo enfrentó, jamás pudo con el aura de invencibilidad que envolvía a Carlos, el que se fue agigantando a medida que edificaba su fabuloso reinado mundialista, donde fue el monarca imbatible durante seis años, nueve meses y 22 días, desde el sábado 7 de noviembre de 1970, cuando anestesió al italiano Giovanni Nino Benvenuti en el Palazzo dello Sport de Roma, hasta el lunes 29 de agosto de 1977 cuando, en el Sheraton Hotel del barrio de Retiro de la Capital Federal, colgó oficialmente los guantes. Siendo el campeón reinante, claro. E indiscutido en serio.

 

En el campo rentado, Escopeta (bautizado así por su biógrafo personal, el periodista, árbitro, juez y estadígrafo de boxeo Julio Juan Cantero) disputó 100 combates –15 de ellos con títulos mundiales en juego, todos ganados– y, su récord, fue de 87-3-9-1 S/D (59 ko).

 

Por caso, su brillante trayectoria quedó atesorada para siempre cuando ingresó al Hall de la Fama del Boxeo Internacional (IBHOF, por sus siglas en inglés) sito en Canastota, estado de Nueva York, y fue el primer argentino en hacerlo.

 

No solo eso: Monzón es uno de los muy pocos no estadounidenses a los que se les aceptan las cartas credenciales de consagrado en el ámbito mundial de los 72,574 kilos o 160 libras, junto con auténticos monstruos de la historia de la división como Harry Greb, Marvin Hagler o Bernard Hopkins.

 

Es más, únicamente Escopeta integra el exclusivo grupo de los más grandes púgiles latinos de todos los tiempos, con fenómenos irrepetibles de la talla del mexicano Julio César Chávez y el panameño Roberto Manos de Piedra Durán, campeonísimos como él.

El velatorio de Monzón se realizó el lunes 9 de enero de 1995 en el hall de la Municipalidad de Santa Fe. Por la capilla ardiente desfilaron más de 12.000 personas y, a lo largo de las casi 40 cuadras que separan la misma del cementerio Municipal, unas 60.000, en medio de una convocatoria espontánea nunca antes vista en esta capital.

El velatorio de Monzón se realizó el lunes 9 de enero de 1995 en el hall de la Municipalidad de Santa Fe. Por la capilla ardiente desfilaron más de 12.000 personas y, a lo largo de las casi 40 cuadras que separan la misma del cementerio Municipal, unas 60.000, en medio de una convocatoria espontánea nunca antes vista en esta capital.

El accidente que le costó la vida

Poco antes del mediodía del caluroso domingo 8 de enero de 1995, Monzón se trasladó hacia Cayastá con su amigo Gerónimo Domingo Mottura, de 63 años –ex jugador de Colón, a quien Carlos conocía desde la infancia y con el que había compartido muchos momentos en el club Los Cuarenta, ubicado en el norte de nuestra ciudad–, y su cuñada, Alicia Guadalupe Fessia, de 36 años, viuda de Víctor Hugo Monzón, uno de los hermanos de Escopeta, fallecido en 1990.

 

Tras degustar el cordero asado que preparó Mingo Mottura –quien ofició de anfitrión, ya que almorzaron en la quinta de este– fueron al camping y balneario de dicha localidad, donde Monzón accedió a sacarse una foto con una familia santafesina que se lo pidió (que sería la última de su vida), y, poco antes de las 17.30, emprendieron el regreso hacia esta capital, ya que Escopeta debía presentarse en el penal de Las Flores a las 20.

 

Carlos gozaba de un régimen especial de salidas mientras purgaba una condena de 11 años de prisión por homicidio simple, que recibió el lunes 3 de julio de 1989, por la muerte de su última esposa, la uruguaya Alicia Muñiz. Tras haber estado detenido en los penales de Batán, Mar del Plata, y Junín, el oriundo de San Javier había sido trasladado hacia nuestra ciudad el 23 de diciembre de 1992.

 

En la zona del Paraje Los Cerrillos, a pocos kilómetros al norte de Santa Rosa de Calchines, en el departamento Garay, la ruta provincial Nº 1 Teófilo Madrejón presenta una muy larga recta que, en esa época, no tenía pintadas las clásicas líneas blancas demarcatorias de las banquinas –muchas de ellas descalzadas, es decir, con una diferencia de altura entre el asfalto y la tierra–, ni el andarivel que separa a ambos carriles de la misma.

 

En el kilómetro 51, el Renault 19 gris metalizado patente B2705773 que Carlos Monzón conducía a casi 140 km/h realizó una maniobra inexplicable, ya que primero se desvió hacia la izquierda (sobre la mano contraria) y, luego, hacia la derecha, por el carril en el que transitaba en dirección norte-sur.

Casi 6000 personas dieron el presente en el cementerio Municipal santafesino para despedir los restos de Escopeta y, las innumerables muestras de dolor y los interminables aplausos del público, marcaron el cierre de una de las jornadas más tristes que nuestra ciudad había vivido hasta ese momento.

Casi 6000 personas dieron el presente en el cementerio Municipal santafesino para despedir los restos de Escopeta y, las innumerables muestras de dolor y los interminables aplausos del público, marcaron el cierre de una de las jornadas más tristes que nuestra ciudad había vivido hasta ese momento.

Tras morder la banquina con su rueda delantera derecha, el vehículo voló, dio casi siete tumbos, sobrepasó un zanjón de unos dos metros de ancho, arrancó de cuajo un ceibo y, recién a unos 35 metros de la ruta, detuvo su descontrolada marcha.

Tras ser despedido del auto y, por el devastador impacto, Carlos murió en el acto –hecho del que hoy se cumplen 29 años– y, en estas trágicas circunstancias, cerca de las 17.50 y, en la misma ruta por donde había llegado a esta capital más de cuatro décadas atrás escapando de la pobreza, la Provincia Invencible de Santa Fe perdió a uno de los mejores deportista de su historia, que solo tenía 52 años, cinco meses y un día.

 

Había muerto el hombre, y nacido la leyenda.

 

Mottura también falleció y, la única sobreviviente, fue la cuñada de Escopeta, quien viajaba con él porque así daba cumplimiento a lo establecido en el decreto ley Nº 412/58 (Ley Penitenciaria Nacional), ya que “un familiar acompañará en sus salidas al detenido que acceda a este beneficio”.

 

Al tener cumplida la mitad de su condena (la que completó el 14 de agosto de 1993, ya que los cinco años y medio se computaban desde el 14 de febrero de 1988, fecha de la muerte de Alicia Muñiz), Monzón pudo acceder a una salida transitoria los sábados y domingos cada 15 días y, merced a su buena conducta, este beneficio se amplió a todos los fines de semana.

 

Hasta pudo solicitar salidas laborales, ya que se dedicó a enseñar boxeo en un gimnasio especialmente montado en el club de campo de la Unión del Personal Civil de la nación (UPCN), ubicado en el kilómetro 2,5 de la ruta provincial Nº 1, en Colastiné Norte.

Inicialmente, Escopeta fue inhumado en un nicho pero, un mes después, y cumpliendo el expreso pedido que formulara en vida, su féretro fue depositado en tierra. En la lápida, de mármol blanco y negro, la única inscripción es “Carlos Monzón, campeón del mundo”, con una foto donde está sonriendo, que le tomaron pocos meses antes de su fallecimiento.

Inicialmente, Escopeta fue inhumado en un nicho pero, un mes después, y cumpliendo el expreso pedido que formulara en vida, su féretro fue depositado en tierra. En la lápida, de mármol blanco y negro, la única inscripción es “Carlos Monzón, campeón del mundo”, con una foto donde está sonriendo, que le tomaron pocos meses antes de su fallecimiento.

Su multitudinaria despedida

Al conocerse la noticia de su muerte, Monzón paralizó, literalmente, otra vez al mundo. A la hora de su adiós, pasaron frente a su ataúd –el velatorio se realizó a partir de las 7.30 del lunes 9 de enero en el hall de la Municipalidad santafesina, por una gestión del por entonces intendente, ingeniero Jorge Alberto Obeid– desde el gobernador, Carlos Alberto Reutemann (quien firmó el decreto Nº 0033, donde dispuso la adhesión de la provincia al duelo por la muerte de Escopeta y, además, asueto administrativo en la misma para ese mismo lunes 9), hasta funcionarios, figuras del espectáculo, del boxeo, personalidades nacionales y mundiales, y decenas de miles de anónimos y hondamente consternados seguidores del ex campeón mundial, que no podían entender cómo la vida le había jugado tan mala pasada cuando le restaban poco más de siete meses para recuperar la libertad.

A Monzón lo despidieron pobres y ricos y, a la hora del viaje hasta el lugar de su descanso final, no hubo distingos de clases sociales. Por la capilla ardiente desfilaron más de 12.000 personas y, a lo largo de las casi 40 cuadras que separaban la misma del cementerio Municipal, unas 60.000, en medio de una convocatoria espontánea nunca antes vista en la capital provincial.

 

Por caso, Monzón fue tan grande e idolatrado, que hasta superó la histórica rivalidad entre Colón (del que era hincha, como así también de Boca) y Unión (donde se entrenó, al que representó durante casi diez años, y en cuyas instalaciones realizó 12 de sus 100 combates profesionales). Sabaleros y Tatengues lo lloraron por igual, hecho que se repetiría en 2011, cuando nos dejó Amílcar Oreste Brusa, reconocido hincha de Unión.

En octubre de 1996 y, en el marco de la XXXIV Convención Anual del Consejo Mundial de Boxeo que se realizó en nuestro país, autoridades del mismo visitaron la tumba de Escopeta. Desde la izquierda, el sanjustino (nacionalizado mexicano) Eduardo Oreste Lamazón; el mexicano José Sulaimán Chagnón, por entonces presidente del CMB; el estadounidense Chuck Williams; el biógrafo personal de Monzón, Julio Juan Cantero, y el colombiano Rodrigo Valdés, con quien disputara sus últimas dos peleas.

En octubre de 1996 y, en el marco de la XXXIV Convención Anual del Consejo Mundial de Boxeo que se realizó en nuestro país, autoridades del mismo visitaron la tumba de Escopeta. Desde la izquierda, el sanjustino (nacionalizado mexicano) Eduardo Oreste Lamazón; el mexicano José Sulaimán Chagnón, por entonces presidente del CMB; el estadounidense Chuck Williams; el biógrafo personal de Monzón, Julio Juan Cantero, y el colombiano Rodrigo Valdés, con quien disputara sus últimas dos peleas.

La inhumación estaba prevista para las 16.45 pero, fue tanta la gente que acompañó al cortejo –que avanzó a paso de hombre mientras que sobre el mismo caían flores, banderas argentinas, y hasta algunas de Colón y Unión– que el ataúd de Carlos recién fue depositado en el nicho 303 de la 3ª fila del 1º piso de la sección 87 de la necrópolis local, cerca de donde descansan los restos de su padre, don Roque Monzón –fallecido en 1984–, alrededor de dos horas más tarde.

 

Casi 6000 personas dieron el presente en el cementerio y, los interminables aplausos del público, marcaron el cierre de una de las jornadas más tristes que nuestra ciudad había vivido hasta ese momento.

 

Un mes después y, cumpliendo el expreso pedido que formulara en vida, el féretro del oriundo de San Javier fue depositado en tierra, a poca distancia de su anterior nicho y, además, muy próximo al lugar de descanso de otro fenomenal deportista santafesino: don Pedro Candioti, el inolvidable raidista que también escribiera brillantes páginas de gloria en la historia de la ciudad, el país y el mundo.

En la lápida de Escopeta, de mármol blanco y negro, la única inscripción es “Carlos Monzón, campeón del mundo”, con una foto donde el mismo está con una gorra y sonriendo, y que fuera tomada pocos meses antes de su fallecimiento.

Al momento de su muerte, Carlos Monzón tenía 52 años, cinco meses y un día. Había nacido en el humildísimo barrio La Flecha, de San Javier, departamento homónimo, el viernes 7 de agosto de 1942.

Al momento de su muerte, Carlos Monzón tenía 52 años, cinco meses y un día. Había nacido en el humildísimo barrio La Flecha, de San Javier, departamento homónimo, el viernes 7 de agosto de 1942.

Monzón, a quien la vida lo golpeó durísimo muchas veces, cometió innumerables errores a lo largo de la misma –claro que sí, y muchos de ellos graves– y, al momento de su adiós, prácticamente había pagado su deuda con la sociedad por la muerte de Alicia Muñiz.

 

Pero, también, fue dueño de un corazón enorme, al que varios “amigos” abandonaron cuando cayó en desgracia; fue un padre que se conmovía con sus cinco hijos como jamás pudo hacerlo ningún rival en sus casi 18 años de carrera boxística; alguien que amó y fue amado; que jamás olvidó a sus amigos, como tampoco a sus enemigos que buscaron una y mil veces desacreditarlo, en una sociedad como la argentina que, cínica e hipócritamente, no ve más allá de la pelusa de su propio ombligo, y que tiene memoria selectiva; que fue idolatrado por muchos, crucificado por otros tantos y que, solo en su morada final, alcanzó lo que tanto buscó: paz.

 

Por eso, hoy, a 29 años de su trágico adiós, su extraordinario legado deportivo se mantiene plenamente vigente, su leyenda se agiganta y, como dice el tango, Escopeta cada día boxea mejor.

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